De Caballero a pastor Otro tiempo que gravita en torno a Don Quijote y con el cual él mismo tiene una gran afinidad es el tiempo ahistórico y mítico de la novela pastoril. Si el Quijote es en verdad una novela escrita para burlarse de las novelas de caballería y de las falsas crónicas, hay que admitir que también parecería ser una fábula hecha para exaltar y burlarse de las novelas pastoriles de la manera más equívoca. Cuando
Don Quijote muere, decide hacerse pastor. ¿No significa eso que
detrás de cada trovador cortesano, de cada poeta-pastor, detrás
de cada señorito disfrazado de pastor enamorado hay un caballero
andante que renunció a serlo? No olvidemos que la penitencia impuesta
a Don Quijote por el Caballero de la Blanca Luna (que no es otro que el
Bachiller Sansón Carrasco disfrazado) es un castigo imaginario,
una “terapia”, diríase ahora, “blanda”,
hecha de la misma tela ideal que el sueño heroico pero más
benigna y aparentemente recomendable pues en ella no entraría en
principio la violencia física. El pastor sería entonces
un caballero que dejó de serlo, un caballero jubilado, un paladín
en retiro. Por lo demás, las querellas del amor pueden llegar a ser literalmente mortales, como sucede en la Historia del curioso impertinente. El lector cae en la cuenta perversa leyendo esos pasajes que merodean el adulterio como instrumento de conocimiento de los contrapuntos argumentativos entre la lealtad caballeresca y el juego de las infidelidades que se despliegan y encadenan a lo largo de casi todas las novelas intercaladas y específicamente en la de “El curioso impertinente”.
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