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En la actualidad, cuando se habla de teoría literaria, generalmente se piensa en un conjunto de aproximaciones teórico-metodológicas que intentan explicar diferentes mecanismos, por medio de los cuales se produce un significado en el texto escrito. Ya sea que se busque en la estructura misma del texto o se plantee que el significado debe buscarse fuera de la aparente centralidad de la estructura,1 lo cierto es que en el texto literario convergen toda una serie de discursos tanto inter como extraliterarios, de tal forma que el significado está fijado por el empleo de una serie de recursos y herramientas del lenguaje, así como por discursos externos al texto mismo que condicionan dicho uso.


Dentro de este conjunto de discursos ajenos o extranjeros al texto en sí, se encuentra el género, condicionante de la utilización y conformación estructural del mismo. El género, entendido como el conjunto de factores socio-culturales que establecen el comportamiento del sujeto sexuado tanto en sus relaciones intersubjetivas con otros sujetos, como en su estar-en-el-mundo,2 se proyecta en el texto literario de múltiples formas: ya sea a través del empleo de determinados registros lingüísticos atribuidos a cada sexo, ya por la utilización de determinados recursos narratológicos o poéticos que confieren una mayor carga de feminidad o masculinidad al texto.



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El género en el texto literario

Si bien es verdad que el texto literario se caracteriza por emplear el lenguaje de una manera distinta a la coloquial (como en su momento bien lo señalaron los formalistas rusos), también es cierto que no escapa a factores sociales y culturales, en tanto testigo y creador de determinados imaginarios en torno a sujetos, pero también en torno a naciones o colectividades3. Así, el texto literario se encuentra necesariamente ligado a una función estética, pero también a una función social, puesto que a través de él y, en ocasiones, gracias a él, se construyen las identidades genéricas. Y es que en el texto literario se llevan a cabo una serie de planteamientos en torno al deber-ser y el deber-hacer para hombres y mujeres, retransmitiéndose con ello una serie de presupuestos alrededor de la sexualidad: las relaciones afectivas entre parejas, las actividades económicas o sociales atribuidas a cada sexo, entre otras. Esto no quiere decir, sin embargo, que el texto literario atribuya per se el ideal de género, sino que en él se llegan a reproducir toda una serie de discursos que plantean una visión binaria del mundo; de tal suerte que lo femenino y lo masculino suelen representarse en el texto literario con las mismas cargas positivas y negativas de las que hablaba Hélène Cixous:

 

El pensamiento siempre ha funcionado por oposición, Palabra/Escritura, Alto/Bajo.

[…] Teoría de la cultura, teoría de la sociedad, el conjunto de sistemas simbólicos –arte, religión, familia, lenguaje-, todo se elabora recurriendo a los mismos esquemas. Y el movimiento por el que cada oposición se constituye para dar sentido es el movimiento por el que la pareja se destruye.

 

[…] Y nos damos cuenta de que la «victoria» siempre vuelve al mismo punto. Se jerarquiza. La jerarquización somete toda la organización conceptual al hombre. Privilegio masculino que se distingue en la oposición que sostiene, entre la actividad y la pasividad. Tradicionalmente, se habla de la cuestión de la diferencia sexual acoplándola a la oposición: actividad/pasividad.4

He aquí, precisamente en el planteamiento teórico, donde volvemos a encontrar el mismo problema: al tratar de dar cuenta de la construcción del significado en el texto; la teoría literaria feminista ha caído nuevamente en la trampa de plantear, desde una visión dicotómica, las diferencias “esenciales” entre la escritura femenina, el hablar-mujer, lo semiótico o la política de la ubicación dentro del texto mismo, frente a la escritura sin adjetivos, los valores universales, lo simbólico o la abstracción como herramienta de supresión de las características particulares entre los individuos.5 En este sentido, coincido más con Elaine Showalter, en tanto que plantea la necesidad de abrirse no al texto, sino a la historia literaria en aras de entender los diversos mecanismos que han contribuido a la formación de dos tradiciones literarias a lo largo del tiempo: la masculina y la femenina:

[…] Una teoría de la cultura incorpora ideas acerca del cuerpo de la mujer, el lenguaje y la psique, pero las interpreta en relación con los contextos sociales en que ocurren. […] Una teoría de la cultura reconoce que existen diferencias importantes entre las mujeres como escritoras: clase social, raza, nacionalidad e historia constituyen determinantes literarios tan significativos como el género. Sin embargo, la cultura femenina conforma una experiencia colectiva inmersa en la totalidad cultural, una experiencia que une a las escritoras a través del tiempo y el espacio.6

Aun cuando, efectivamente como señala Showalter, abrir el texto a su dimensión histórica y cultural es comprender de mejor manera las causas condicionantes de la diferencia entre la escritura de hombres y mujeres, esto no deja de plantear un conocimiento y una explicación del quehacer literario, y cultural, atrapado en el binomio occidental femenino/masculino. En otras palabras, seguir explicando el hacer artístico desde un planteamiento dual, enmarcado ahora desde el concepto género, es seguir reproduciendo una forma de pensar occidental donde las proposiciones cognitivas y epistemológicas se enuncian en términos disyuntivos. De lo que se trataría, en mi opinión, es de dar cuenta del quehacer literario y del ser-en-el-mundo desde una perspectiva distinta, partiendo de una inclusión enunciativa en términos reales, de tal suerte que ya no se parta de la disyunción sino de la copulación. Esto es, dejar de pensar y reflexionar si la escritura es o no femenina o masculina, sino de comenzar a plantear un “también” de donde, siguiendo a Derrida, se desprenden grados que de una u otra manera están influenciándose mutuamente en un diálogo continuo que los determina en eso que son y también en lo que no son, en apariencia.

 


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Cuestionar el pensamiento

La teoría literaria feminista debería recomenzar, desde mi punto de vista, de una revalorización del pensamiento en tanto que tal, es decir, cuestionar la manera en la que la teoría literaria ha construido frente al texto literario determinados presupuestos básicos de los cuales parte para explicar la escritura, la estructura y la recepción del mismo, siguiendo como guía y ejemplo una serie de presupuestos epistemológicos duales, tales como: “la capacidad de racionalidad, de valuación y argumentación, de neutralizar las emociones; la objetividad, la neutralidad valorativa, y la necesidad de neutralizar las emociones para producir buen conocimiento, así como el valor de la literalidad del lenguaje.”7 Es decir, la teoría literaria feminista debería cuestionar el modelo hegemónico que la teoría literaria ha adoptado de la ciencia y que perpetúa en la explicación del texto literario. Se trata entonces de profundizar en la manera en la que el binarismo de género permea las bases epistemológicas de la teoría literaria, mismas que algunas teóricas feministas sólo refuerzan al plantear, como en el caso de Susan Lanser, que la narratología debe crear una categoría en la cual la narración privada está concebida para ser leída por alguien más, aparte del “narratario” designado oficialmente, y que ella llama un acto narrativo semiprivado:

Lanser hace notar que la diferencia entre la formulación de Genette y la suya reside en que la primera es “puramente formal”, mientras que la suya es “contextual” y más cercana a otras posibilidades interpretativas. Todavía está por comprobar la eficacia –y la pertinencia- de estas ideas de Susan Lanser para el análisis de textos escritos por mujeres.8

Como se puede leer, el planteamiento remite una vez más a una posición dicotómica que reserva lo privado a las mujeres, ya no sólo para el acto creativo de la representación o ficcionalización del mundo, sino que añade el acto de lectura de un texto generado en estas condiciones. Sin embargo, el punto central puesto a discusión en este trabajo, no es el de llegar a una abstracción que elimine cualquier rasgo de diferencia genérica en el texto, sino ir más allá en cuanto nos preguntemos si la centralidad de la teoría literaria feminista no está ubicada fuera de ella, es decir, si no existe un condicionante socio-cultural que nos lleve a acercarnos al texto literario con el prejuicio de género. Darnos cuenta, o al menos iniciar el proceso de pensar, en términos de una crítica epistemológica de la teoría literaria feminista misma, es abrir un nuevo punto de partida donde, quizá, podamos llegar a vislumbrar, como apunta Judith Butler, que las construcciones teóricas en Occidente siguen creándose y recreándose desde una lógica de género que, lejos de ayudar a crear una forma distinta de aproximación teórico-crítica, sigue perpetuando el pensamiento dicotómico y, por ende, la separación maniquea entre los sexos:9

[…] Si parte de lio que busca el deseo es obtener reconocimiento, entonces el género, en la medida en que está animado por el deseo, buscará también reconocimiento. Pero si los proyectos de reconocimiento se encuentran a nuestra disposición son aquellos que deshacen a la persona al conferirle reconocimiento, o que la deshacen al negarle reconocimiento, entonces el reconocimiento se convierte en sede del poder mediante la cual se produce lo humano de forma diferencial. Esto significa que en la medida en que el deseo está implicado en las normas sociales, se encuentra ligado con la cuestión del poder y con el problema de quién reúne los requisitos de lo que se reconoce como humano y quién no.

 

Si yo soy de un cierto género, ¿seré todavía considerado como parte de lo humano? ¿Se expandirá lo humano para incluirme en su ámbito? Si deseo de una cierta manera ¿seré capaz de vivir? ¿Habrá un lugar para mi vida y será reconocible para los demás, de los cuales dependo para mi existencia social?10

De ahí que, en mi opinión, la teoría literaria feminista debe abrirse a la posibilidad de abordar el texto de una manera múltiple, entendiendo como múltiple la convergencia de la escritura femenina y masculina en un mismo espacio textual. En otras palabras, dejar de lado el intento por establecer las características propias de la escritura femenina y masculina, a saber: privado vs público; pasividad vs actividad; emocional vs racional; cerrado vs abierto; íntimo vs social, etc.11; así, sentar que en un texto ambas cohabitan de una u otra manera, aunque ciertamente en grados distintos, tal como sucede, por ejemplo, en algunas novelas modernas escritas por hombres y mujeres donde ambos coinciden en trazar personajes que no se definen tanto por lo que hacen, sino por lo que dicen, apareciendo así una subjetividad precaria.12 Tampoco se trataría de anular las diferencias étnicas, políticas, geográficas, lingüísticas, religiosas, sexuales, genéricas y generacionales, que sin duda han contribuido a ver el texto literario con ojos distintos, sino de plantear, una vez más, que en el texto literario todas estas diferencias también están presentes y determinan con mayor o menor fuerza la escritura del mismo. Anular, cancelar o menospreciar todas estas aproximaciones al texto literario sería un error, pues más bien debemos retomar lo ya existente en este sentido de las diferencias y el compromiso de género, para plantear una convergencia que nos lleve a comprender la manera en que lo femenino y lo masculino se implican mutuamente en una red de relaciones tensivas que dotan al texto de significado.

 


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Hacia una metafísica de género

Llegar, por tanto, a una metafísica de género sería llegar no a un esencialismo o “naturalismo” de lo que hace propiamente a una escritura femenina o masculina, sino llegar a un planteamiento que intente modificar la forma en la que leemos el texto, pero también el mundo. Plantear que en lo masculino está presente también lo femenino, y viceversa, es abrir la posibilidad de interpretación al texto y comenzar a cuestionar al discurso mismo. Claro que no puede omitirse el riesgo que se corre y las diversas críticas que se hagan, sin embargo, considero que más allá de las refutaciones políticas que pueda tener un planteamiento de esta índole, lo importante es reformular la base de la teoría literaria feminista y comenzar a pensar que la escritura es una, con mayor o menor carga femenina o masculina, y que esta última carga se encuentra condicionada por factores socio-culturales que influyen directa o indirectamente en el lenguaje mismo.13


Estoy consciente del peligro que representa caer en la abstracción, tan cara al discurso que intenta universalizar las experiencias y aun las formas de pensar, así como de la negación de ciertas prácticas discursivas que han marcado la realidad cotidiana y vivencial de hombres y mujeres. No obstante, considero que hablar de una metafísica de género no es anular lo ya ganado en el terreno de la discusión y la teoría en torno a las diferencias, sino, precisamente, enriquecer la problemática con la convergencia de los géneros, pues finalmente hombres y mujeres comparten un mismo ser-el-el-mundo.


La desigualdad, en todo caso, surge precisamente en el momento en que ese ser-en-el-mundo es puesto en práctica de manera real, pues en el instante mismo de estar, de existir realmente, sufre los embates de una serie de entrecruzamientos sociales, culturales y epistemológicos que lo determinan en tanto cuerpo sexuado. Las experiencias derivadas de esta amalgama de cruces, construidas a partir de la división dicotómica femenino/masculino, aunada a otras (blanco/negro, pobre/rico, primermundista/tercermudista, mestizo/indígena, etc.), cargan al sujeto con una serie de valores positivos y negativos, mismos que lo delimitan y conforman hasta determinarlo en su pensamiento y, por ende, en su visión del mundo. Su ser-en-el-mundo se encuentra entonces escindido por un pensamiento binario, frente al cual se coloca o posiciona de una manera específica. No es de extrañar, por tanto, que frente a la escritura y el lenguaje también adopte determinados giros que se adecuan a su estar-en-el-mundo.

 


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Conclusión

Explicar el texto desde el cuerpo sexuado y sus experiencias particulares, es enriquecedor, sin embargo, la experiencia escritural va más allá también de la experiencia corpórea, pues considerar como topoi de la escritura femenina la experiencia de la maternidad, así como las experiencias propias del cuerpo femenino, es limitar el ser-en-el-mundo14 de las mujeres a su estar-en-el-mundo. No quiero decir con esto, y vuelvo a puntualizarlo de nueva cuenta, que hay que negar estas experiencias tan válidas como las de cualquier otro, sino que quedarnos con la experiencia del cuerpo así maternizado como único camino viable para explicar la experiencia con el lenguaje y la palabra, es excluir a priori otras experiencias igualmente enriquecedoras. Por ello, vuelvo a insistir nuevamente en el hecho de que si hablamos de una convergencia o una metafísica de género, estaremos dando la oportunidad de ampliar la noción en torno a lo femenino, lo masculino, las mujeres y los hombres, es decir: hablar del cuerpo humano como un cuerpo que engendra y que también tiene la capacidad de gestar, parir y amamantar; un cuerpo que posee y que también se entrega; un cuerpo que conquista y que también se deja conquistar; un cuerpo que gusta de la actividad y también de la pasividad. En síntesis, no un cuerpo dual, sino un cuerpo unificado, pues en él están presentes las posibilidades de todas las experiencias y, por ende, de todas las escrituras.

 

Bibliografía

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Butler, Judith. Deshacer el género, trad. Patricia Soley-Beltran, Barcelona: Paidós, 2006.


Cixous, Hélène. La risa de la medusa, trads. Ana María Moix y Myriam Díaz-Diocaretz, Barcelona: Anthropos, 1995.


Derrida, Jacques. “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas”, en La escritura y la diferencia, trad. Patricio Peñalver, 1989, Barcelona: Anthropos, pp. 383-401.


Freud, Sigmund. “Sugestión y libido”, en Obras completas, tomo III, trad. Luis-López Ballesteros y de Torres, Madrid: Biblioteca Nueva, 1996, pp. 2575-2578.


_____________. “Psicoanálisis y teoría de la libido”, en ibid., pp. 2674-2676.


Gutiérrez Estupiñán, Raquel. Una introducción a la teoría literaria feminista, Puebla: BUAP, 2004.


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Meza Márquez, Consuelo. La utopía feminista. Quehacer literario de cuatro narradoras mexicanas contemporáneas, México: Altexto/UAA/UCOL, 2000.


Pratt, Mary Louise. Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, trad. Ofelia Castillo, Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 1997.


Rich, Adrienne. “Apuntes para una política de la ubicación”, en Marina Fe, Otramente: lectura y escritura feministas, México: FCE/UNAM-PUEG, 1999, pp. 31-50.


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Showalter, Elaine. “La crítica feminista en el desierto”, en Otramente…, Marina Fe, México: Fondo de Cultura. Económica, UNAM, 1999, pp. 75-111.


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