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La frase “ciencia ficción”, reconozcámoslo, puede llegar a ser un detonante poderoso de la imaginación. Parecería ser que su sola mención nos invita a soñar despiertos en imágenes alucinadas del futuro, muchas de ellas, en realidad, hijas de las lecturas de infancia, de los lugares comunes propios de la filmografía sajona y de la habilidad especulativa que cada uno de nosotros tenga. Y, sin embargo, lo cierto es que no siempre la Ciencia Ficción es tan ficción como se cree.

 

Vale la pena hacer una aclaración inicial pues es común asociar a este género literario, o subgénero, tal como lo catalogan los escritores “respetables”, con su parte dura, es decir, aquella que privilegia los avances científicos y tecnológicos, que cuenta con una terminología exótica para el común de la gente, que posee inventos tan desquiciados como los “traductores universales” y los “rayos de energía”, y que describe existencias computarizadas y cotidianeidades en las que estar rodeado de robots, o ser parcialmente uno de ellos, es lo habitual. Prueba de ello son películas como Blade Runner, Gattaca y Viaje a las estrellas, o bien libros de la talla de Fuentes del paraíso, de Arthur C. Clarke, Mundo Anillo, de Larry Niven, y Tau Cero, de Paul Anderson, por mencionar algunos nombres.

 

Sin embargo, lo cierto es que también existe una variedad de “ciencia ficción” más blanda que se interesa en plantear especulaciones de carácter sociológico en torno al hombre y a la sociedad, en la que el rigor científico no posee tanta importancia y la tecnología cumple con una función meramente estética. Este es el caso de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, 1984, de George Orwell —muy de moda por ser la obra en la que apareció la ahora tan trillada figura del “Big Brother” o “Gran Hermano”— y la serie de Fundación, de Isaac Asimov.

 

Asimismo, es necesario señalar que existe otra rama que va en un sentido contrario, que lejos de proyectarse hacia el futuro se alimenta del pasado y responde a esa necesidad cuasi obsesiva del ser humano de preguntarse: ¿qué hubiera pasado si…? La historia alternativa, conocida como ucronía o ficción histórica, no necesita de toda la parafernalia tecnológica para formar parte de este género literario. Es una ficción que suele tomar distancia de la ciencia y que, pese a ello, especula sobre pasados y presentes alternativos, realidades diferentes a las que conocemos pero que resultan plausibles. Así, la novela El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, se desarrolla en un mundo donde los alemanes se impusieron en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), o Lo que el viento se llevó, de Ward Moore, en la que los estados sureños ganaron la Guerra de Secesión (1861-1865).

 

Más allá de estas diferencias, lo cierto es que entre quienes desconocen —o conocen de manera superficial— este género prevalece la idea de concebirlo como el “arte de crear lo que no existe” y acostumbrar creer que un autor es bueno o mejor que otro en la medida en que sea capaz de “gestar” más culturas, seres, entornos y costumbres extrañas a los nuestros, equiparándolo así con un mago quien, tras mostrar que no hay nada en su chistera, da unos pases con su varita mágica y saca de ella un gordo y apetitoso conejo blanco.

Los lenguajes de pao

Quien exige una ficción pura, está pidiendo algo que no existe. El escritor de Ciencia Ficción, como cualquier otro, es incapaz de “inventar” realidades totalmente ajenas a la suya dado que, al igual que cada uno de nosotros, se mueve únicamente en los referentes y prácticas que conoce y que comparte con su sociedad, y que son la base de la comunicación en cualquier grupo humano. En todo caso, lo que hace al escribir es tomar los referentes, alterarlos, descontextualizarlos o suprimirlos para dar vida a un conjunto de emociones en el lector, contextualizar el relato y dar a éste la credibilidad necesaria. Pensemos por un momento, ¿qué sentido tiene concebir un entorno tan distinto que nadie, empezando por su propio creador, sería capaz de entenderlo? Ninguno, por supuesto.

 

El autor de Ciencia Ficción, por más huraño que sea, no es un anacoreta al que se le revelen las ideas a través del mandato divino o del éxtasis místico. Por el contrario, se trata de un ser que vive en sociedad y que se nutre de sus realidades, preocupaciones, temores, éxitos, fracasos y hasta aversiones, para elegir tema, diseñar líneas discursivas, proyectar contextos diferentes, concebir personajes y situaciones…


Una obra que ejemplifica el punto es Los lenguajes de Pao, del novelista norteamericano Jack Vance, la primera obra de ficción que se adentró en la sociolinguística, tema de boga en Estados Unidos durante los años cincuenta y sesenta.

 

La narración inicia cuando el panarca paonés Aiello es asesinado por Bustamonte, su hermano. Para salvar la vida, Beran Panasper, hijo del difunto panarca, escapa al planeta Rotura con el auxilio de Lord Palafox, asesor de su padre.

 

Rotura es la antítesis de Pao. Es un mundo oscuro, frío y hostil consagrado al estudio y a la investigación. Sus habitantes, mayoritariamente varones, ven a las mujeres sólo como instrumentos de reproducción y viven preocupados por frenar su envejecimiento. Mientras Beran asiste al Instituto para formarse como futuro panarca, Bustamonte recurre a Palafox para liberar a su planeta de los invasores, y éste condiciona su ayuda a la enseñanza de lenguas nuevas —bravante, cogitante y tecnicante— que permitarán a la población desarrollar habilidades vinculadas con la guerra, el comercio y la industria. Así, grupos de paoneses llegan a Rotura, los hombres como estudiantes y futuros promotores de dichos idiomas y las mujeres como esclavas temporales destinadas a satisfacer las necesidades reproductivas de los magos rotureños.

 

El libro concluye cuando Beran libera a su planeta y recupera el trono, no sin sentir un cierto pesar pues duda que los cambios ocurridos en su mundo, muy distinto al que él había dejado lustros atrás, sean reversibles.

La influencia lingüística de la hipótesis Sapir-Whorf

La primera edición del libro apareció en 1958, década fundamental en el desarrollo de la lingüística, particularmente de la norteamericana, dado que se incrementó el número de especialistas deseosos por estudiar la disciplina así como los objetivos que ésta debía cumplir. Sin embargo, los antecedentes se remontan a 1929 cuando el antropólogo y lingüista Edward Sapir y su alumno, el ingeniero químico James Lee Whorf, formularon la Hipótesis Sapir-Whorf, en la que sentenciaban que todos los pensamientos teóricos se fundamentan en el lenguaje y se encuentran condicionados por éste; es decir, el idioma determina el modo cómo los miembros de una sociedad piensan y comprenden el mundo. Del mismo modo, afirmaban que cada lengua posee ciertos pensamientos incomprensibles para quienes hablan otras y, en consecuencia, no pueden ser traducidos. El planteamiento, conocido también como Principio del determinismo lingüístico, derivó en una versión radical que afirmaba que, dada la influencia que ejerce el lenguaje sobre el pensamiento, no existe diferencia alguna entre ambos.

 

No fue sino hasta los años cincuenta cuando la Hipótesis Sapir-Whorf se popularizó en Estados Unidos a consecuencia de la publicación de los escritos póstumos de Whorf y de la creación, en 1955, del lenguaje Loglan —Logical Language—, que derivaría en el actual Lojban.

 

texto

El Dr. James Cooke Brown, creador del loglan, se basó en la Hipótesis Sapir-Whorf para desarrollar una lengua lógica, expresiva, flexible y libre de connotaciones culturales que favoreciera el progreso del pensamiento humano y facilitara la traducción automática entre lenguas naturales como la comunicación entre los hombres y las máquinas. Así, su idioma estaba compuesto por palabras provenientes de los idiomas más hablados en el mundo —español, francés, inglés, alemán, chino, hindi, ruso y japonés—, poseía pocas reglas gramaticales, su sistema fonético era escueto y permitía pronunciar las palabras tal como se escriben, carecía de verbos irregulares, de acentos y de grafías poco comunes (como la ñ castellana o la β alemana) y no existían las palabras homónimas.
Así, Los lenguajes de Pao se nutrió de las teorías de Cook, Sapir y Whorf, para dar vida a una obra que vincula a la ciencia ficción con la realidad y el contexto de su autor:

“Debemos alterar la mente del pueblo paonés, al menos de una parte, cosa que se logra con gran facilidad mediante la alteración del lenguaje […]. Las palabras son herramientas. El idioma es una norma y define cómo se usan esas herramientas”1. O bien: “No ha captado lo fundamental —dijo Palafox [a Bustamonte]—. El paonés es un lenguaje pasivo, desapasionado. Describe al mundo en dos dimensiones, sin tensiones ni contrastes. Un pueblo que habla paonés debe ser, en teoría, dócil, pasivo, carente de un desarrollo notable de la personalidad...”2.

Vance también recurrió a Cook y su idea de diseñar lenguajes destinados a transformar la sociedad; idiomas que, a su vez, emergieran de los existentes con una fonética, una morfología y una sintaxis propias y en donde la praxis desplazara a la estética y la razón al sentimiento. De igual forma, valoró el papel que Cook da a los lingüistas como promotores de la evolución del pensamiento humano, de la transformación del hombre mismo: “Formáis [los lingüistas] nada menos que los ejes sobre los que girará la maquinaria de Pao. Sin vuestros servicios, los nuevos mecanismos sociales […] no podrán engranar, no podrán funcionar […]. Vuestros esfuerzos determinarán en gran medida el futuro de Pao”3.

Sin embargo, y como signo de sus tiempos y de un entorno que resulta imposible definir en términos de “blanco o negro”, Jack Vance mostró una postura crítica ante los principios y planteamientos de Cook, Sapir y Whorf; una actitud que, siendo propia de fines de los años cincuenta e inicios de los sesenta, le impedía creer ciegamente en lo sustentado por estos científicos y, en cambio, le motivó a seguir parcialmente el camino construido por ellos con la idea de, llegado el momento, trazar sus propias rutas y seguir otros caminos. Es por ello, que las lenguas que se hablan en Pao, contrario a lo planteado por Saphir y Worf, si pudieran traducirse simplemente por que Vance quiso que tuvieran una correspondencia entre sí: “Todos estos lenguajes dispondrán de un sostén semántico. Para la fracción militar, un ‘hombre de éxito’ será sinónimo de ‘vencedor en una contienda feroz’. Para los industriales significará ‘fabricante eficiente’. Para los comerciantes equivaldrá a ‘persona irresistiblemente persuasiva’”4. De igual forma, también discrepó con Cook sobre la posibilidad de crear un lenguaje libre de toda connotación cultural: “Ningún idioma es neutral […]. En un marco de referencia más amplio, observamos que todos los idiomas imponen [un] determinado punto de vista global a la mente [...]. Cualquier organización de ideas presupone un criterio sobre el mundo”5.

 

¿Acaso la calidad de Jack Vance como escritor emana de su habilidad para engañarnos al “inventar” lo completamente irreal? Claro que no. Su calidad está dada en función de su ingenio para concebir mundos sorprendentes y verosímiles —gracias a su meticuloso retrato de los detalles—, para describir aventuras vertiginosas que desbordan en acción, intriga y pasión y para dar vida a personajes que sobresalen por su habilidad para encarar la adversidad y por convertirse en el “alter ego” del lector que, página tras página, descubre que comparte con ellos las mismas virtudes y defectos.

Conclusión

 

Con Los lenguajes de Pao, Vance nos demuestra, además, que en la ciencia ficción es posible dar cuenta de la humanidad en un futuro lejano y también brindar un panorama sobre el presente y todo lo que en él se tiene lugar; que toda obra del género está “condenada” a transformarse en un testimonio pasado de la sociedad y de las preocupaciones, intereses y obsesiones en la que fue gestada.

 

Tal vez para muchos esta última idea pudiera parecer una contradicción pues si de por sí resulta difícil pensar en que la realidad y la ciencia ficción están vinculadas, podría parecer imposible asegurar que dos mundos tan disímiles como los de la historia y la ciencia ficción se encuentran entrelazados; la primera preocupada por reconstruir el pasado y la segunda deseosa de imaginar el porvenir. Sin embargo, existe un momento especial en el que ambas se encuentran: cuando el autor se sienta frente a la máquina para escribir. Entonces, el pasado, —como circunstancia e historia personal, familiar o social— se une al futuro —como anhelo, crítica o quimera— para dar vida a uno de los géneros literarios más apasionantes que existe en la actualidad.

Bibliografía

 

Sitios de Internet recomendados para quienes quieran saber más de los temas aquí tratados:

 

http://axxon.com.ar/ (Revista virtual argentina de ciencia ficción)


http://notcf.blogspot.com/ (Blog dedicado a dar noticias sobre la ciencia ficción que cuenta con ligas a otras páginas sobre el tema)


http://www.ciencia-ficcion.com/bienvenida.html (Sitio español de ciencia ficción que cuenta con seriales, artículos, historias cortas y un glosario de escritores iberoamericanos del género)


http://www.jackvance.com/ (Sitio dedicado a Jack Vance y su obra)


http://www.nvcc.edu/home/ataormina/scifi/default.htm (Guía interesante de autores, obras, recursos, historia y temas de la ciencia ficción. Escrito en inglés)


http://www.revistacuasar.com.ar/modules.php?name=News&file=article&sid=144 (Guía de lectura de diez libros de ciencia ficción mexicana)


http://www.tierrasdeacero.com/beta/gen/index.php?mod=lib&sec=por&auxgen=2 (Catálogo de libros de ciencia ficción)


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