Moral: ¿Hábito o costumbre?

Frente a esta amplia clasificación, la moral (como sustantivo) se entiende, o bien como lo mismo que la ética, o bien, como ya decíamos, como el objeto de estudio de la ética. En tanto objeto de la ética, su acepción más común es la de “conducta dirigida o disciplinada por normas, el conjunto de mores” (costumbres). Ahora bien, si analizamos el término moral en su carácter adjetival, se nos dice de ella “lo pertinente a la doctrina ética” o “lo pertinente a la conducta y, por lo tanto, susceptible de valoración moral, en especial de valoración moral positiva” de ahí que muchas veces al decir de una actitud que es moral, implicamos que es valiosa y buena. El ámbito moral también se relaciona en muchas ocasiones con los aspectos espirituales de la persona. (Abbagnano, 1963; 818)

Parece ser, entonces, que mientras la ética se especializa en todo lo que incumbe a la conducta del ser humano, la moral se concentra en reglamentar esta conducta de tal manera que ella se convierta en hábito2, o, si es el caso, en reglamentar las costumbres3 para que éstas se reconozcan como buenas y valiosas en tanto práctica aceptada (siguiendo más bien un orden consuetudinario)4. Frente a este aspecto de la moral, a la ética le interesa, más puntualmente, tratar de entender de qué suerte es la conducta humana que se norma a sí misma de acuerdo a tal o cual parámetro, o cuáles son los factores que interfieren para que una determinada comunidad construya la nomenclatura del orden de lo bueno. En este análisis, la ética invariablemente termina tomando postura al respecto y dando, ella también, un conjunto de principios que, a la vez que explica el comportamiento moral, sustenta la posibilidad de regularlo de la manera más efectiva5.

El término moral es mucho más restrictivo que el término ético, pero, al menos por definición, mucho más práctico, en cuanto nos remite a las conductas que, de hecho, los individuos adoptan a lo largo de su vida y en el seno de sus comunidades. La ética invierte más en el terreno de la especulación acerca del individuo y la moral en garantizar la preservación de lo que valoramos como bueno.

En este sentido, podemos decir que si bien toda moral implica conductas, no todas las conductas implican una valoración o connotación moral. Una conducta, para ser moral, requiere siempre ser un hábito de lo bueno. Así como no toda costumbre, tampoco, puede asumirse como buena o valiosa. El carácter indiferente de la costumbre radica en que ésta es un mecanismo mediante el cual repetimos sin pensar una determinada acción. Incluso sin ser conscientes de que tenemos dicha costumbre. La costumbre no tiene como fin el hacernos virtuosos6. La costumbre es la condición de posibilidad de que nuestras conductas permanezcan en el tiempo, de constituir la práctica de lo bueno en hábito. Ya que la costumbre no es más que una función adaptativa (y/o facultativa) Como tal, no es susceptible de valoración moral ni de connotaciones éticas7.

La costumbre es un sentirnos cómodos con una forma de operar en nuestra vida que nos permite desenvolvernos en todos nuestros ámbitos y desarrollar nuestras actividades. Es una situación de equilibrio en la que me ahorro la energía de tener que tomar las mismas decisiones cada día, me libro de la necesidad de reflexionar al respecto de conductas que, aparentemente, no tienen algún tipo de connotación ética.

En este último aspecto, la no reflexión de mis conductas, costumbre y moral se tocan. Ya que la moral asume la norma como costumbre al no hacer cuestionamientos sobre su contenido y su cumplimiento (una vez que la moral reflexiona la norma es, en estricto sentido, ética). Sin embargo, la práctica moral implica un acto voluntario, por ende reflexivo8. De ahí que la práctica moral nos remita a hábitos y al esfuerzo que éstos involucran. De ahí que la moral se instaure en el ámbito del mérito y la valoración. En tanto yo opto por llevar a la práctica mi norma moral y sólo así puedo cumplirla.

La moral, hasta ahora, no se ha instaurado en el término de lo relativo, en cuanto requiere estar comprometida con una noción del bien incuestionable a todos quienes se identifican con ella, de ahí su poder cohesionador. Pero, por esta misma razón, por su carácter restrictivo y dogmático inherente, la historia ha demostrado que no existe una sola moral, es decir, una sola manera de entender lo bueno o valorar las conductas, ya que los hábitos y costumbres de cada cultura (cada comunidad), las más de las veces, son incompatibles y/o inconmensurables entre sí. En este sentido, la moral es en sí misma siempre relativa. Relativa con respecto de otras morales posibles, pero absoluta con respecto de sí misma9.