10 de agosto de 2004 Vol. 5, No. 7 ISSN: 1607 - 6079
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Aguas alimentadoras

La diversidad de especies acuáticas era incluso mayor, pues recordemos que el área ocupada por los antiguos mayas incluía tanto zonas costeras al mar como muy alejadas de él; paisajes surcados por caudalosos ríos o innumerables arroyos; salpicados de lagos, lagunas, ciénegas, pantanos y esteros. Ante tal abanico ecológico no es raro que los mayas desplegaran de distinta manera su prodigiosa inventiva para hacerse de peces y mariscos, empleando barcas mayores y minúsculas canoas, que podían aderezarse con paja o ciertas ramas suaves para proteger cargas frágiles, facilitar la travesía a los pasajeros o la espera a los pescadores.

Desde ellas podrían obtenerse numerosas presas, la traducción de cuyos nombres da buena cuenta de las peculiaridades de forma, olor, textura, color o hábitos que llamaron la atención clasificatoria de los mayas, como lo muestran algunos ejemplos en distintas lenguas mayances.

Para procurarse tales presas podían emplearse redes (de múltiples tipos), fisgas, anzuelos de hueso, espinas o madera; flechas (acaso "arponadas", tal y como aún lo hacen algunos lacandones), arpones de madera (a veces provistos de sogas y boyas para seguir el rastro de los peces heridos), nasas hechas de varilla, paja o "yerbas", usar la mano para sacar a los cangrejos que se ocultaban debajo de las piedras de los ríos —a veces, poniéndoles algún cebo de pececillos en unos tules, a modo de cordeles tendidos sobre el agua—, o "embarbascar" o "matar" las aguas; esto es, verter en ellas algún tipo de sustancia obtenida de raíces o yerbas que "emborrachara" a los peces, facilitando su captura. Una vez turbadas, se atrapaba a las presas usando "atajadizos" o represas que servían para desviar las aguas de los ríos (e incluso en bahìas como la de Chetumal).

A más de su carne algunos animales acuáticos proveían a los mayas de otros elementos. Así, los tzeltales empleaban moluscos para teñir telas, los yucatecos aprovechaban los huevos de ciertas variedades de tortugas y peces, los dientes del tiburón nombrado xooc para la confección de flechas, y las "sierritas" del pez llamado ba, "muy lindas porque son un hueso muy blanco y curioso, que corta como cuchillo", empleadas como instrumentos de autosacrificio "y era oficio del sacerdote tenerlas, y así tenían muchas", asegura Landa.

Los pokomchís conocían las perlas y cierto amizcle de lagarto cuyo uso desconocemos. Y mientras que los chontales copiaban las formas de caracoles y tortugas para elaborar collares y pendientes, los cakchiqueles—señala Coto— hacían unas tortuguitas de metal que se colgaban al cuello, y "para guardar los pollos, del milano o otra ave de rapiña, hacen unos instrumentos de huesecillos o de conchuelas de cangrejos, y aun de cáscaras de huevos y de hojas, que hagan ruido con el aire, y les llaman xibibal, id est instrumento de espantar". Mucho más melodiosos serían los sonidos arrancados de los caracoles marinos (Strombus gigas) o los que daba la percusión de los carapachos de ciertas tortugas pequeñas y coloradas, empleadas por muchos pueblos con fines festivos y rituales (Fig. 5).

Figura 5. La importancia de los recursos acuáticos se hace evidente en los materiales arqueológicos procedentes de tumbas y complejos domésticos que nos muestran entre otras cosas vasijas con formas pisciformes, a manera de caracoles, o con representaciones pintadas o esgrafiadas.

Sabemos que los pescados se lavaban "echándolos en remojo", se raspaban con instrumentos filosos para quitarles las escamas y se colgaban en ganchos de madera. Podían salarse o cocinarse envueltos en hojas, asarse en parrillas de palos o "recocerse" con el vaho del calor, freírse en sartenes, soasarse y hasta emplearse como de relleno de empanadas. Frescos o preparados, serían comerciados en los mercados, transportados a grandes distancias una vez salados y hasta ofrecidos en las puertas de las casas por los humildes vendedores ambulantes.

Y al igual que ocurría con el de la caza, el mundo de los pescadores tendía sus redes a lo sagrado. Las deidades acuáticas exigían también reconocimiento. Quien mostrase ante ellas reverencia podía obtener buena pesca y hasta fortuna o salud, pues en algunos grupos se consideraba existían "entes sobrenaturales que se les aparecían junto a los ríos", fuentes, charcos u otras corrientes de agua, que se comunicaban con ciertos especialistas para ayudar a sus devotos.