10 de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079
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El "escucha Israel" no me conmueve...

Lo que ha sucedido, ha sucedido

"Lo que ha sucedido, ha sucedido. Pero el hecho de que haya sucedido no es fácil de aceptar. Yo me rebelo: contra mi pasado, contra la historia, contra un presente que congela históricamente lo incomprensible y con ello falsea del modo más vergonzoso. Ninguna herida ha cicatrizado, y lo que en 1964 parecía a punto de sanar, vuelve a abrirse como una pústula” (Améry, 46) Este pus le impedirá llevar una vida, ya que la estancia en el campo le habrá arrebatado la posibilidad de volver a vivir en armonía con su espíritu. Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia, es el resultado de una reflexión profunda sobre la vida en los campos, no se trata, como lo dice Améry, de una crónica documental sino que “me he propuesto meditar sobre la confrontación entre Auschwitz y espíritu.” (Améry, 52) Porque justamente en ese espacio donde se ejerce una fuerza totalitaria, no hay lugar para el cuerpo ni para el espíritu, en el campo se es sólo carne rebajada a su último recurso por medio del hambre y la tortura. Lo que interesa a Améry es la vida del intelectual en los campos de concentración, la forma particular en que el ”hombre de espíritu” responde al maltrato y la tortura, ya que, de acuerdo con él, la vida del intelectual en los campos fue mucho más difícil que la del hombre común. Por ello, como escribe Améry: “El principio de tolerancia espiritual y la duda metódica del intelectual se volvieron factores de autodestrucción.” (Améry, 66) Opinión que habría que tomar con una cierta distancia; es cierto que el hombre común acostumbrado al trabajo manual se adaptaba con menor dificultad al trabajo del campo, pero ambos, me atrevería a estar en desacuerdo con Améry, se las tenían que ver cotidianamente, no con la muerte, sino con el cotidiano proceso del morir. Este “morir” no era prerrogativa única del intelectual sino de todo prisionero de la tortura nazi. Es el padecimiento cotidiano el que unifica justamente a cierto tipo de “habitante” del campo ya que “sólo en la tortura el hombre se transforma en carne: postrado bajo la violencia, sin esperanza de ayuda y sin posibilidad de defensa, el torturado que aúlla de dolor es sólo cuerpo y nada más” (Améry, 98). Además, habría que contemplar a una serie de autores que “dicen” lo contrario: Primo Levi, Jorge Semprún, Imre Kertész, Bruno Bettelheim, son sólo algunos ejemplos de intelectuales que no sólo sobrevivieron a la tortura de los campos, sino que además fueron capaces de transmitirla, escribiéndola”, y que tuvieron la fuerza de mantener viva la memoria de la atroz experiencia. El hombre de espíritu, en este sentido, no sería, como lo quiere Améry, más frágil sino quizás más consciente del horror y de la degradación.

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