El mundo en que vivimos es análogo; por eso los primeros medios fueron análogos y, posteriormente, por medio de la elaboración de una realidad arbitraria y subyugada al mundo análogo, se obtuvieron los medios digitales, implementados electrónicamente.

La realidad digital es arbitraria porque realmente no es necesario que esté basada en corriente eléctrica de 120V o en un sistema de numeración binario; es subyugada porque esta corriente eléctrica no es digital sino analógica, y los números binarios aproximan cantidades y fenómenos analógicos.

Esta desconexión intrínseca del acervo digital y su entorno hace que el acervo digital sea una sombra del mundo como lo experimentamos, y que esté destinado a desaparecer junto con el momento tecnológico específico que le dio origen.

Tomemos como ejemplo un documento escrito en un medio análogo como el papel, y uno almacenado en un medio digital como un archivo electrónico (PDF o Word).

Mientras el papel no se deteriore, cualquier ser humano en cualquier momento de la historia podrá tomarlo en sus manos y observarlo, aun si no conoce el lenguaje en que fue escrito -el papel ES el mensaje. Más aún, el papel goza de una existencia independiente.

Por su parte, el archivo electrónico no es el mensaje; para empezar está almacenado en un medio físico totalmente ajeno a su contenido, y el archivo como tal es solamente una envoltura arbitraria, ininteligible, inútil en sí misma que esconde y distorsiona el mensaje.

El archivo electrónico no fue hecho para ser leído por un humano -fue hecho para ser leído por una máquina-. Los bits de un archivo electrónico son irrelevantes, lo que nos interesa es la interpretación que haga la máquina de los mismos. Esta doble traición, de analógico a digital y de digital a analógico, es el mayor riesgo de pérdida que enfrentan los acervos en el gran plazo.

Este concepto describe el desplazamiento y probable pérdida de las fuentes originales de información por otras versiones más fáciles de entender, de la misma manera en que la moneda falsa saca a la buena de circulación, porque quien tiene las dos prefiere pagar con la falsa.

Por ejemplo, los viajes de Gulliver a Liliput y a la tierra de los gigantes son ampliamente conocidos, pero muy poca gente conoce estos viajes a partir del libro original, sino indirectamente, mediante versiones juveniles o animadas. Estas personas conocen una parte relativamente pequeña de la historia, y pierden por completo todo el valor de Los viajes de Gulliver como una sátira política y un ensayo filosófico sobre la vanidad humana.

Los acervos digitales llevan la falsedad a nuevas alturas; al estar basados en una realidad arbitraria, están condenados a desaparecer. Así, los acervos analógicos no sólo deben temer a la dilución y azucaramiento, sino a la impermanencia digital.

Un ejemplo común es la frecuencia con la que se corrompe un archivo, o se recibe un archivo que no podemos abrir porque no tenemos el sistema operativo o programa adecuado para esto.

Como toda actividad humana, los acervos digitales son un producto de su época; pero al estar ligados a un estado tecnológico preciso y arbitrario, sus posibilidades de supervivencia fuera de época son nulas.

Una característica de la industria del cómputo es su ensimismamiento y la facilidad con que se deshace de lo viejo; dos actitudes poco indicadas para un guardián del patrimonio cultural de la Humanidad.

La digitalización irreflexiva de acervos pone en riesgo su integridad, y las consecuencias legales todavía son demasiado turbias; quien considere esta posibilidad debe tomar en cuenta los puntos expuestos, y considerar las alternativas analógicas descritas.