10 de octubre de 2004 Vol. 5, No. 9 ISSN: 1607 - 6079    
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La plaza donde deambula la muerte

Sabemos que bajo la máscara o el maquillaje hay una cara, y que bajo la cara portamos nuestra calavera. Para otras culturas, este hecho se evidencia muy escasamente, pero nosotros --mexicanos mestizos que abrevamos en al menos dos culturas-- este recurso atávico de sobreponer al rostro vivo la imagen de la representación de muerte se mantiene inalterado. La consigna Como me ves te verás se exacerba en el espejo que no fuera necesario sino porque esta calavera que se mira, tiene los ojos de quien la porta como máscara y acepta la condena de la imagen devuelta –las cuencas vacías— de su propio despojo. Tlatelolco es quizá uno de los lugares más significativos de México, si cabe la expresión, un paradigma del dolor; quiero recordar que éste fue el último producto de los mexica frente a los conquistadores en 1521, quiero recordar que en 1968 este fue el escenario de una masacre que aún permanece inexplicada –si acaso es explicable el baño de sangre--, quiero recordar las toneladas de escombro que apagaron miles de voces el 19 de septiembre de 1985; La muerte en Tlatelolco, una calaca de papel en jirones y una cruz de palo se ofrendan en un escenario de grandes edificios, la ausencia de personas, lo escaso del adorno y la composición que crea la apariencia de que el templete apuntala a los edificios contribuyen a la atmósfera de soledad y tristeza y al señorío de lo absurdo.