Revista Digital Universitaria
10 de febrero de 2007 Vol.8, No.2 ISSN: 1607 - 6079
Publicación mensual

 
     

RDU

 
 
 




La danza de las volutas hizo reaparecer el cono que proyectaba la lámpara, pero para mi sorpresa, más allá del respaldo de la silla vacía, se hizo patente con el humo un Triángulo de luz que flotaba inmóvil.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   
Monroy golpeó ruidosamente la mesa con sus manos y volvió a gritar:
  ―¡Lo conseguimos! ¡Lo hemos conseguido, Tulp! ¡¡Hemos alcanzado las Formas Puras!!
  No podía creer lo que veía. Habíamos fundado El Club de los Idealistas Trascendentales en un país y un tiempo sin aliento metafísico; y que uno de nosotros usara capa, otro chaleco a la antigua, que hubiese en nuestra biblioteca rarezas y joyas que quizá nadie apreciaría jamás, me parecía, incluso a mí mismo, más una cofradía de locos hastiados, un refugio, que una empresa que pudiera llegar a conquistar algún día un resultado filosófico concluyente. Por eso estaba estupefacto, sin habla, mirando cómo el Triángulo flotante se desvanecía a medida que el humo lo abandonaba.

-―Te presento a Sapiro ―dijo Monroy, largó una nueva bocanada sobre el Triángulo y soltó una carcajada festiva mientras lo veíamos reaparecer, equilátero y etéreo―. ¡Y a Cartoffel! ―Entonces, dirigió el humo hacia la izquierda y pude ver esta vez aparecer intermitentemente un Rectángulo de luz.
  Sin poder contenerme, me incorporé, fui hasta el lugar de Sapiro, le eché otro poco de humo y atravesé con mi mano el Triángulo flotante, que sobrevivía impertérrito al pasaje de materia.

 

  ―Cómo es posible ―musité asombrado.
  ―¡Ésa es la pregunta, Tulp! ¡La vieja pregunta! “¿Cómo es posible?” ¿Lo ves? Ni el sabio de Königsberg ni el mismísimo Sócrates, que alcanzó a contemplar las Ideas Puras en plena serenidad, mientras bebía la cicuta, habrían imaginado jamás un grado de penetración metafísica tan profundo como el que hemos alcanzado aquí.
  Miré a Monroy con sospecha.
  ―Quiero ver ―dije―. Quiero ver cómo lo hacen. Quiero intentarlo yo mismo.
  ―¡Claro, hombre! ―repuso sin vacilar Monroy, chasqueó los dedos y al punto apareció Sapiro, de pie, con las manos abiertas como diciendo Voilà!, justo detrás del respaldo de su silla. Me miró con sorna, desvió los ojos divertidos hacia Monroy y chasqueó él mismo los dedos. Monroy desapareció, dejando caer el cigarro sobre su silla. A los pocos segundos, las volutas dejaron ver en su ascenso una Circunferencia de luz perfecta, flotante, inmóvil.
  Miré estupefacto a Sapiro.
  ―Que nadie diga ya que no es posible ver las Formas Puras ―sentenció y tomó el cigarro caído­―. Yo creo que a ti te iría bien el Paralelogramo, Tulp. ¿Probamos?
  ―S… sí, pero es que no sabría cómo hacerlo.
  ―Ah, facilísimo. ¿Qué te gustaría ser?
  ―No sé. Un Rombo, tal vez.
 -―Bien, Rombo serás. Pero necesitamos a Monroy o a Cartoffel de regreso. Por ahora no sabemos qué puede pasar con varias Formas Puras coexistiendo en el tiempo-espacio durante un lapso prolongado ―explicó Sapiro y chasqueó los dedos.
  Entonces apareció Cartoffel, tan campante, con las manos en los bolsillos.
  ―¡Tulp, viejo amigo! ―exclamó de muy buen humor, se me acercó y me dio un caluroso abrazo―. ¿Cómo has estado, eh? Yo estoy más en forma que nunca ―bromeó y soltó una carcajada―. Vamos a llamar a Monroy ―propuso y chasqueó a su vez los dedos.
  Pero Monroy no apareció.

-―Ah, maldito goloso ―resopló fastidiado―. Parece que no quiere regresar. Dejémoslo un rato.

 

 

 
   
 

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