10 de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079
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Todo es producto del choque entre partículas

La transmisión del movimiento es otra ley de la teoría cartesiana; en El Mundo, aparece como la segunda ley del movimiento, y en Los principios de la filosofía, como la tercera. Afirma Descartes:

“Supongo como segunda regla que cuando un cuerpo empuja a otro, no podría darle ningún movimiento si no perdiera al mismo tiempo proporcionalmente el suyo, ni quitárselo sin que el suyo aumente otro tanto.” (20)

La transmisión del movimiento es la derivación inmediata de postular la ley inercial. Dada la conservación constante de los movimientos es imperativo asegurar su existencia, que ha dado por negarse frente a las transformaciones empíricas; como podría ser, por ejemplo, el cese de movimiento de una piedra, una vez perdido el impulso que la aceleraba, o el estado de reposo que alcanzado por cualquier cuerpo al descender a la tierra, casos en que se juzga ordinariamente la finalización de todo movimiento. No obstante estas dificultades, la permanencia del movimiento queda garantizada vía su transmisión. Enfatiza Descartes:

…”es imposible que sus movimientos cesen jamás, e incluso que cambien de algo más que de sujeto. Es decir, que la virtud o potencia de moverse a sí mismo, que se encuentra en un cuerpo, puede muy bien pasar, todo o en parte, a otro, y así no estar ya en el primero, pero que no puede dejar de estar del todo en el mundo.” (21)

La realidad ofrece un abanico infinito de posibilidades de movimiento que no cesa de transformarse, y la condición que lo posibilita es, justamente, el pleno material que permite dicha continuidad. Los corpúsculos se encuentran en contacto recibiendo constantemente el movimiento, llevándose a cabo esta transmisión en la proporción de la fuerza del choque de los corpúsculos. Las colisiones producidas resultan de la capacidad que tienen algunos de los corpúsculos para impeler, otros para resistir. Al no existir vacío entre los corpúsculos, y hallándose éstos íntimamente conectados entre sí, la transmisión que unos ejercen sobre otros se realiza de manera continua y cerrada en todos los cuerpos del universo.

Me interesa destacar de esta ley, muy principalmente, la significación que tuvo en las célebres controversias sobre el problema de la gravitación de los astros. Explicar el movimiento constante y regular de los planetas a través de sus órbitas representaba una interrogante de difícil solución. Paralelamente a la teoría cartesiana del choque de partículas en el pleno, se desarrollaba otra propuesta en el núcleo de la investigación científica del siglo XVII, la teoría asumida por William Gilbert, de que existía cierta atracción propia de la materia, por la cual todas las partes del universo se ligaban y conservaban sus propios movimientos.

Para W. Gilbert, la tierra era un enorme magneto que ocasionaba atracciones entre los cuerpos, de donde, el fenómeno del magnetismo resultaba ser el principio activo o anímico de la Tierra que la mantenía y ordenaba, expresando sus manifestaciones como voluntarios. (22) Es importante resaltar la osadía de las formulaciones cartesianas para enfrentarse a una visión naturalista y renacentista, ampliamente difundida en la época, y el significado y alcance de sus propuestas frente a ella.

Para la física cartesiana era inconcebible dar crédito a la acción de fuerzas extrañas operando en el vacío. De no existir el pleno de partículas el movimiento no puede trasmitirse. Todo movimiento es, indefectiblemente, el resultado del choque de partículas, de lo que se colige que una acción como la atracción, dándose en el vacío y afectando instantáneamente a todos los cuerpos del universo, venía a ser una hipótesis arbitraria, un regreso a las propiedades anímicas e intrínsecas de la epistemología tradicional.

Descartes rechaza terminantemente la presencia de fuerzas ocultas y misteriosas ajenas al mecanicismo, para explicar la realidad, brindando en su lugar una audaz teoría sustentada en los principios de la extensión y el movimiento de las partículas o corpúsculos, que daría cuenta del fenómeno gravitatorio y del funcionamiento unificado del cosmos. Es admirable -dada su consistencia y capacidad explicativa- la compleja construcción teórica que éste elabora al grado de constituirse en el siglo XVII, una teoría perfectamente plausible y aceptable para las exigencias de la ciencia de ese período. (23)

Mostraré cómo Descartes intenta suplantar las explicaciones naturalistas de las "simpatías y antipatías" entre los objetos, por otras explicaciones desprovistas de estos elementos anímicos. Descartes propone la siguiente explicación del movimiento de las partes constitutivas del mundo visible: los cielos, planetas, el Sol y las estrellas fijas.

La materia de los cielos, gira continuamente a manera de vórtice, en cuyo centro se sitúa el Sol; las partículas más cercanas a éste, se mueven circularmente a mayor velocidad que las que se le alejan. Análogamente -comenta Descartes- a los giros -completos o incompletos, dependiendo de su cercanía al vórtice-, que realizan las briznas de paja arrojadas al vórtice que forman las aguas de un río. Si bien el movimiento de las partes, consideradas individualmente, tiende a moverse rectamente, en su conjunto no lo pueden realizar, y esto es necesariamente así, dada la proximidad de los corpúsculos que, al tocarse entre sí, ven alterada su tendencia original haciendo el movimiento curvo.