Revista Digital Universitaria
10 de febrero de 2007 Vol.8, No.2 ISSN: 1607 - 6079
Publicación mensual

 
     

RDU

 
 
 

No al cambio climático

En cambio, en los Estados Unidos –que en un principio fue promotor y el principal arquitecto de los mecanismos de mercado que el protocolo (tras muchas resistencias) ha logrado adoptar, para reducir las emisiones– el tema se ha politizado y para el año de 2001 se produjo un rechazo final ante el compromiso de la reducción obligatoria. De esta forma, el país que emite una cuarta parte del total de gases de efecto invernadero y que es el mayor emisor per cápita en el mundo, se dio el lujo de abandonar el régimen del cambio climático junto con otro país de mayores dimensiones que es Australia, aparte de Lichtenstein y Mónaco.

Las razones de fondo eran varias: la principal era económica, dado que se consideraba que a falta de la existencia de una tecnología de energía renovable a precio accesible, el costo de las reducciones –que se calculaba en setecientos mil millones de dólares– significaba una pérdida inaceptable para la economía del país (JOVI, 2003). Otra razón, la política, era que los senadores de los Estados Unidos –a los que de por sí no les gusta firmar acuerdos impuestos por otros, que crean obligaciones para su país– rechazaban aceptar reglas establecidas por un sistema de un país un voto que a su juicio no correspondía a las relaciones reales de fuerza en el mundo. Un agravante particular del acuerdo era que sólo se obligaba a unos cuantos a reducir emisiones, mientras que otras potencias en ascenso como China y la India, pero también Brasil y México, que podrían ser los grandes contaminadores del futuro, no tenían que compartir las mismas responsabilidades.

Para los fines de este análisis, el argumento más interesante era el tercero: el científico, que se utilizaba como el elemento central en la argumentación para refutar la existencia misma del cambio climático. Se trataba de demostrar que el cálculo científico, para comprobar que el calentamiento de la tierra obedecía a actividades humanas, en realidad no era ni aceptable ni certero, puesto que no se obtenía a través de metodologías científicas. Los think tanks conservadores y demás centros de producción de conocimiento sobre temas afines a la agenda política estadounidense, por ejemplo la Heritage Fundation, el Cato Institute o el Competitive Enterprise Institute, han gastado muchos recursos en sembrar dudas acerca de los resultados de las comunidades científicas que avalaban el régimen del cambio climático (ANTAL, 2004). El objetivo central de estas agencias era convencer la opinión pública que la verdadera ciencia no ha podido presentar evidencias científicas, para demostrar el fenómeno mismo del cambio climático y que entonces, ante la incertidumbre en torno a los riesgos, no se justificaba actuar.

En el futuro cercano las reglas del Protocolo de Kioto pueden cambiar, ya se está planteando una sensible ampliación del círculo de países que deben reducir sus emisiones y esta medida podría incluir también a México. Como se ve, y a pesar de todos los esfuerzos de la integración energética en marcha en América del Norte, no existe una posición unificada sobre el cambio climático. Cada país, de acuerdo a sus intereses y el funcionamiento de su sistema político, ha procesado el tema del cambio climático de manera diferente; es decir, un solo hecho científico ha sido interpretado de distintas formas, en función de las conveniencias económicas y del orden político y social.

 

 
   
 

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