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Fascinación
por el cosmos
Nadie
sabe y nadie sabrá nunca quien fue el primer hombre que elevó
sus ojos hacia el cielo para quedar fascinado con el espectáculo
estelar que se ofrecía ante su mirada, lo que sí podemos
asumir, razonablemente, es que aquel ser humano, hombre o mujer, y todos
los que le sucedieron hasta el establecimiento de las primeras observaciones
organizadas del cielo nocturno, deben haber sentido el mismo asombro
y admiración por la noche estrellada. Lo plasmaron en sus mitos
de creación y después lo incorporaron a sus religiones,
agradeciendo al Creador el haberles otorgado tal magnificencia nocturna.
Fue
Pitágoras de Samos, aquel que acuñara el término
filósofo, el primer pensador occidental que sugirió que
debía uno aspirar al conocimiento por el conocimiento mismo, es
decir, amor por la sabiduría (filos - sofía), su
pensamiento fue alentador para el desarrollo de las primeras Universidades
en Alejandría y Constantinopla y posteriormente en Europa. Y fue
en éstas en donde se originó casi de manera natural, ya
que eran importantes centros de investigación y enseñanza,
el estudio sistemático, moderno, de la observación de los
astros y de los fenómenos del cielo.
Desde tiempos de los antiguos Caldeos
(últimos babilonios llamados así por los griegos) la observación
y el estudio de los astros estuvieron ligados a la influencia que éstos
ejercían sobre las personas y los acontecimientos humanos, llamaron
a esta forma de interpretación del cielo Astrología, y de
ella emanaba un verdadero deseo de estudiar los astros, los planetas y
las estrellas del Cosmos, lo que los llevó a la estructuración
de un Zodíaco, es decir, de la organización de las luces
del firmamento nocturno en constelaciones fantásticas, representando
personajes histórico-míticos como Orión o animales
como Escorpión y Tauro. Se desarrolló con la Astrología
una verdadera pasión por el estudio del cielo y así, las
observaciones de los antiguos escudriñadores del cielo en los Zigurats
mesopotámicos o en los templos egipcios, Stonehenge, o el Caracol
de Chichén Itzá, dieron nacimiento poco a poco al conocimiento
de los diferentes cuerpos celestes que integran nuestro cielo nocturno,
al conocimiento de sus movimientos y a la predicción de sus pasajes
uno frente a otro, formando lo que llamamos eclipses.
Es
muy probable que la Astronomía, o estudio científico del
Universo, se haya derivado de estas observaciones iniciales, y la importancia
de su conocimiento encontró razón de ser en las sociedades
agrícolas (la mayor parte de las culturas de la Antigüedad),
ya que requerían conocer con precisión el inicio de la época
de siembra, la llegada de las primeras lluvias o de las avenidas fertilizadoras
de los ríos: como el Indo que circulaba entre Harappa y Mohenho-Daro,
el Tigris y el Éufrates que dieron vida sucesivamente a las civilizaciones
Sumeria, Akkadia y Babilonia en Mesopotamia (nombre que significa precisamente:
entre ríos), en Egipto el Nilo que hizo posible el desarrollo de
la civilización más fastuosa y perenne que ha conocido el
hombre en toda su Historia, o el Huang Ho y el Yang Tze que permitieron
la aparición y existencia de los antiguos Siete Reinos en China.
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