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10
de septiembre de 2004 Vol. 5, No. 8 ISSN: 1607 - 6079 |
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Con la explicación del nuevo código se replantea, con nuevos datos, el problema de la decisión acerca de lo que a uno le puede pasar, de lo que se quiere ser, de lo que se deja ser, de lo que es posible ser, en lo referente a mí y en lo referente a los próximos. Tanto el sujeto particular como la comunidad social, tendrá que aprender a vivir con nuevos contenidos de intimidad. Nunca ha quedado más patente que lo que se haya de ser depende de la calidad de las convicciones acerca de lo que se quiere. Se nos impone jugar en nuestra identificación con la información que podemos obtener acerca de la nuestra intimidad genética. Sentirse realizado, según expresamos ahora, tiene que ver con la aceptación de la propia condición de corporalidad –capacidad-discapacidad, salud-enfermedad-, en el futuro podrá exigirnos tener que aceptar convivir con el conocimiento de muchas predisposiciones y riesgos potenciales: pueden asaltarnos, junto al miedo a la muerte o a la locura ansiedades ante las proclividades, propensiones, y probabilidades, nuevas formas de angustia respecto al personal futuro de nuestra historia vital. Son muchos los ámbitos sociales condicionados por el estado de salud, desde las corporaciones de seguros, los centros de recursos humanos de las empresas, incluso las relaciones interpersonales. ¿Cómo cambiarán cuando se incorpore a la identificación la información génica? Hasta este momento el lenguaje acerca de la construcción humana, la educación, ha pertenecido exclusivamente al campo semántico de la cultura, la ética, la socialización; tímidamente asoma la pretensión de ocupar un espacio dentro de la conversación el campo biotecnológico, de la mano del conocimiento seguro de que hay función genética debajo de procesos y de trastornos complejos: la depresión, el trastorno bipolar, el déficit de atención, las conductas adictivas, la esquizofrenia...Frente al modelo del gabinete vacío, o de la tabla rasa, en el futuro tendremos que plantar la reversión del supuesto, si queremos entender el proceso de la educación: el entorno, por sí sólo, no es la fuente de la configuración del comportamiento. Nos vemos obligados, en todos los niveles de reflexión, desde la medicina a la ética, a romper con el dilema naturaleza o cultura. Al comprobar que ambas son accesibles a nuestras decisiones, en ambas deben ejercitarse nuestros compromisos éticos. Ambas deben ser tomadas como territorio en el que reorientar las acciones de formación. Ahora empieza a jugar un papel imprevisto la intimidad genética de cada cual, en la que si afinamos el ojo, no nos quedará más remedio que iniciar el elogio de la imperfección y la solidaridad universal con toda forma de diferencia. Con los datos del mapa genómico humano, el proyecto internacional “HapMap”, partiendo de que el 99% de la secuencia es idéntica en los seres humanos, intenta rastrear el 1% por ciento que se encuentra en la base de las diferencias individuales. Como ejemplo, el Centro Nacional de Genotipado, investiga la variación genómica de la población española. Este estudio se estima que supone el análisis de un millón de bases. Pero la complejidad estructural de la vida que se descubre no hace sino crecer. No se reduce al planteamiento de un gen-un-rasgo. El gran reto de la cultura contemporánea es el de superar la separación entre el cuerpo y la mente, pero previendo la inmensa dificultad de comprender las relaciones por las que la mente es la resultante de nuestro modo de ser vivos y la nuestra vida la resultante de la calidad posible en nuestras prácticas mentales. |