10 de septiembre de 2004 Vol. 5, No. 8 ISSN: 1607 - 6079
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Conozcamos al más del gen

Algunos, como Lee Silver, enamorados de la enciclopedia del código, esperan que un día encontremos la forma genética de leer el comportamiento y talante de los individuos, sus actitudes y alguno creerá que, incluso, el talante de sus convicciones.

Pero, no estamos únicamente ante pistas de gen, sino ante complejos de genes. Está la tecnobiomedicina advirtiendo que el camino que va desde el gen a la neurona y de esta al comportamiento no tiene parangón de complejidad, ni siquiera es comparable con el que va del átomo a un documento en el ordenador. Aun viendo toda esta mediación funcional, por decir algo, toda esta inmensa complejidad, que se multiplica infinitamente cuando se toman en consideración las condiciones cambiantes del ambiente y los hábitos de comportamiento, mucha gente se entusiasma con los que califican de descubrimientos de genes. Un 13 de septiembre (1999) se anunció en la prensa que el profesor de la Universidad de Princeton Joe Tsien había descubierto el gen del CI, sólo que aislado en una especie de ratones. Robert Plomin y sus colaboradores anunciaron haber descubierto, a partir de una corazonada, el gen de la inteligencia humana en el cromosoma 6, el IGF2R. Páginas más adelante concluye, por convergencia de estudios, “que se hereda casi la mitad de C.I.”. Tanta precisión en el gen para concluir, a ojo de buen cubero, con un porcentaje que significa algo así como “mitad y mitad”. ¿Qué es la mitad del cociente intelectual? Todo el libro de Matt Ridley está plagado de estos anuncios: comportamientos complejos, definidos como síndromes, normalmente anómalos, para los que se propone como origen causal una variante/s de gen/s (M. Ridley, 2000).

El 15 de abril del 2003, el periódico El País, bajo el título de “Los nuevos horizontes” aludía a las utilidades médicas de los nuevos descubrimientos. Con un lema: “pronto empezará la búsqueda de los genes que predisponen a la buena salud”; daba un listado de enfermedades y un mapita de cromosoma, señalando el sitio del gen correspondiente. Allí estaba indicado PS2 (AD4), en el 1, para Alzheimer; el ELN, en el 7, para el Síndrome de Willians con trastornos del desarrollo y déficit mental; el ATP7B, en el 13, para el Mal de Wilson y sus alteraciones neurológicas; el CREB, en el 2, que afecta a la memoria y otros muchos más. También PS1 (AD3), en el 14, para Alzheimer, otro más implicado en esa enfermedad. No sólo se han ido anunciando genes de la enfermedad. El 15 de agosto en la versión digital de la revista Nature anunciaba que un par de pequeñas secuencias diferentes en un solo gen (bautizado como FOXP2) parecen explicar por qué sólo el ser humano tiene la capacidad del lenguaje, mientras que los seres humanos más cercanos al Homo sapiens, los simios, sólo pueden gemir o gritar y que esa variación tiene unos 200.000 años.

Esa información se mantenía compatible con este comentario: “no se sabe exactamente cuáles son las funciones de FOXP2... la función de este gen consiste en activar otros muchos genes, es un switch que enciende otras actividades necesarias a la hora de articular el habla”. Son planteamientos similares al del anuncio de la “molécula del estado de ánimo” (El País, 13-X-1997), esta vez es una molécula, la serotonina. Como es una proteina, la lógica pide que detrás estará el gen del buen humor y en el futuro, el fármaco del buen humor. El estudio genético de la enfermedad DEL (Deterioro Específico del Lenguaje), señala un gen del cromosoma 7, que se dio en llamar “gen de la gramática” (M. Ridley, 2000, p.116)4. Se ha hecho famoso el llamado “Estudio Minnesota” (W. Wrigth, 2000)5, sobre gemelos. Dos investigadores de esa Universidad, David Lykken y Auke Tellegen, fisgaron y escarbaron en los sentimientos de bienestar y de satisfacción de 1.300 parejas de aquellos gemelos.

La correlación de los datos entre los gemelos, obtenidos por el cuestionario, era significativa y sistemáticamente más alta que la de los datos de los mellizos. De ahí concluían que la felicidad, al menos en el 50%, mitad y mitad, depende de los genes. Ya otros habían dado la noticia de la existencia de la “molécula de la felicidad”, la dopamina. Rematando estos recuerdos, en 1999, se comentaba la relación entre la variación del gen del receptor D4 de la dopamina, se le suponía relacionado con “la búsqueda de novedad”, la búsqueda de emociones de sorpresa; algunos, más maliciosos, llegaron a llamarlo “gen de la promiscuidad”; algún despistadillo, cree haber encontrado el “gen de la religiosidad” (K. Davies, 2001, p. 312). Creo que no hace falta seguir dando datos que demuestran la convicción “metafísica” de algunos, de biológica tiene menos, de que la vida y el organismo es un reloj y el gen su rueda catalina.

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