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Las
necrópolis
Y
es que en la antigua Roma, si bien había
existido una necrópolis, generalmente
los cuerpos acababan reposando en los panteones
que bordeaban durante buena parte de su extensión
la Vía Apia. Los ricos elevaban sus
construcciones con las que no podían
rivalizar, ni muchísimo menos, los hombres
de recursos modestos, y hasta pobres, que terminaban
en las fosas comunes o en columbarios.
En
las páginas 62-63 de La casa
de las vestales, recopilación
de relatos de Steven Saylor, este autor nos
cuenta, por medio de una alusión intrascendente
a los embalsamadores de la Puerta Esquilina, que la necrópolis se encuentra más
allá de la misma, pero será en
la página 71 de la misma obra donde
nos presentará una vívida descripción:
Por la Puerta Esquilina se pasa de la ciudad
de los vivos a la ciudad de los muertos.
A
la izquierda del camino está la necrópolis
pública de Roma, donde se amontonan
casi juntas las tumbas de los esclavos y las
modestas sepulturas de los romanos pobres.
Hace mucho, cuando Roma era joven, se descubrieron
pozos de cal cerca de allí. Así como
la ciudad de los vivos se arracimaba alrededor
del río, del foro y de los mercados,
la ciudad de los muertos se extendía
alrededor de los pozos de cal, los crematorios
y los templos en los que se purifican cadáveres.
A
la derecha del camino están los pozos
negros en los que los habitantes de la Subura
y barrios colindantes arrojan sus basuras.
Toda clase de desechos se amontonan en los
fosos de arena. vajilla y muebles rotos, restos
podridos de comida, prendas desechadas, sucias
y rasgadas que ni siquiera un mendigo querría
usar. Aquí y allá, los guardianes
encendían pequeñas hogueras para
quemar los desechos, luego echaban arena sobre
los rescoldos con un rastrillo.
El
ambiente desolador de la necrópolis
es bastante realista. Allí eran enterrados
los esclavos y los romanos pobres. Debe recordarse
aquí que había dos clases de
lugares para enterramiento: públicos
y privados, pero ambos fuera de las murallas
de Roma, ya que salvo las vestales y los emperadores,
nadie podía ser enterrado intramuros
so pena de algún castigo. Los lugares
públicos eran en este tiempo de dos
clases: para hombres ilustres, quienes eran
enterrados en el Campo de Marte, y para ciudadanos
pobres, enterrados más allá de
la Puerta Esquilina, como dice Saylor, es
decir, en el Campo Esquilino donde estaba la
necrópolis que describe el autor americano
como un lugar caótico y atroz donde
los cuerpos eran depositados en pozos o pequeñas
cavernas llamados puticul, como
los definió Varrón en De
lingua latina2.
Como es lógico pensar, este lugar en
el Campo Esquilino llegó a convertirse
en un lugar infecto que posteriormente fue
comprado por el célebre filántropo
Mecenas y convertido en unos esplenderosos
jardines entre los que construyó una
magnífica mansión3.
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