10 de mayo de 2004 Vol. 5, No. 4 ISSN: 1607 - 6079
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Los Telescopios

La astronomía, ciencia que trata de cuanto se refiere a los astros, y principalmente a las leyes de sus movimientos, requiere del monitoreo constante del cielo en la búsqueda de objetos no estudiados o de aspectos y detalles de otros ya estudiados que permitan entender sus orígenes y su evolución. Una herramienta fundamental en este trabajo es el telescopio.

La función fundamental del telescopio es recolectar la luz procedente de los objetos celestes, logrando una imagen amplificada de ellos, de manera que una característica importante a considerar en un telescopio es su tamaño: Cuanto mayor sea el diámetro de un telescopio, mayor será la cantidad de luz que es capaz de recolectar. De hecho, la cantidad de luz recolectada es directamente proporcional al área de recolección. Es decir, duplicar el diámetro de un telescopio implica cuadruplicar la capacidad de colección de luz.

Por otra parte, dado que los objetos celestes emiten radiación electromagnética de diversas longitudes de onda (la luz es radiación electromagnética), otro aspecto a considerar en un telescopio es el intervalo de longitudes de onda en el que va a utilizarse. Así, por ejemplo, la mayoría de los telescopios que emplean los astrónomos aficionados están pensados para usarse con luz visible.

La UNAM cuenta actualmente con 4 telescopios de uso científico que se emplean con luz visible e infrarroja. Tres de ellos, de 0.84 m, 1.5 m y 2.12 m, se encuentran ubicados en el Observatorio Astronómico Nacional en la Sierra de San Pedro Mártir en Baja California y el cuarto, de 1 m de diámetro, se encuentra en Tonantzintla, Puebla. Pero, existen, por ejemplo, los telescopios que se utilizan para estudiar ondas cuya longitud es similar a la de las ondas de radio que se emplean en telecomunicaciones. Estos son los radiotelescopios. También existen los telescopios que estudian luz ultravioleta, los cuales tienen que trabajar en el espacio, pues la atmósfera no permite el paso de la radiación cuya longitud de onda sea menor que 300 nanómetros (un nanómetro en la milésima parte de una micra). De hecho, aunque el Universo emite luz en todas las longitudes de onda del espectro electromagnético, la mayor parte no nos llega a la superficie de la Tierra, pues la atmósfera se encarga de bloquearla.