|
Seré tu espejo vacío
Hay una muerte lenta que primero es vacío.
Pensemos en el teleespectador5 que pasa horas con el aparato encendido. Antes, la radio impactaba por el realismo que lograba transmitir, después se convirtió para muchos en un acompañante musitando sonidos que casi nadie atendía, como la música de fondo de un restaurante que ofrece garantía de cierta clase, afortunadamente, pocas veces la radio trasmite una muerte lenta; el cáncer que ofrece la televisión es de un solo tipo, mata lentamente las neuronas que incitan al movimiento, y como buenas neuronas: no han de regenerarse.
Recaí en lo vacío de ser teleespectador, cierta vez en que un sobrino mío me contaba lo que iba a pasar en cada comercial, el niño sabía completamente cada detalle, recitaba las frases indignándose incluso si algo no le gustaba porque lo habían cambiado. Cuando se es un infante, toda la información que se precipita sobre uno se queda plasmada, como un lienzo que contiene y representa la realidad que le rodea, el niño digiere la información y la procesa de una forma muy curiosa, así, la entrada y salida del sistema niño-espectador puede ser, en muchos casos, lo mismo, ni siquiera se le puede llamar a esto un aprendizaje de carácter existencial, padeciendo vívidamente las cosas, puesto que éste opera a un nivel mucho más básico, sin embargo, el aprendizaje frente a la pantalla le ofrece ciertos elementos que han de permear su personalidad de una textura un tanto parca pero efectiva. La experiencia que uno tiene frente a la pantalla es tan fundamental actualmente, que no es posible afirmar que exista alguien que no haya adquirido cierta directriz por medio de ésta; si se proviene de una familia que asume como pretexto el reunir a todas las partes que la conforman, precisamente alrededor de ese singular aparato, la textura efectiva y efectista será mucho más marcada.
La televisión en un principio se entendía como un paso más hacia el progreso humano, pues reducía distancias y daba la oportunidad de estar al día, además de distraernos, ahora ofrece modelos de humanidad de todas partes, se instaura en la conciencia colectiva el prejuicio de que la televisión "educa", y cada miembro de una familia o grupo humano se ha de quedar con la parte que le corresponde. Los noticieros buscan primordialmente el efecto, pero ¿de qué tipo?, el que cree expectativa, angustia, indignación, solidaridad, optimismo, furor, etc., pero claro: todo de manera un tanto "morbosa" y enmascarada, pues la verdad de los hechos radica en la creencia incuestionable del espectador, el concepto de objetividad en los medios es una variable volátil, espuria muchas veces. Cada programa de entretenimiento busca sólo una meta: mantener al espectador lo más atento posible, no importando si ha de atentarse contra sus valores, creencias, ideología, o simplemente sus preferencias concretas, y esto a pesar de la supuesta censura, que no hace más que agrandar el morbo, y disfrazar con máscaras de seda el mensaje que va directo a nuestro inconsciente, de ahí el apostar por la audiencia, medir el rating, como sinónimo de que la mayoría acepta lo mostrado, lo dicho con palabras plásticas. Un programa es exitoso en la medida de que tenga más audiencia, así, lo fácil de digerir, aquello que es ligero, aunque grotesco o medio amorfo e insustancial es lo más efectivo, y por ello, lo que ha de tener más éxito. De aquí el gran acierto de los "talk-shows", los "reality-shows", las telenovelas, por sólo mencionar a los más representativos, donde siempre habrá buenos y malos, ricos y pobres, feos y hermosos, lágrimas y risas, en fin, cualquier conjunto de bipolaridades cuyo fin es llevar al espectador de un polo a otro, hacerlo que rebote su criterio e independencia frente al espejo-pantalla que se le presenta, y se vea reflejado, se identifique con la o el protagonista, empeñe su atención para el otro día, y olvide parte de sus verdaderas funciones, a caso ni siquiera las más mundanas, pues todos deseamos saber lo que va a ocurrir, aunque la mayoría de las veces eso ya es predecible desde el principio, ya no hay arquetipos televisivos, ni siquiera tipos, únicamente estereotipos, modelos insulsos de humanidad, y lo más curioso de todo esto radica en que los modelos que se nos presentan son tan insípidos, la gente involucrada tan ordinaria, las producciones tan ostentosas, que lo único que hace la mayoría es resignarse ante tal acontecer, la voz de las colectividades es verdadera democracia en muchas de las instancias que tienen mayor impacto.
La persona que habita la pantalla del televisor es privilegiada, pues es feliz y lo transmite cada vez que aparece en ésta, eso lo supone la mayoría de los teleespectadores, pues aunque llore su llanto es sublime, ya que lo está mostrando, y mostrarnos frente a otros y convencerlos de algo supuestamente es una satisfacción de lo más excelsa, dado el signo de los tiempos, incluso el político o el predicador han sabido aprovechar tales efectos, de ahí que desde niño uno aprenda a reaccionar con modelos estándares, teletipos humanos.
****
En cada cigarro que el fumador ingiere está restándose unos minutos o segundos de vida, éste lo sabe, sin embargo, no está dispuesto a privarse de cierta sensación placentera, no ocurre lo mismo con el individuo que ha consumido un programa televisivo más. Ni siquiera podría decirse que sabe la manera en que la televisión está asesinándolo lenta y efectivamente. No salgo de casa pues quiero mirar mi serie favorita, llego temprano para ver con mi familia el programa de concursos que supuestamente nos encanta, y eso porque no hay nadie que no lo vea, enciendo el televisor a mi hijo para que se entretenga, deben gustarle los dibujos animados pues es un niño, y a todo niño le gustan las caricaturas, pero ¿dónde supe eso?, en la televisión misma, ahí me "eduqué", y ahí pretendo que se "eduque" mi hijo, porque la mayoría de mis ideas, vivencias y emociones provienen de ahí, de aquella pantalla obtuve mi primera formación sentimental, ella me acompaña varias veces al día, en las mañanas, tardes, comidas, noches, o incluso madrugadas de insomnio, es un buen aliciente para no estar conmigo, el mejor pretexto de la actualidad para suponer que no se está solo, aunque el estar frente a la pantalla me haga verme como un cadáver con ojos de faro.
De esta manera, asisto a un funeral lentamente, y mis expectativas y alcances se van reduciendo cada vez más. Me mantengo informado de lo que pasa a mi alrededor pero sin ser partícipe de ello, no soy un actor del acontecer, los actores son los que aparecen en la pantalla, y si yo llegara a aparecer ahí, sería una experiencia extraordinaria en mi vida, pues habría de convertirme también en un participante, y eso por supuesto es ser parte del mundo; antes los íconos correspondían a una estatua, imagen, amuleto, ahora éstos son los que nos llegan como un ejército de fotones, y los convertimos en un modelo de cordura y humanidad.
Hay una muerte lenta en nosotros, es cierto, pues nos pasamos confinados frente a una pantalla un tiempo considerable, durante el cual podríamos visitar nuevas tierras, asistir a erupciones, o simplemente caminar de la mano de alguien, y no permanecer sentados en una habitación, tomados de la mano cierto, pero con la vista hacia el frente, como mirando hacia un punto que sólo es vacío.
|
|