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     El 
        telescopio Hubble que orbita la Tierra, propuesto originalmente por el 
        astrónomo americano Lyman Spitzer, es el aparato científico 
        más costoso de la historia humana, cuando se lanzó el 25 
        de Abril de 1990, su costo alcanzaba los 1500 millones de dólares, 
        sin embargo con el paso de los años ha habido necesidad de hacer 
        ajustes, correcciones de órbita e incluso se han sustituido algunos 
        de los componentes originales de los espejos y de los sistemas de transmisión 
        de la información, de la que recibimos 14 000 megabytes 
        cada día, y ello ha incrementado el costo total en forma importante. 
         
       ¿Por 
        qué invertimos tantos recursos en un aparato de observación 
        astronómica? Tal vez la respuesta está en la misión 
        encomendada al gran telescopio: 
      
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          Explorar el Sistema Solar 
 
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          Medir la Edad y el tamaño del Universo
 
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          Buscar nuestras raíces cósmicas 
 
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          Graficar la evolución del Universo y
 
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          Desentrañar los misterios de las galaxias, Estrellas, Planetas 
          y de la vida misma.
 
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          O dicho de otra forma, a grandes preguntas, grandes inversiones. Si 
          queremos encontrar las respuestas, debemos apoyar a la ciencia, proporcionándole 
          a los científicos los recursos suficientes y necesarios.
 
       
      Hay 
        quienes piensan que el gasto en investigación es fútil, 
        nada más alejado de la verdad, la Historia nos demuestra una y 
        otra vez, cómo el apoyo económico a la investigación 
        y a las Universidades, conduce al desarrollo de las naciones y a la solución 
        de los grandes problemas humanos.  
       Sin 
        embargo, eso no lo explica todo, no lo justifica a los ojos de políticos 
        y planificadores de la investigación. Tal vez la respuesta radica 
        en aquella región del cerebro que nos distingue de otras formas 
        de vida planetaria, la corteza cerebral, con un número fantástico 
        de neuronas y conexiones sinápticas y en cuya esencia se encuentra 
        la Res cartesiana, el cogito ergo sum , que nos dice, “pensamos, 
        luego existimos”, que nos señala qué somos, qué 
        nos hace conscientes, y esta conciencia humana, esta conciencia planetaria 
        y cósmica, encuentra su razón de ser y de existir en la 
        búsqueda de la verdad, en nuestra sed infinita de conocimientos, 
        la que nos demuestra con alegría, como en la Oda de Schiller en 
        la Novena Sinfonía de Beethoven, lo admirable y sorprendente que 
        es, ser humano.  
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