10 de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079
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Auschwitz es el pasado, el presente y el futuro de la humanidad...

Hans alias Jean

“Hans Mayer, alias Jean Améry... entre estos dos nombres se desarrolla su vida sin paz y sin búsqueda de paz.” (Primo Levi, Los hundidos y los salvados, 109) Así, con estas breves palabras, Primo Levi describe a su excompañero de barraca en Auschwitz; entre estos dos nombres se juega toda una vida signada por el dolor y el resentimiento, una vida que, una vez atravesada por el campo, no volverá a ser nunca más la misma, porque como bien escribe el propio Levi, no hay en este hombre una intención de encontrar sosiego. La herida se mantendrá abierta, supurando siempre ese rencor del que Améry-Mayer no querrá desprenderse. El resentimiento se convertirá en “patria”, en su heimat, su principal seña de identidad. De ahí la transformación del nombre, como si a cambio de éste pudiese cambiarse también de piel para renacer otro. El gesto será infructuoso; Hans Mayer, alias Jean Améry no logrará su objetivo, su nombre de “judío de Auschwitz” quedará para siempre inscrito en su historia y en su cuerpo, en ese nuevo nombre que no le es del todo ajeno. Améry, anagrama de Mayer, conservará de manera oculta esta identidad primera: en su odisea por devenir otro, no podrá eludir el hecho de que ese Jean Améry recogerá los remiendos de su nombre anterior, las desgarraduras del Mayer del campo. No hay, sin embargo, en esta aparente ruptura con la identidad pasada un auténtico rompimiento con la identidad anterior; muy por el contrario, pareciera que esta transformación no hablara de otra cosa sino justamente de la lucha por deshacerse de ese nombre pasado, en el fondo, de la experiencia del deportado. Los nazis lo mantuvieron dos años en diversos campos de concentración, los nazis mancillaron ciertamente su nombre, pero es Jean Améry quien decide imponerse una mutilación aún más sutil. Dejar atrás su nombre de pila, ocultarlo de manera subrepticia, para iniciar un recorrido que, desafortunadamente, no lo conducirá a la “salvación” (aunque ésta no exista como realidad total), sino que justamente será el que lo arrastre por el tortuoso camino del rencor y del resentimiento. Améry no logrará escapar nunca al número de su antebrazo y, con él, a su antecesor, Hans Mayer; éste lo perseguirá hasta el fin de sus días.

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