10 de septiembre de 2004 Vol. 5, No. 8 ISSN: 1607 - 6079
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La cultura sanitaria en la SI

En su aspecto negativo, el mantenimiento de la salud se enmarca dentro de los límites de lucha contra la enfermedad en tanto que disfuncionalidad orgánica, cualquiera sea su etiopatogenia, que pone en riesgo la vida del organismo. Desde un punto de vista positivo, la cultura sanitaria dice relación con la prevención de la disfunción, mediante estrategias comportamentales de reducción de riesgos; con la promoción y mantenimiento del estado saludable y con comportamientos adecuados durante el transcurso de la enfermedad (L. García Ballester, 2001).

La comprensión integral de la situación de enfermedad implica la toma en consideración de las alteraciones funcionales orgánicas, las vivencias y experiencias personales que las acompañan, las repercusiones en el entorno social del estado del enfermo y las incidencias institucionales y sociales de los servicios de atención sanitaria.

La cultura de la salud afecta, por lo tanto a dos órdenes de prácticas: las que promueven el sostenimiento de la salud y las que corresponden a la sanación de la enfermedad; cada una de ellas, en el mito del dios Asclepio, correspondía a la responsabilidad de una de sus hijas Hygeia (higiene) y Panacea (terapia). En la actualidad, tanto en la enfermedad como en la salud, se advierte el necesario papel activo del paciente. Desde Hipócrates el papel del paciente se describe en tres grandes capítulos culturales: el correspondiente al régimen de vida o estilo de vida, el de la demanda de recurso terapéutico y el dietético o de consumo; hoy, ya lo hemos indicado, se debe incluir el del sostenimiento de la salubridad del entorno. Este planteamiento se corresponde con el denominado “modelo holístico” en la interpretación tanto de la vida saludable como del estado del hombre enfermo. Este es el modelo que vincula, con plenitud de razón, la salud, la ética y las acciones de formación.

A este modelo cultural se opone la concepción puramente mecánica (iatromecánica) de la enfermedad, la concepción del cuerpo como propiedad e instrumento al servicio de un Yo arbitrario, el contexto sociocultural con demandas dinámicas estresadoras, la polarización de la cultura sanitaria en el consumo medicamentoso y en la práctica irresponsable del derecho a la atención sanitaria. De ahí que tanto la cultura de la salud como la de la enfermedad han planteado en la sociedad de la Información aspectos clínicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos y educativos. No es frecuente aludir a los objetivos de salubridad vital que debe asumir en su planificación el Sistema de los Sistemas de Formación, como un elemento fundamental de la sostenibilidad del denominado Estado del Bienestar y como un objetivo nuclear de la cultura y de la incorporación cultural. Los humanos no viven en la ciencia y para la ciencia. La conciencia nos introduce en la responsabilidad del bien vivir y del más vivir con el que proyectamos mundos posibles.

De ahí que junto a la investigación tecnobiomédica de las causas de la enfermedad, deban tomarse en consideración los trastornos psicogénicos y psicosomáticos, los trastornos funcionales desencadenados por el modo de vida que la propia Sociedad de la Información fomenta o induce, y que la medicina clasifica como de enfermedad funcional y los medios de comunicación nombran como enfermedades de nuestro tiempo: hipertensión, trastornos gastrointestinales, trastornos circulatorios, trastornos emocionales...Todo ello se indica al emplear expresiones como “epidemiología comportamental” o al establecer el factor socioeconómico como asociado a la variación de la tasa bruta de mortalidad en un 60 por ciento; o que el aumento de un 10 por ciento de la tasa de escolaridad se asocia al aumento de 1 año en la expectativa de vida de una población (J. Gil Roales-Nieto, 2004, p. 54), o que han cambiado en nuestra época las causas de muerte. Se señalan como dominantes, atribuibles al 50 por ciento de los casos en las sociedades desarrolladas: las cardiovasculares, el cáncer, los accidentes, diabetes, cirrosis, arterioesclerosis y suicidio...

El desorden cultural de una demanda creciente de bienestar (disfrute) y una confianza obsesiva en la dependencia terapéutica ha alimentado una floreciente y abigarrada industria para el consumo del pruébese todo, lo cual hace compatible un aumento notable de la expectativa de vida, al tiempo que entre las causas de muerte crece la relevancia de los denominados patógenos comportamentales. Todo ello aboca a la necesaria comprensión de la vida saludable en un marco de referencia biosociocultural. Este debe ser el criterio con el que construir la planificación de la formación, en lo referente a la corporeidad humana; el criterio no puede configurarse desde las particularidades tecnocientíficas de los diferentes campos de conocimiento implicados. Cuando en los ambientes culturales europeos se habla de fracaso de la transversalidad estamos realmente hablando de la inexistencia de planificación de la cultura de la salud; pareciera que solamente estamos hablando de higiene corporal, objetivos formativos para etapas infantiles. La salud en la Sociedad de la Información no es sólo un inmenso problema biosanitario, cada vez es más un problema psicológico y se ha convertido en un gigantesco problema pedagógico. Por lo segundo y tercero padecemos una profunda y creciente crisis del sistema sanitario.

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