1 Enero de 2001 Vol.2 No.1
Semblanza de Manuel Peimbert Sierra

El Dr. Manuel Peimbert Sierra afirma que "los astrónomos trabajamos de sol a sol", pues "en el momento que se mete el sol, ya se pone uno a trabajar, observando la mayoría de los objetos del universo hasta que vuelve a salir el sol". No obstante, hay unos cuantos astrónomos que se dedican a observar el sol. Ellos también trabajan de sol a sol, pero durante el día, mientras que la mayoría trabajamos durante la noche".

El Dr. Peimbert es físico egresado de la Facultad de Ciencias. En la Universidad de California, en Berkeley, realizó sus estudios de maestría y doctorado. Es investigador titular de tiempo completo en el Instituto de Astronomía de la UNAM.

Recibió el Premio Universidad Nacional en 1988 en la rama de la investigación en ciencias exactas. Entre otras distinciones, también recibió el Premio de Ciencias de la Academia de la Investigación Científica "Arturo Rosenblueth" en 1971; la medalla "Guillaume Budé" del Colegio de Francia en 1974, y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de las ciencias físico-matemáticas y naturales en 1981.

Es colaborador en publicaciones especializadas internacionales, como The Astrophisical Journal, Astronomy and Astrophysics y la Revista Mexicana de Astronomía y Astrofísica. Destacan entre sus temas de investigación la materia interestelar y la de las nebulosas ionizadas, como Orión; la composición química y evolución de las galaxias, y la abundancia pregaláctica o primordial de helio.

Manuel Peimbert estableció que el 23% de la masa existente en el universo es de helio y el 77%, de hidrógeno, aportación que hizo a los 33 años.

Recuerda que cuando era niño, sus profesores, entre otras personas, opinaban que "únicamente los genios pueden hacer investigación. Es una actividad para unos pocos y si uno no es superdotado, mejor que se dedique a otra cosa". Sin embargo, después de conocer a investigadores de otros países, opina que los hay desde muy brillantes, hasta por debajo de la inteligencia promedio. Para hacer ciencia, afirma, se requiere tener pasión por ella. Un científico puede ser bueno si tiene gusto por su trabajo.

De niño, continúa el doctor Peimbert, le interesaba el juego de las canicas. Recuerda su colonia, la Crédito Constructor, donde había dos ríos a los que frecuentaba para jugar. Sus amigos le ayudaban a poner piedras para lograr que subiera el nivel del caudal, lo que les permitía chapotear. Además del recuerdo del "pequeño riachuelo", tenía el interés por leer, más que por observar las estrellas. Reconoce que cuando niño no tenía la pasión o la vocación por la astronomía, sino el gusto, además de leer, por ir al cine y convivir con sus amigos en las calles, lo que disfrutaban porque entonces los automóviles no invadían la ciudad de México.

En el primer año de su carrera el doctor Peimbert llevó astronomía como materia optativa, al igual que su amigo Gerardo Bátiz, con quien se dirigió al observatorio de Tonanzintla para buscar trabajo, aunque confiesa que no en el sentido remunerado, sino con el fin de ayudar a los astrónomos, para lo que creían tener la capacidad: "No teníamos la menor idea, todavía, de qué se trataba, ni qué conocimientos necesitábamos, pero con nuestra ingenuidad o inocencia de los 16 ó 17 años, llegamos a Tonanzintla a decir que queríamos ayudar".

Al ser recibidos, se les propuso un proyecto de investigación, el cual los llevó a descubrir un conjunto de nebulosas planetarias. "Entonces publicamos la nota y un astrónomo checoeslovaco hizo un catálogo con todas las nebulosas planetarias. De acuerdo a la costumbre, a la tradición, puso el nombre de los descubridores a todos los objetos. Los objetos que encontramos Gerardo Bátiz y yo se llaman nebulosas Peimbert-Bátiz".

Este hecho, asegura el doctor Peimbert, despertó su pasión por la astronomía. Se dio cuenta de que sin una gran preparación les fue posible encontrar cosas nuevas. Recuerda el doctor Peimbert que el escribir su primera nota sobre los descubrimientos que logró con Gerardo Bátiz, le produjo "una satisfacción enorme". Considera que este hecho fue fundamental para encausarse en la astronomía.

Qué hace un astrónomo, así como a qué se dedica un físico, son preguntas que, en opinión del doctor Peimbert, se hacen personas con poco conocimiento sobre el tema, quienes, inclusive, opinan que si no son actividades "para que baje el precio del kilo de la tortilla", no son importantes para el país. Señala que hay muchas respuestas a estas preguntas, desde las muy generales, hasta las particulares. Los astrónomos, explica, "queremos saber qué es lo que está pasando en el universo", mientras que los físicos se dedican a resolver problemas de laboratorio. Los astrónomos se ocupan del "estudio de todo el universo, todo lo que hay en el universo y, en cierta medida, del pasado, el presente y el futuro del universo, que tiene mucho que ver con la identidad humana".

El doctor Manuel Peimbert explica: "los átomos que forman nuestros cuerpos, los átomos de todos los objetos en este cuarto, han sido producidos por reacciones nucleares en el interior de las estrellas. Expulsan estos átomos al medio interestelar y luego éstos se combinan, se juntan con otros, para formar moléculas, partículas de polvo. Posteriormente, también pueden formar planetas. En los planetas, todos estos átomos son capaces de producir microorganismos y luego organismos complejos, personas y ciudades. Esto quiere decir que todo lo que somos, se lo debemos a las reacciones nucleares que se dan en el interior de las estrellas".

En el siglo XIX, señala, casi toda la astronomía era observacional, pues no era abundante la teoría. Actualmente la mayoría de los astrónomos se ubican en un lugar intermedio, entre un teórico puro y un observador puro. En este sentido se refiere a que los astrónomos deben saber elementos de observación, con el fin de tomar en cuenta la mejor información e identificar posibles errores, mientras que un observador debe saber de teoría para hacer descubrimientos relevantes. Si un astrónomo, cita como ejemplo, obtiene los datos de seis noches de observación, éstos pueden significar trabajo para un año o dos, es decir, de interpretación de los espectros y las fotografías directas, cuyo análisis puede realizarse en muchos meses.

Un astrónomo típicamente observacional, aclara el doctor Peimbert, examina el cielo de diez a quince noches por año, máximo veinte. Por su parte, los astrónomos teóricos no observan nada. Agrega que un poco en plan de broma se dice "que un buen teórico puede explicar cualquier observación, pero esto quiere decir que también se puede equivocar. Si un astrónomo hace una observación mala y se la hace llegar al teórico, éste la puede justificar. Entonces tendríamos una teoría incorrecta. De aquí se deduce que los buenos teóricos son los que reciben buenos datos y buenas observaciones.

El doctor Manuel Peimbert asegura que San Pedro Mártir, Hawaii y Chile, son los mejores lugares en el mundo para la observación astronómica. México cuenta con el observatorio de San Pedro Mártir, dentro de un parque nacional en el hemisferio norte, de aproximadamente treinta kilómetros de este a oeste y cuarenta kilómetros de norte a sur, con las condiciones propicias para esta actividad. Debido a que es una zona sin agua, no hay ninguna población alrededor, además de que el cielo es muy oscuro. Señala que la UNAM apoya a astrónomos extranjeros con tiempo de observación en San Pedro Mártir. Esto da la seguridad a los cosmógrafos de la Universidad, para solicitar tiempo en observatorios de otros países. Agrega que "entonces los astrónomos mexicanos tenemos tiempo de telescopio en observatorios japoneses, norteamericanos y europeos, aunque esto resuelve el problema de unos cuantos astrónomos mexicanos, porque no es la solución para una escuela mexicana de astronomía".

En relación con los astrónomos jóvenes, señala que en México son necesarios instrumentos de primera, con el fin de que los científicos en desarrollo no tengan que esperar muchos años para competir por tiempo de telescopio en observatorios extranjeros. Sobre el nivel de preparación de los astrónomos, el doctor Peimbert expresa que hay grandes diferencias entre investigadores. Para él los hay regulares, buenos, brillantes y muy brillantes. Los investigadores muy brillantes, indica, generalizan sus resultados y hacen descubrimientos antes que otras personas, pero son unos cuantos.

En su gran mayoría, prosigue, los investigadores son personas como en todo el mundo, que encuentran resultados importantes gracias a tres factores. Uno de ellos es trabajar todos los días, pues debe quedar de manifiesto la pasión por lo que se hace. Una persona con inteligencia promedio, que trabaja todos los días, puede encontrar resultados que le permitirán hacer contribuciones importantes a la ciencia. Otro elemento muy importante es la buena relación con colegas para estar en contacto con la frontera de la ciencia, es decir, estar al pendiente de lo que hacen los demás e identificar lo ya hecho y lo que falta por hacer. Un tercer factor, expone, es el acceso a la instrumentación nueva, pues con ello las primeras observaciones que haga el astrónomo serán muy superiores a las ya realizadas. Con la combinación de estos tres elementos, afirma, el científico puede hacer hallazgos que ya lo estaban esperando. Para esto, no se necesita ser un genio, aunque sí una persona con la visión para darse cuenta de la existencia de hechos importantes, así como la capacidad para estar en contacto abierto con la investigación y tener un buen instrumento.

En torno a la existencia del universo, el doctor Peimbert dice que uno de los problemas más importantes o más trascendentes sobre la evolución química, es la transformación misma del universo en su conjunto. Al respecto, dice que la teoría en boga en este momento es la de la gran explosión.

Con la teoría de que las galaxias se alejan unas de otras, expone, y haciendo una observación a través del tiempo, tenemos que en el pasado estaban más juntas entre sí. Si nos remontamos aún más en el tiempo, continúa, veríamos a todas las galaxias en un mismo lugar. Señala el doctor Peimbert que es en este momento, según se dice, cuando se originó la gran explosión. Un segundo después de ésta, la temperatura del universo fue de 10 mil millones de grados Kelvin, la necesaria para producir reacciones nucleares, en un universo formado fundamentalmente por protones, electrones, positrones y neutrinos, con la ausencia de elementos pesados y helio. Cuatro minutos después, indica, la temperatura disminuyó a 800 millones de grados Kelvin. Con este calor, fue posible, a partir del ciclo protón-protón, la formación de helio. El volumen de hidrógeno y helio, con el que finalmente quedó conformado el universo, dependió de su propia densidad y de la rapidez de la expansión.

El doctor Peimbert apunta entonces que hay distintos modelos de gran explosión con diferentes densidades. Si a la concentración de 25% de helio y 75% de hidrógeno, le damos otros porcentajes, estaríamos viviendo en un universo diferente. La formación abundante de helio, es un indicio de que el universo es muy masivo y de que hay la probabilidad de que la expansión se va a detener, para posteriormente continuar y dar lugar a una contracción. Con la formación de poco helio, en contraste, el universo siempre va a estar en expansión, debido a que es poco denso.

Expone que su actividad consistió en observar galaxias con distinta contaminación, debida a elementos pesados. Descubrió que el 23% por masa era helio y el 77%, hidrógeno. Entonces, si las partículas del universo son como las de un cuarto de oficina, los fragmentos pertenecen a la tabla periódica de los elementos, indica. Así, de la teoría de la creación continua de materia se desprende que todos los elementos los formaban las estrellas, con la ausencia de helio. La existencia de este 23% de helio, que no es producido por las estrellas, es una gran contribución en favor de la teoría de la gran explosión, en oposición a la creación continua de materia.

En opinión del doctor Peimbert "la teoría de la creación continua de materia es muy bonita porque establece que el universo observado es infinito y que siempre se va a ver igual como ahora. Entonces cumple con un principio filosófico, que se llama cosmológico perfecto, que advierte que no vivimos en un tiempo y lugar privilegiados. Es un punto de vista o teoría mucho más agradable que la de la gran explosión, que sugiere un momento privilegiado en el cual se inició la expansión.

El doctor Peimbert afirma que en estos momentos hay una pregunta importante para los cosmólogos: ¿es el universo observable todo lo que existe o hay un número infinito de universos? Reconoce que le gusta mucho la teoría del número infinito de universos, porque es acorde con el principio cosmológico perfecto. El universo en su conjunto empezó su expansión hace 15 mil millones de años. En este universo enorme, revela el doctor Peimbert, están surgiendo miniuniversos, por lo que el nuestro podría ser uno de ellos, mientras que otros se expanden, se contraen o nacen. De ser así, tendríamos una teoría armónica con el principio cosmológico perfecto. En apariencia, al encontrar que el helio primordial existe, se apoya la teoría, más restringida, de la gran explosión, en contraste con la más general de la creación continua de materia. Si es válida la teoría de un número infinito de universos, entonces no habría oposición entre un universo infinito y la gran explosión.

Por otra parte, en relación con la enseñanza, el doctor Peimbert señala que el profesor de clase debe ser, hasta cierto punto, un actor de teatro: tener buena dicción, conocer bien el material, crear suspenso en la clase y motivar a los estudiantes. Se requiere todo el conocimiento en torno a una cultura general, para transmitirlo a los jóvenes que empiezan o que todavía no encuentran una vocación. El maestro debe ser lo más espectacular posible, agrega. A manera de ejemplo cita al excelente matemático Guillermo Torres, de quien recuerda haber recibido "clases preciosas". Al hacer memoria sobre este distinguido profesor, menciona que ante cualquier pregunta, por muy rara que fuera, o incorrecta, "siempre la transformaba en una pregunta muy elegante. Entonces el estudiante decía: soy un genio haciendo preguntas, las cuales le eran contestadas con una habilidad magistral. De esta manera el estudiante se da cuenta de que está participando. Si no existe esta relación de preguntas y respuestas entre el estudiante y el profesor, la clase no se da". En este sentido afirma que "es un poco como la función de teatro sin público. Se necesitan los aplausos, los gritos y 'los tomatazos', para que la función sea completa. Me gustaría ser un gran actor a la hora de dar mis clases".

El doctor Peimbert afirma que en su familia siempre ha existido un gran amor por la Universidad, desde Javier Barros Sierra, tío suyo. Es en su seno familiar donde siempre se ha creído que, en gran medida, el problema de México es una cuestión de educación, agrega.

Cree que México, como nación, es dependiente de los países desarrollados. Por este motivo considera como una actividad central el que nuestro país sea independiente, para lo cual "necesitamos tener una educación de primera", no sólo para unas cuantas personas, sino para toda la sociedad, es decir, "que cualquier persona tenga el derecho y la posibilidad de realizar sus sueños a través de la educación. El que nosotros podamos crear nuevo conocimiento, ayuda en esta dirección".

En relación con la ciencia, opina que todas las disciplinas están relacionadas entre sí, como la astronomía con las matemáticas y éstas con la biología y la física, pues el avance en una de las ciencias repercute en las demás. También opina que la ciencia guarda una relación con la tecnología, porque el avance de ésta obedece al mismo progreso del conocimiento. Debido a que a su vez la tecnología está relacionada con la economía, es decir, con el bienestar del país, prosigue el doctor Peimbert, un investigador que hace ciencia básica o abstracta, de alta calidad y con seriedad, está contribuyendo en el desarrollo de México.

El hecho de que en México tengamos, optimistamente, como lo califica él mismo, un científico por cada 10 mil habitantes o 10 mil científicos profesionales, no significa que en otros países con 20 ó 30 científicos por cada 10 mil habitantes haya más talento, que sean 10 ó 20 veces más inteligentes que nosotros. Se trata, dice, de una estructura diferente, porque en México hay mucho intelecto. Si a estas personas con mucha capacidad no se les da una educación, no llegarán muy lejos. En este sentido se refiere a "la vieja historia de que si Einstein hubiera nacido en el Amazonas, pues sería una cabecita en un escritorio de Nueva York, que nunca hubiera producido la teoría de la relatividad". Sostiene entonces que el medio ambiente ejerce una gran influencia, dentro del cual "la educación tiene mucho que ver".

En torno a la evolución del conocimiento, el doctor Peimbert concibe el mundo en un cambio vertiginoso de la información, que transforma rápidamente la enseñanza. De esta forma, "si no tenemos investigación en las universidades, no vamos a adaptarnos al cambio que exige la modernidad. Formar científicos es un proyecto de 10, 15 ó 20 años. Si se retira el apoyo a la ciencia durante uno o dos años, lo perdido no es posible reponerlo en uno o dos años de doble apoyo, porque en tal situación los jóvenes que pretenden estudiar una carrera científica suponen la falta de trabajo y la carencia de apoyo, por lo que deciden buscar otra opción, incluso en otro país. De esta manera perdemos a toda una generación de nuevos estudiantes".

Señala que el gobierno debe ser consciente de que no puede haber fluctuaciones y de que los programas no pueden ser sexenales, sino transexenales, de largo plazo. Además opina que si hay problemas monetarios, se les debe preguntar a los científicos la manera de ahorrar sin sacrificar la formación de nuevos investigadores y el desarrollo de la ciencia.

En una postura a favor del trabajo científico, el doctor Manuel Peimbert manifiesta que a pesar de "que cuesta mucho dinero la investigación", cuesta más no hacerla, pues "nos hace más dependientes del extranjero y nuestro salario se va para abajo, debido a que seguimos pagando mucho más por los productos y opciones que hay en otros países".

Haciendo referencia a la falta de oportunidades para recibir una educación, el doctor Peimbert cuenta que "en el camino se quedaron personas más inteligentes que yo, quienes con una situación económica diferente, un apoyo o una sociedad distinta, hubieran llegado muy lejos. En México, muchos de los jóvenes que limpian parabrisas y venden chicles en las esquinas, podrían llegar más lejos si tuvieran una educación adecuada. Ese es un problema de toda la sociedad, de todos nosotros, que debemos tratar de resolver".

 


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