La incógnita: ¿Cómo ser dueño de mis actos? Parece ser que, cuando nos remitimos a los hechos, el acto moral y el acto ético no pueden ser dos cosas distintas o separadas. De una práctica podemos predicar su carácter ético y su carácter moral “como si” fueran independientes, pero no podemos decir que de hecho esa práctica se convierte en dos, en tiempo y espacio es una e idéntica a sí misma. Curiosamente, al reflexionar al respecto se nos presenta nuevamente la posibilidad de pensar lo moral y lo ético con independencia entre sí, inclusive si lo hacemos de forma referencial, es decir, cuando tomamos uno de los términos para referirnos al otro. Además, en el límite de su definición, ambos conceptos se involucran mutuamente, como ya vimos, de manera necesaria, remitiéndonos a momentos distintos de una misma experiencia que, una vez que se piensa a sí misma, se transfigura. Pero ¿por qué? ¿Por qué podemos separar mi conciencia de lo bueno de mi actuar con el resultado mismo de mi acción y encontrar innumerables justificaciones posibles? ¿Por qué no podemos enseñar a las personas a actuar éticamente? Pues, aún recibiendo la información adecuada, cambiar o “corregir” una determinada conducta, en nosotros mismos, a veces parece una misión imposible. Empezando por el hecho de que difícilmente llegamos a un consenso acerca de cómo debemos actuar. Probablemente, esto se debe a que la relación que existe entre “ética” y “moral” rebasa el ámbito de si una es el objeto de la otra, o de si una es teórica y la otra práctica. Ambas se corresponden dialécticamente. La dificultad de definir y distinguir la ética de la moral se traduce en la dificultad misma del vivir. De ahí su complejidad dialéctica, pues esta distinción intenta dar razón de una práctica que se desdobla en ella misma, por definición, y que sólo así, en tanto disociación, es capaz de proyectarse como conducta. Del mismo modo que la vida es una experiencia que sólo puede dar cuenta de sí una vez que ha terminado y es capaz de comprenderse como pasado, como mediación, al mismo tiempo que transcurre sin cesar en los instantes que la conforman, en su inmediatez. La ética es condición de posibilidad inherente y constitutiva de nuestro mecanismo consciente. Puesto que “tomar conciencia de” es el acto ético que media todo nuestro hacer, más determinantemente, toda decisión en este hacer. De ahí que volvernos conscientes de nuestros actos y decisiones se traduzca en esfuerzo de vida. Finalmente, este esfuerzo es el sentido irrefutable de la existencia y, en términos estrictos, es lo que constituye el vivir13. La moral, en cambio, es el reflejo enajenado de esta posibilidad, cuya única función es marcar el límite de la mediación necesaria para toda práctica, de tal forma que cualquier práctica se vuelva operativa. Pero como marca (o parámetro) es completamente relativa y arbitraria, su función no es sustancial en tanto contenidos específicos de lo que se debe hacer y no se debe hacer, sino que es esencial en tanto permite establecer el territorio dentro del cual sé qué hacer y cómo comportarme, en una situación dada, bajo circunstancias específicas. Marco referencial sin el cual nos perdemos en el cosmos de la demencia. De ahí que cualquier intento por depositar en la moral la efectividad de la praxis fracasa. Por definición, la moral es sólo la suposición de aquello que aceptamos como bueno. Sin embargo, toda praxis es efectividad de la moral. En este sentido, lo que nos hace libres es el doble acto de conciencia en el que nos desenajenamos de cualquier absoluto moral. Es decir, el doble pensar por medio del cual no sólo soy consciente de mi actuar en tanto práctica diaria, sino que, además, tomo conciencia de que mi práctica está sujeta a un determinado orden que no es necesario, ya que a través de mis propias mediaciones soy yo quien va estableciendo las pautas dentro de las cuales decido cómo desenvolverme. Asumo así, la estricta responsabilidad sobre mis actos y decisiones. Y esto es la ética como práctica efectiva, cuya praxis siempre se manifiesta a través del fenómeno moral como mediación. Algunas
de estas “mediaciones” son aprendidas y consensadas con mis
iguales, otras heredadas a voluntad o inconscientemente, e incluso incluyo
entre ellas las codificadas genéticamente. En este sentido, cada
persona es una combinación única entre N combinaciones posibles,
en donde N=infinito. |