Revista Digital Universitaria
10 de febrero de 2007 Vol.8, No.2 ISSN: 1607 - 6079
Publicación mensual

 
     

RDU

 
 
 
Era preciso dirigir expresamente una bocanada llena hacia el lugar donde flotara la Forma. Para cerciorarme de que Monroy todavía estuviera allí, solté humo sobre su silla. Había mudado: en lugar de Circunferencia, era ahora Rombo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

pilapapeles

 

   Encendió un cigarro. La sala empezaba a llenarse de humo, pero todavía no era suficiente para dejar ver, por sí mismo, las Formas Puras; era preciso dirigir expresamente una bocanada llena hacia el lugar donde flotara la Forma. Para cerciorarme de que Monroy todavía estuviera allí, solté humo sobre su silla. Había mudado: en lugar de Circunferencia, era ahora Rombo. Sapiro rió.

  ―Me temo que te han ganado de mano, amigo ―dijo.
  ―¿Monroy nos escucha? ―pregunté.
  ―¡Claro! Es lo más normal del mundo - -―repuso Cartoffel―. Estás y no estás, eso es todo.
  ―¡Quiero probar ya! ―dije mirando al Rombo―. Monroy: después serás todo lo Rombo que quieras. Es mi turno ahora.
  Chasqueé los dedos y Monroy apareció de piernas y brazos cruzados, mirándome con un reclamo.
-―Está bien ―dijo al fin.
 

  ―¿Cuándo lo consiguieron? ―pregunté.
  ―La semana pasada, aquí ―repuso Monroy lacónicamente.
  ―¿Cómo?
  Sapiro fue hasta la biblioteca, abrió las enormes puertas del sector donde guardábamos nuestros escritos y desde allí empezó a sacar pilas y pilas de papeles, desprolijamente apiñados unos sobre otros. Cartoffel fue en su ayuda y al fin, juntos, cargaron, arrodillados por el peso del papelerío, aquella torre vacilante que sobrepasaba con mucho sus cabezas. Gimieron en un último esfuerzo y consiguieron, al cabo, depositarla sobre la mesa redonda. El papel superior arañó el techo y descendió sin prisa, en un lento vaivén hasta quedar detenido sobre la mesa. Lo tomé entre mis manos. Era delgadísimo, casi transparente, el papel más etéreo que hubiese visto jamás, y en él no había otra cosa que no fueran círculos dibujados sin precisión geométrica. Era manifiesto que habían sido trazados a mano alzada. En el ángulo superior derecho de la hoja estaba escrito el número uno.

  ―Escoge al azar un papel de la pila ―me dijo Sapiro―. Nosotros la sostendremos para que no se venga abajo.
  Seguí diligentemente las instrucciones. Mientras las seis manos sostenían la torre irregular, extraje al azar un papel de entre los más bajos. Estaba numerado con el 1.382.766.
  ―¡Ah! ―exclamó Monroy al verlo―. El 1.382.766, lo recuerdo perfectamente bien. Ya estaba cerca de la Idea Pura de la Circunferencia.
  papeles

  Otra vez no había sino círculos; grandes, pequeños, concéntricos, superpuestos, pero ahora eran, al menos a simple vista, todos y cada uno de ellos de una perfección inobjetable. Nadie diría esta vez que habían sido trazados a mano alzada.
  ―¿Los has hecho tú? ―pregunté mirando a Monroy.
  ―Del primero al último. En el desván están los triángulos de Sapiro y los rectángulos de Cartoffel. Pero supongo que da igual ver esta pila o las otras.
  ―¿Puedo ver la hoja de más abajo? ―pregunté.
-
―¡Claro! ―repuso Monroy―. Es exactamente la 2.252.821. Pero es preciso que traslademos la pila hasta el borde de la mesa. Si no, no podremos sacar el papel de abajo.
  Lo hicimos. Después de una complicada maniobra, Sapiro extrajo la hoja 2.252.821, tan delgada y etérea como la primera de la pila.

 
   
 

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