Inicio
En el campo, el hombre, en el
hogar la mujer,
él a la espada y ella a la aguja;
él con la cabeza, ella con el corazón,
él para mandar y ella para obedecer.
Alfred Tennyson (1809-1892)
Como profesional de la educación, siempre
ha llamado mi atención,
entender sus procesos, avances teóricos, metodológicos
y conceptuales, así como detectar los obstáculos que
han retrasado su progreso. Hace unos años, buscando los orígenes
de la llamada reforma educativa en el porfiriato, encontré los
Debates del Congreso Nacional de Instrucción Pública, de 1889-90 y
el Segundo Congreso Nacional
de Instrucción Pública,
de 1890-91. Buscaba, en principio, “escuchar” a
los educacionistas de esa época en torno a tres conceptos
presentes en las discusiones para lograr la modernidad educativa
que requería nuestro país:
uniformidad, profesionalización y método1. Al avanzar
en el estudio de esos temas, aparecieron algunas intervenciones en
torno a la educación de la mujer que señalé y
empecé a ordenar para tratar de entender lo que exponían.
Se declaraba por un lado que todos los pueblos ilustrados creían
que ellas eran la base de la educación popular, las que formaban
las costumbres y a la familia, que eran el factor esencial del progreso
del hombre. Descubrir que un grupo de congresistas hacían
mención específica hacia la importancia de la educación
de la mujer fue gratificante, sin embargo, al mismo tiempo denunciaban
la pobre educación que se ofrecía a la mujer, por lo
que desde la tribuna demandaban solucionar esta contradicción.
Sobre ésta empecé a trabajar.
El propósito principal de este trabajo fue investigar el éxito
de las reformas educativas para dar el mismo trato a las mujeres
que a los hombres. En el curso de la investigación, encontré también
que era necesario aclarar el paradigma educativo e indagar si el
progreso esperado conducía a la igualdad: un solo currículo
para ambos sexos, sin diferenciaciones o desigualdades, democracia:
si ambos sexos influyeron en la regulación de la educación
y si las resoluciones oficiales, con alcance nacional, emitidas en
los congresos educativos se tradujeron en la justicia social reclamada
para la educación de la mujer.
Con la uniformidad de la educación bajo los principios de
obligatoriedad, gratuidad y laicismo, discutida y resuelta en el
primer congreso, se garantizaba la igualdad para todos los ciudadanos.
El siguiente paso consistía en la elaboración de un
Programa general de la enseñanza primaria elemental obligatoria.
En principio el Estado cumplía con el objetivo de uniformar
la enseñanza oficial, un solo sistema de enseñanza,
un solo programa, un método, una normatividad de carácter
nacional en torno a los aspectos educativos; un panorama tranquilizador,
pero al comparar lo declarado con lo resuelto las preguntas no se
hicieron esperar: ¿realmente se concretó la uniformidad
de la educación para las niñas con el nuevo currículo
de primaria para “todos”? ¿Significó el
progreso anhelado para la mujer que exigía el nuevo siglo,
o existió un paradigma educativo creado en torno a la mujer
que lo aletargó? Para tratar de responder a estas preguntas
regresemos unos años para conocer los problemas y ausencias
que recaían en la educación y así ver si los
cambios anunciados a partir de los años noventa pueden considerarse
la solución a ellos.
Subir
Apuntes acerca de la educación antes de 1890
Varios eran los temas que permeaban a la educación
en general sobre los que sociedad mexicana leía, escuchaba
o discutía,
como: a) la existencia de diversos grupos sociales (idiomas, tradiciones,
etc.); b) la continua queja de la condición paupérrima
del erario de la Nación, que impedía al gobierno destinar
un presupuesto decoroso para la educación, la construcción
y expansión del número de escuelas que requería
la población, así como mejorar las condiciones higiénicas
mínimas de las existentes; c) cada entidad federativa es responsable
de impartir su educación, situación que arrastraba
consigo un viejo problema: la falta de uniformidad, es decir, diversos
sistemas educativos, -individual, mutuo de organización, simultáneo,
mixto- currículos ad hoc, asignaturas con distintos contenidos
y el uso o abuso de diversos textos, y por consiguiente, el asunto
de la revalidación que tenía que hacer un sujeto al
cambiarse de estado; d) la instrucción no era obligatoria,
e) la situación de miseria que prevalecía en la mayoría
de los habitantes hacía ver a la educación como una
pérdida de tiempo, un lujo propio de las clases acomodadas,
así como una disgresión de la mano de obra, necesaria
en el campo para conseguir el sustento diario; f) el predominio de
la enseñanza religiosa dificultaba el cumplimiento del laicismo
en la educación, por lo que había que erradicar la
educación religiosa de las escuelas; y g) el sistema educativo
que tenía mayor cobertura era el Lancasteriano, ya anticuado
según las nuevas posturas pedagógicas.
Las autoridades reconocían que la base de la igualdad política
y social era la enseñanza elemental, sin instrucción
no habría libertad y mientras más difundida estuviera
aquélla, tanto más firme se encontraría ésta.
La educación era considera como el punto de partida de cualquier
plan, debía estar de acuerdo con las necesidades del nuevo
estado social y difundirla entre las masas con el mejor sistema y
método pedagógico.
En 1873, Luis Malanco elaboró un Proyecto de
Reforma de la Instrucción
Primaria en las Escuelas Municipales de México, dirigido
a solucionar algunos de esos problemas; se basaba en cinco principios:
separación de los niños y de las niñas, separación
de los niños pequeños y de los mayores, un solo profesor
para cada escuela, y el sistema de enseñanza para los principiantes
hablaría mucho a los sentidos, pero poco a la razón2,
lo único que permanecía sin cambio era el método
de enseñanza: la memorización. El proyecto tomaba como
guía del sistema a Pestalozzi que tenía como meta el
desarrollo natural y armónico de todas las facultades físicas,
intelectuales y morales que se encontraban en el niño, pasando
siempre de lo conocido a lo desconocido, confiando sólo en
la experiencia para la adquisición de toda clase de conocimientos.
Había que privilegiar la educación de los sentidos
como un depósito inagotable de verdades y no solamente a la
memoria. Si bien el proyecto no llegó a implementarse, permite
conocer los cambios que consideraba eran necesarios para la educación.
El estudio práctico de esos principios, manifestó pronto
la necesidad de igualar a las mujeres con los
hombres en la enseñanza
primaria. Había que solucionar el proyecto de la obligatoriedad
de la instrucción para todo ciudadano (abril 1873); el establecimiento
de la educación laica (diciembre de 1874); la libertad de
la enseñanza, libre e independiente de la Iglesia; la emancipación
intelectual de la mujer; la educación de la raza indígena;
el establecimiento de escuelas; colegios industriales, y bibliotecas
para el pueblo; así como la educación para
ambos sexos en la misma escuela. De este modo, la pedagogía para la enseñanza
moderna no era desconocida en nuestro país, sólo faltaba
llevarla a la práctica, pero el eterno problema de la falta
de recursos y de organización, impedía se llevaran
a cabo los proyectos, por novedosos y necesarios que fueran.
En 1875, José Díaz Covarrubias comentaba en su libro
La instrucción pública en México, que
el número
de niños de 6 a 13 años, en edad escolar, era casi
igual en ambos sexos y sin embargo el número de escuelas primarias
que había en México era mayor para los niños
que para las niñas, ya que por cada cuatro escuelas para hombres,
sólo había una para niñas, “siendo así que
el número de las de una y otra clase debería ser igual
o casi igual, puesto que es preciso educar a un número igual
de niñas y de niños.”3 Sin
embargo, declaraba: “pocos
son los que están a favor de la tendencia progresista de educar
mejor a la mujer.”4 Sostenía
que era importante,
necesaria y justa la incorporación de la mujer en
el movimiento intelectual del mundo, aun y cuando las cualidades
de carácter de la mujer
eran distintas a las del hombre, sobre ambos podía brillar
la inteligencia, “esta [educación] será la que
determine cómo y en qué proporciones puede el bello
sexo figurar en el mundo de las ciencias, sin abandonar su cardinal
hegemonía, la del hogar doméstico.”5
Los currículos elaborados en 1878 y 1879, para la enseñanza
primaria, ofrecían currículos diferenciados para cada
sexo y, si bien ambos constaban en principio de 9 materias, la instrucción
elemental para los niños constaba de tres años y solamente
de dos para las niñas; así, al revisar estos programas
observamos que la educación promovida por las autoridades
del ramo era desigual, más instrucción para ellos que
para ellas, aunque mismo método para ambos: memorización.
A mediados de la década de los ochenta, se elaboran dos tipos
de currículos, uno para las escuelas y “amigas” municipales
(1885), y otro para las federales (1884). Un dato importante es que
ya no aparecen diferenciados, uno para niños y otro para niñas.
El de las escuelas municipales tomaba en cuenta dos años de
párvulos, para niños de 3 a 6 años y cuatro
de enseñanza elemental o Escuela Complementaria; en las escuelas
federales, al igual que en 78 y 79, introducían dos divisiones,
una de tres secciones sin fronteras rígidas entre cada una,
es decir, el paso de una a otra se hacía según el aprovechamiento
no según el año escolar, lo cual hacía que los
niños más aventajados cursaran éstas en menor
tiempo, pero en cuanto a la primaria persiste la desigualdad, ya
que para los niños se consideraban tres años y para
las niñas dos6. Las autoridades educativas enviaban señales
contradictorias, pues mientras se diseñaba un currículo
para ambos sexos, y lo que se planteaba con éstos era en principio
uniformar la instrucción elemental, la reducción de
un año en la educación formal de las niñas;
queda claro que el tema seguiría pendiente.
Subir
Reclamo por una educación justa
La literatura de la década
del setenta nos permite encontrar ideas progresistas como las de
Antonio P. Castilla que en 1871 abogaba por el establecimiento de “escuelas
profesionales para que la mujer digna y capaz pueda entrar en posesión
de muchos derechos que el hombre, sin saber por qué razón,
los ha considerado exclusivos de su ser.”7 Insistía
que las niñas debían ser educadas con los elementos
de la primaria y quitar la idea que la educación de la mujer
se debía limitar al manejo de la aguja y al cultivo del adorno.
El profesor pudo escapar a la visión de la mujer como sujeta
al hombre, afirmaba que la mujer tenía un derecho inalienable
para conocer la ciencia y el arte y que en muchos ramos podría
probar su aptitud y superioridad sobre el hombre, como en la medicina
y la literatura.
En la prensa, también se defendía el derecho de la
mujer a una mejor educación. El Federalista, en 1872,
señalaba
la necesidad de instruir gratuita y obligatoriamente a la mujer,
lo que coadyuvaría al progreso de la humanidad además
de conseguir su emancipación; las madres instruidas evitarían
hijos analfabetos, mientras las ignorantes llevaban a sus hijos por
el camino del error y la superstición8.
Un año más
tarde, Francisco Sosa en un artículo publicado por El
Siglo XIX, apuntaba que “la igualdad entre hombre y mujer
debe dimanar de los conocimientos. Mientras la instrucción
sea patrimonio de una clase determinada, ésta se sobrepondrá,
porque la fuerza verdadera está al lado de los que saben”9.
Como Ministro de Justicia e Instrucción Pública José Díaz
Covarrubias escribía:
No creemos posible establecer que la enseñanza primaria sea menos importante para las mujeres que para los hombres, pues además de que esta instrucción es de tal naturaleza que puede considerarse esencial para complementar a todo ser humano, no es menos necesaria para la vida pública e intelectual de los hombres, que para la vida doméstica y la educación de los hijos en las mujeres.10
Sin embargo agregaba:
El ideal sería sin duda que todos los niños y todas las niñas recibieran la educación; pero quizá pueda explicarse prácticamente la preferencia que se ha dado a la educación de los primeros, porque realmente no puede concebirse una sociedad medianamente culta sin la instrucción en los hombres, mientras que de hecho existen sociedades de cierta civilización sin la instrucción de las mujeres. Por lo general, apetecen menos el estudio, mientras que en el hombre es universal la tendencia a instruirse, predomina en aquellas la actividad afectiva más que la intelectual, y el ejercicio de la primera no deja bastante campo a la segunda. Acaso, pudiera añadirse, la mujer está destinada a un papel en la sociedad humana que exigen menos cultivo del espíritu11.
¿Cómo entender el deseo de las autoridades de igualar
la educación ofreciendo currículos diferenciados y
sosteniendo que la civilización podía existir sin la
instrucción del cincuenta por ciento de su población?
He aquí algunas posturas entorno a lo que debería hacerse
para hacer avanzar a la educación de la mujer, a la cual se
le consideraba uno de los pilares del progreso que México
debía alcanzar para convertirse en un país industrializado
y rico.
Subir
Impulso educativo a partir de 1890
A finales de la
década de los ochenta, con mayor estabilidad política,
se retoma el problema educativo. La enseñanza, reiteraban,
debía ser homogénea para los dos sexos pues educar
a la mujer significaba educar sus sentimientos e inteligencia, fundamental
para su futura intervención en varios ámbitos del sistema
social. Las autoridades e interesados en la educación se hacían
cargo de la situación de desprotección que había
mantenido el sistema educativo entorno a la mujer.
El tema estará presente en el Congreso Nacional de Instrucción
Pública, realizado en la Ciudad de México, a finales
de 1889. Varias son las opiniones que se van a escuchar en pro de
la educación de la mujer, como la propuesta de Ramón
Manterota para que se formara una comisión que estudiara la
naturaleza, objeto y límites de la educación
de la mujer, temas ausentes en la agenda a tratar en ése
congreso, sólo se le mencionaba al tratar su idoneidad como
educadora en las escuelas de párvulos. Si bien se asumía
que la educación de las niñas estaba implícita
al tratar la educación obligatoria, era importante el estudio
específico que realizara una comisión dictaminadora
en torno a la propuesta12.
En principio, es interesante señalar el interés de
varios congresistas por el desarrollo intelectual para la mujer a
través de la enseñanza científica, aunque el
fin, a diferencia de Castilla y Sosa, quedaba siempre ceñido
a los cuidados del hogar y no para desarrollarse como profesionista.
Un año más tarde, en el Segundo Congreso Nacional de
Instrucción Pública, 1890-91, el tema sigue estando
presente por no estar resuelto. Miguel F. Martínez repetía
lo mismo que sus antecesores: la educación de la mujer debía
ser igual a la del hombre, sin embargo era indispensable que a cada
uno se le preparara para sus funciones especiales: “Del mismo
modo que al niño se le inicia en la escuela primaria en los
conocimientos que deben servirle para la vida pública, de
igual manera deben suministrarse a la niña todos aquellos
conocimientos que la dispongan al cumplimiento de sus obligaciones
en el hogar, es decir, para la futura ama de casa y madre de familia”13.
En teoría, la igualdad era una necesidad para ambos sexos,
pero la realidad de la época marcaba diferentes funciones:
el varón requería habilidades para desarrollarse hacia
un mundo exterior: la vida pública e intelectual; la mujer
hacia uno interior: su hogar y todo lo que esto significaba.
Tan arraigada y aceptada es esta idea, que el escrito de Felisa Fontaine
no deja lugar a dudas: “Felizmente en la actualidad, época
de regeneración para la mujer, casi han desaparecido las absurdas
preocupaciones acerca de su educación y del derecho que tiene
a ésta, (…) la mujer necesita y reclama con derecho
una instrucción conforme a su destino y acomodada a su posición
y siendo el objeto final de la educación el perfeccionamiento
posible de las facultades del individuo para disponerse al cumplimiento
de sus deberes, toca a las personas encargadas de la educación
de la mujer ponerla en aptitud de cumplir las obligaciones que le
incumben como encargada del gobierno doméstico, como madre
de familia y como mujer de sociedad”14.
Si bien da por sentado la instrucción para las mujeres, cae
en el paradigma educativo creado por esa sociedad ya que la instrucción
debería
ser ‘conforme a su destino y posición’, que no
eran otros que: el gobierno de la casa y ser madre de familia. Además
no las considera aptas para elaborar programas destinados para su
educación, sabemos que quienes discutieron y resolvieron los
temas de la agenda educativa en los congresos nacionales mencionados
fueron exclusivamente hombres y que no tuvo voz ni voto alguna mujer.
Pero esta postura no puede extrañar si leemos lo que el profesor
Gregorio Torres Quintero escribía: “Antes la mujer era
cosa, hoy, en las naciones civilizadas, es persona que tiene dignidad
y derechos. Estos derechos tienden a exagerarse en ciertas naciones
y se ha llegado a pensar que son idénticos a los de los hombres.
Pretenden las mujeres las mismas carreras y profesiones que los hombres,
iguales derechos sociales y políticos que ellos. En los Estados
Unidos es donde se ha acentuado más esta sed de destruir las
barreras que deben separar la actividad masculina y la actividad
femenina. Puede decirse que allí la mujer lo ha invadido todo:
el foro, la medicina, la oficina, la cátedra. Vota y es votada.
En esta ceguedad que llaman, ellas emancipación, se han olvidado
del sexo”15.
Si el fin de la mujer era el matrimonio, ofrecerle una buena educación
y una sólida instrucción
elemental era más que suficiente, a esto se reducía
la ‘dignidad y derechos’ a los que podía aspirar.
Del Programa de 1890
La idea de resolver
el atraso de la enseñanza
pública era prioritaria. Para impulsarla y solucionar los
múltiples problemas, el Ministro de Justicia e Instrucción
Pública, Joaquín Baranda, promovió la realización
de los congresos nacionales con el fin de buscar en un esfuerzo colectivo,
la unidad de la legislación y reglamentos escolares necesarios
para fundamentar la obligación en la enseñanza. Nos
abocamos a uno de los puntos agendados: ¿cuál debía
ser el programa de la enseñanza primaria obligatoria y la
distribución detallada de ésta en los diversos años
que debía durar? Según Baranda, uniformar el currículo
para la primaria elemental aseguraría una instrucción
homogénea, dada a todos a lo largo y ancho de la República,
al mismo tiempo, en la misma forma, según un mismo sistema
e inspiraciones patrióticas; sin distinciones. En consecuencia,
en las escuelas de niñas se implementaría el Programa
general de la enseñanza primaria elemental obligatoria,
discutido, diseñado y prescrito para todo el país.
Oficialmente se resolvía un currículo para todas las
escuelas primarias de la República, y obligatorio para ambos
sexos. Se regulaba la duración de cada clase, dependiendo
del año escolar, la semana de trabajo se fijó en cinco
días y el año escolar en diez meses. Para cada materia
se señalaron los contenidos mínimos que debían
enseñarse, la frecuencia que debían tener en la semana,
así como el método a seguir, lo que permitiría,
por otro lado, a todos aquellos interesados en elaborar libros de
texto, tener la información necesaria y someterlos a concurso
para su posible aprobación.
En cuanto a las asignaturas, es importante señalar que la
idea de incorporar a la mujer al mundo de la ciencia, en principio
se cumplía al impartirles las materias de Lecciones de cosas
y Nociones de ciencias físicas y naturales16.
Los niños
aprenderían con Moral Práctica lo que significaba la
obediencia, la abnegación, el desinterés, la puntualidad,
la justicia, la veracidad, sinceridad, dignidad personal, respeto
a sí mismos, la modestia y el reconocimiento de sus cualidades
y defectos, sobre sus obligaciones en la escuela, normas de conducta
en su familia y deberes para con la sociedad. Así enseñada,
esta materia cumplía con el principio de laicismo que perseguía
el progreso educativo.
Llama la atención la nota al final del programa que señala
que en las escuelas de niñas se seguiría el mismo programa
de estudios que en las de los niños, pero con las modificaciones
necesarias en la clase de gimnasia; además, se aumentarían
para ellas labores de mano. ¿A que se referían con
las modificaciones necesarias en la clase de gimnasia? A lo niños
había que ofrecerles ejercicios físicos e instruirles
en ejercicios militares, consiguiendo además del desarrollo
físico aptitudes requeridas para la defensa de la Patria,
en caso de que lo tuviesen que hacer –no podían olvidar
las continuas luchas de liberales contra conservadores o las guerras
contra Estados Unidos y Francia-; a las niñas se les ofrecían ‘ejercicios
propios de su sexo’ que les permitirían adquirir agilidad
y vigor para ser futuras madres y amas de casa. El hombre defendía
al país, la mujer en su casa17.
En cuanto a las labores manuales y domésticas para las niñas,
teniendo en cuenta las necesidades diarias y comunes de toda familia,
debían educarse para hacer los trabajos encaminados a satisfacer
aquéllas, por lo que las labores frecuentes debían
formar el tema principal de esta asignatura como costura, corte y
confección, zurcir medias, tejer, marcar y hacer deshilados,
así como enseñar el manejo de la máquina de
coser.
Subir
Paradigma educativo
Durante las discusiones para resolver el Programa
encontramos opiniones en torno a la naturaleza, misión y/o
funciones de la mujer que marcaron ‘naturalmente’ en
el currículo los límites de su educación, que
permitirán pronunciarnos acerca de la existencia de un paradigma
educativo en torno a la mujer, a finales del siglo XIX, que marcó a
través del currículo su educación y su posición
en la sociedad.
Si un paradigma, en el sentido sociológico de Kuhn, es “toda
la constelación de creencias, valores, técnicas, etc.,
que comparten los miembros de una comunidad dada”18 ,
y éste
obtiene su estatus debido a que tiene éxito para resolver
algunos problemas que un grupo de profesionales ha llegado a reconocer
como agudos, ¿los problemas que aquejaban a la educación
de la mujer quedaron resueltos? porque “el tener más éxito
no quiere decir que tenga un éxito completo en la resolución
de un problema determinado o que dé resultados suficientemente
satisfactorios con un número considerable de problemas”19.
Por lo anterior, veamos: a) si aplica hablar de un paradigma educativo
a través de lo expuesto por aquéllos interesados en
la educación de la mujer, y b) si las resoluciones tomadas
de 1889 a 1891 devinieron en la solución de un problema señalado:
pobre educación ofrecida a la mujer que conllevaba una desigualdad
intelectual y por ende al retraso en el progreso educativo que el
país anhelaba.
Retomemos los temas olvidados por los congresistas: naturaleza, misión
y/o funciones y límites de la educación de la mujer. ¿Cuál
era la naturaleza que se le confería a la mujer? Al señalar
que por su afecto y ternura las mujeres eran las indicadas para educar
a los párvulos, niveles de educación superiores quedaban
descartados para que enseñaran, quedaba clara esta naturaleza.
En ocasiones se atribuía a las niñas poco carácter
y timidez, pero esto no era otra cosa que el pudor propio de su naturaleza,
o ser reservadas, lo que mostraba sensatez y buen juicio20.
En general, se concedió que como hija era dócil, obediente
y sumisa a la voluntad de sus padres, y como mujer era honesta, juiciosa,
prudente, caritativa, modesta, amorosa y digna21.
En cuanto su misión y/o funciones, señalaban que, como
madres, las mujeres debían amar, criar, cuidar y educar a
sus hijos, y como amas de casa, debían saber dirigirla y cumplir
con las obligaciones propias del hogar.
Si el ideal del currículo era que todas las niñas recibieran
educación para que se elevara su nivel intelectual y fueran
felices y útiles para su familia, al señalar sus derechos
educativos quedaban signados los límites de su educación.
Por un lado, si bien se reconocía que la mujer tenía
el derecho inalienable de educarse en ciencia y arte, ya que la igualdad
entre el hombre y la mujer debía dimanar de los conocimientos;
por el otro, persistía la idea del confinamiento al hogar.
Esta postura, que en principio abogaba por la igualdad de la enseñanza
científica, termina permeada por el paradigma educativo decimonónico:
los conocimientos científicos adquiridos sólo le servirían
para cumplir “su” misión y funciones educativas,
pero no para integrarse a la sociedad como profesionista, no para
erradicar la desigualdad social que las aquejaba, no para promover
el progreso educativo, sino para quedar supeditada a las creencias
y valores marcados por la sociedad masculina. La división
social del trabajo naturalmente mostraba que la mujer se debía
a su casa, era exagerado pensar que eran idénticas a los hombres, ‘pretenden
las mujeres las mismas carreras y profesiones que los hombres, iguales
derechos sociales y políticos que ellos’ diría
Torres Quintero. Posturas como la del pedagogo Enrique Rébsamen,
que sostenía que a mayor nivel intelectual y moral, igualitario
para ambos sexos, los pueblos marchaban a la vanguardia del progreso,
por lo que apoyaba la implementación de la escuelas mixtas,
y no diferenciadas por sexo, evitando una educación desigual.
Un ejemplo que muestra los problemas que trajo consigo el paradigma
educativo creado por la sociedad decimonónica para una mujer
que quisiera estudiar niveles educativos superiores, es el de Matilde
Petra Montoya, (1859-1938), primera médica de México.
Su caso ilustra las dificultades que tuvo y a las que se enfrentó por
ser mujer y por querer estudiar una carrera profesional. Montoya,
hija única, recibió de su madre la educación
que ésta había adquirido en el convento, lo que hizo
que a los cuatro años supiera leer y escribir. Ávida
lectora, disgustaba a su padre por su afán de querer estudiar
más, pero con el apoyo de su madre, siguió adelante.
A los 11 años, lista para estudiar la primaria superior, no
pudieron inscribirla a este nivel, por su edad, por lo cual sus padres
le dieron educación particular y a los trece años presentó el
examen oficial para Maestra de Primaria. No pudiendo trabajar como
maestra por no contar con la edad mínima estipulada para esa
tarea, decidió inscribirse a la carrera de Obstetricia y Partera.
A los 16 años recibe el título de Partera y trabaja
como auxiliar de cirugía, lo que le permitió aprender
anatomía. Decide estudiar el bachillerato en una escuela particular
para mujeres, y a los 18 años, a raíz de la muerte
de su padre, se va a vivir a Puebla con su madre donde practica su
profesión. Víctima de discriminación por parte
de la comunidad médica, pues se le consideraba poco confiable
en su trabajo, además de señalarla como masona y protestante,
observaciones dirigidas a segregarla y perjudicarla, dadas las ideas
de la época. La presión fue tan fuerte que renunció a
su trabajo, en cambio presenta y acredita el examen de admisión
de la Escuela de Medicina. Tan notorio fue este evento, que hubo
una ceremonia pública para su aceptación, a la que
acudieron el Gobernador del Estado, abogados del poder Judicial,
maestras y damas de la sociedad poblana que aplaudían el coraje
y valor de Montoya, tal vez algo que muchas de ellas hubiesen querido
lograr. Sin embargo, no todos pensaban igual, algunos sectores radicales
la señalaron como una impúdica y peligrosa mujer que
pretendía convertirse en médica, por lo que decide
dejar Puebla y probar suerte en la Ciudad de México. Nuevamente,
a los 24 años, en 1882, es aceptada en la Escuela Nacional
de Medicina. Aun en la Ciudad, no pudo dejar de oír ‘debe
ser perversa la mujer que quiere estudiar medicina para ver cadáveres
de hombres desnudos’. Los problemas continuaron, pues algunos
de sus compañeros solicitaron que se revisara su expediente
antes de los exámenes finales de primer año, objetando
la validez de las materias del Bachillerato que había cursado
en escuelas particulares, impugnación que tuvo éxito
pues la dieron de baja. Matilde solicitó a las autoridades
le permitieran cursar las materias en cuestión -Latín,
Raíces griegas, Matemáticas, Francés y Geografía-
, en la Escuela de San Ildefonso, por las tardes. Su solicitud fue
rechazada, ya que en el reglamento interno de la escuela, el texto
señalaba “alumnos” no “alumnas”: un
obstáculo más.
Matilde escribe al presidente exponiendo su problema, como respuesta,
Joaquín Baranda recibe instrucciones para que sugiriera al
Director de San Ildefonso dar facilidades para que pudiera cursar
las materias en conflicto y así continuar con su carrera.
Una vez terminados los estudios de medicina, solicitó su examen
profesional, pero el reglamento hablaba, nuevamente, de alumnos y
no de alumnas, por lo que le fue negado el examen. Es claro que,
a estas alturas, podemos afirmar que para Matilde Montoya, su formación
académica no tuvo nada de igualitaria. Todo en contra, una
vez más acude al presidente, la respuesta queda escrita de
una vez y para siempre, pues por Decreto del 24 de agosto de 1887,
se autorizó que una mujer se recibiera como médica.
Al igual que Marie Curie, quien no fue admitida como miembro de la
Academia Francesa de Ciencias -a diferencia de su esposo aceptado
en 1905-, Matilde Montoya padeció de discriminación
pues nunca fue invitada a asociación alguna o academia médica,
exclusivas de hombres, lo cual no le impidió en 1925 fundar
la Asociación de Médicas Mexicanas22.
Por esto, cuando Ezequiel A. Chávez en 1902 escribe que “las
mujeres también empiezan a ingresar a las escuelas secundarias
y superiores, -existe en México igualdad de derechos para
los dos sexos- y sólo las detienen viejos hábitos”23 ,
podríamos decir sí, algunas mujeres empezaron a ingresar
a las escuelas secundarias y superiores, a pesar del paradigma educativo
y luchando denodadamente por hacerlo. En cuanto a que existía
igualdad de derechos educativos para los dos sexos, el caso de Matilde
Montoya lo pone en duda, pues si bien tuvo la personalidad, el carácter
y el apoyo del presidente de la república para sortear las
dificultades que la sociedad le impuso, su caso en esa época
fue de excepción, no lo común. Los viejos hábitos
sólo permitían ver la idoneidad de la mujer para educar
a sus hijos o como maestras en escuelas de párvulos.
Decíamos que el estatus de un paradigma educativo se obtiene
al resolver algunos problemas con éxito por un grupo de profesionales.
Teóricamente estos, varones, tenían claro cuáles
eran los problemas que afectaban el desarrollo intelectual de la
mujer, pero la teoría no se pudo llevar a cabo, pues se vio
permeada por un conjunto de creencias y valores adquiridos y arraigados
en la sociedad decimonónica, apreciaciones y convicciones
que se vieron reflejados en el diseño del programa de estudios
y todo lo que le competía para su realización, que
dio como resultado continuar y mantener la desigualdad educativa.
Hubo buen éxito en cuanto que se sentaron las bases para que
se las educara a través de la instrucción obligatoria
de la primaria, al reglamentar, en principio, un currículo
para ambos sexos, lo cual representó un avance significativo
en el proceso educativo, lo que no podemos afirmar es que se trató de
un éxito completo pues se hicieron diferenciaciones, problema
que hubiese quedado resuelto al aceptar y promover oficialmente escuelas
mixtas, sin marcar límites a su desarrollo intelectual.
Subir
Idea de Progreso
Encontramos continuas referencias al término
progreso, en diversos discursos y escritos educativos a finales del
siglo XIX. Éste no fue exclusivo del campo, ya que la idea
permeaba otros quehaceres como el político, por ejemplo, el
lema del gobierno de Porfirio Díaz: “libertad, orden
y progreso”. Se decía que, para llevarlo a cabo, había
que instruir a la población para que conocieran cuáles
eran sus obligaciones y sus derechos como ciudadanos; en el económico
se buscaba desarrollar las condiciones internas que permitieran al
país insertarse en el capitalismo internacional, para lo cual
era importante generar la industrialización que había
llevado a otros países a lograr el progreso, paradigma de
una nación moderna. Si el progreso y la prosperidad materiales
constituían la meta ambicionada, producirían la libertad,
el buen gobierno y al ciudadano ejemplar; la riqueza debía
generalizarse, pues México no progresaría como nación
en un país rico con un pueblo pobre, además el país
no contaba con capital humano que permitiera la anhelada industrialización,
había que instruir y educar en diversas ramas de la ciencia
y la técnica a un número mayor de mexicanos. Para progresar
había que aumentar la cantidad y calidad de la educación.
Si el progreso era crucial en todos los temas, ¿qué significó a
finales del siglo XIX este término? Robert Nisbet24,
quien proporciona en su Historia de la idea de progreso, una revisión
crítica y argumentación histórica sobre los
personajes, textos y concepciones que utilizaron filósofos
e ideólogos sobre el tema, considera que la idea alcanza su
auge en el período que va de 1750 a 1900, tanto en la mentalidad
popular como en los círculos intelectuales, y de ser una de
las ideas importantes de la civilización occidental, pasó a
convertirse en la dominante, donde igualdad, justicia social y soberanía
popular convivían y se desarrollaban. Asimismo, se inició la
secularización del concepto progreso, convirtiéndose
en un proceso histórico movido y mantenido por causas puramente
naturales, no divinas.
Esta nueva idea de progreso consideraba que las artes y las ciencias
eran los verdaderos patrones para medir el avance, el objetivo principal
del progreso humano era conseguir la libertad -incluyendo a las mujeres,
los esclavos y los seres sometidos en todos los órdenes-.
Se estableció la relación de dependencia que había
entre el progreso económico y el intelectual, afirmando que
ambos dependían de la libertad que gozaran los individuos.
El talento se daba en igual medida en todos los seres humanos, las
diferencias que se observaban en el talento natural entre los individuos,
obedecían a las diversas costumbres y a la diferente educación,
por ello, las naciones que más progresaban tenían una
infraestructura educativa que permitía el desarrollo de talentos
individuales.
Nicolás Condorcet (1743-1794), quien escribió Sobre
el derecho de la ciudadanía de las mujeres25, afirmaba
que la ciencia era el camino que conducía hacia la perfección
y el espíritu igualitario que dominaría el futuro,
por lo que era necesario educar al individuo para destruir las supersticiones,
sobre todo las que fomentaban las diversas religiones. Así,
el primer paso para transitar al progreso sería la adquisición
del conocimiento científico y el desarrollo de la razón
a través de la educación laica, y agregaba que una
educación administrada de forma conveniente corregiría
la desigualdad natural de las facultades individuales, los beneficios
del progreso se reflejarían en la perfección de la
raza humana, en su libertad. Otra figura muy importante en el medio
educativo fue Augusto Comte, quien sostenía que la educación
empezaba en el seno de la familia, por lo que era de suma importancia
ofrecer una buena educación a la mujer.
¿Se advierten estas ideas de progreso en lo declarado por los educacionistas
mexicanos de finales de siglo XIX? Podemos responder afirmativamente, pues
tenemos varios ejemplos, como lo señalado por Francisco Sosa, que veía
la necesidad de instruir gratuita y obligatoriamente a la mujer, pues cooperaría
así al progreso de la humanidad y alcanzaría su emancipación26.
Para Justo Sierra el progreso tenía que descansar sobre la escuela pública,
las naciones que más progresaban lo hacían gracias al papel que
jugaba la educación, la que desarrollaba a los individuos en sus diferentes
destrezas intelectuales y habilidades manuales; el primer paso para transitar
al progreso sería la adquisición del conocimiento científico
y el desarrollo de la razón a través de la educación laica27.
La escuela debía ofrecer a los individuos, sin distinción, el
conocimiento de la naturaleza para propiciar igualdad; ningún gobierno
podía aspirar a la perfección si no hacía lo necesario
para instruir al pueblo, no podía ostentarse como república democrática
a un país donde sus ciudadanos no sabían el significado del término.
La educación uniforme y para todos los individuos era el primer paso
para llevar una nación al progreso libre, igualitario y justo, la consolidación
del orden conseguiría el progreso. Progreso y crecimiento económico
eran el paradigma de una sociedad capitalista del siglo XIX.
Ideas similares en torno al concepto de progreso estuvieron presentes
en otros congresistas como Ramón Manterota, quien daba por
sentado que la educación era la palanca del progreso, y
ella debía ser la base del bienestar y riqueza que la nación
tanto esperaba, los beneficios que ésta trajera se reflejarían
en la perfección de los individuos. Miguel Martínez,
decía al respecto: “ya que nuestra querida Patria
merced á la paz que felizmente disfruta, ha entrado en una
nueva era de progreso, que la educación popular entre decididamente
en esta nueva era”28, “si
de la ilustración de las masas, como tantas veces se ha
dicho, depende el progreso de los pueblos, y si la práctica
de las instituciones democráticas es imposible sin ciudadanos
que tengan el conocimiento de sus deberes y sus derechos; es del
todo indispensable para promover el progreso de nuestra patria
y para llegar á la verdadera vida democrática, que
nuestras masas populares encuentren en la escuela primaria los
elementos necesarios para convertirse en factores de la prosperidad
nacional y en ciudadanos celosos de sus derechos y cumplidos en
sus deberes”29;
o la de Rosendo Pineda “los pueblos del siglo XIX ya no pueden
vivir en la ignorancia y los que así viven son miserables
y desgraciados y están fuera del progreso”30.
Nos permiten afirmar que la idea de progreso estuvo presente en
la época, y que se la vincula a la educación, aunque
hay una que nos regresa a nuestro tema, la del profesor Aurelio
Oviedo, pues para él la mujer era el factor esencial del
progreso del hombre.
¿Podemos considerar que las resoluciones
de los congresos fueron coherentes con la idea de progreso en cuanto
a la educación dirigida a las niñas? Si uno de los
principios del progreso era la igualdad: ¿existió en
el diseño del currículo para ambos sexos? En principio,
nos dijeron que el programa general era único, es decir
igualitario y “sólo” dos materias eran diferentes,
Ejercicios Físicos y Labores Manuales. Que por naturaleza,
misión y función, para las niñas, esta última
consistía en costura, corte y confección de ropa,
trabajos domésticos, cocina, etc., a diferencia de los niños,
que se les enseñaba como trabajos manuales herrería,
cerrajería, cestería, cartonería, encuadernación,
torno, escultura, carpintería y cedacería; dejándoles
aptos para, al menos, nueve oficios al término de sus estudios
primarios. Al comparar los empleos que se obtendrían, resulta
que las niñas, al término de sus estudios, estaban
aptas para trabajar como costureras, empleadas en las casas para
trabajos de limpieza o cocina, tres ocupaciones solamente. Aun
aceptando naturalezas biológicas distintas, no podemos sostener
que la formación de destrezas fueran las mismas, que nueve
sea igual a tres, es decir hay una mayor diversidad de empleos
para los niños que para las niñas y, por lo tanto,
que el mercado de trabajo y salarios a los que estaban dirigidos
los oficios fueran iguales.
Desde mi punto de vista, la desigualdad estuvo ínter construida
en el propio Programa general de la enseñanza primaria
elemental obligatoria, por parte de aquellos que lo diseñaron
y aprobaron, y que al mismo tiempo fueron creando el paradigma educativo
femenino, lo que impidió un desarrollo igualitario y diferenciado
por naturaleza, misión y/o funciones, que marcaron los límites
de educación para las mujeres, por lo que el progreso se diseñó a
cabalidad por los hombres para el género masculino, no así para
el femenino.
¿Existió democracia, entendiendo por esto si ambos sexos influyeron
en los resolutivos para un currículo nacional? En ambos Congresos Nacionales,
los representantes de los estados a éstos fueron hombres31,
lo que trajo como consecuencia que todas las resoluciones acordadas para iniciar
la “modernización educativa que el país requería
para alcanzar el progreso”, fueron suscritas por varones. Las mujeres
no tuvieron voz ni voto, esto no significó que no tuvieran interés
en un asunto tan importante como la construcción del nuevo sistema educativo. El
Escolar Mexicano en una nota señalaba la ausencia de casi una cuarta
parte de los diputados a la Sesión del 10 de Diciembre de 1889, así como
la de varios de los Directores agregados, pero hace hincapié en la presencia
de “el bello sexo parece que está dando mayores pruebas de interés
y entusiasmo por los asuntos de su profesión”32 ,
pero no intervinieron en la planificación ni resolución del currículo
que les atañía, por lo que podemos responder en sentido negativo
a la pregunta.
Es muy difícil hablar de neutralidad en un proceso educativo
inmerso en la sociedad, en donde el currículo se supeditó a
los objetivos de la nación y en donde la presencia del paradigma
educativo permeó con opiniones y hechos el currículo
dirigido a las niñas33.
En cuanto a la política educativa, si bien el ministro Baranda
hizo grandes esfuerzos por mejorar la instrucción pública,
sólo pudo realizarlo en pequeño para el Distrito Federal.
En 1896 se hicieron esfuerzos por habilitar escuelas en la Ciudad
de México, 138 para niños y 142 para niñas,
pero no todos los estados contaban con el presupuesto de la capital
para la educación, en general la economía del país
no podía solventar la construcción y/o remozamiento
de escuelas en un país donde el 75% de la población
habitaba dispersa en rancherías y pueblos aislados por deficiencias
de vías de comunicación y transporte. Datos que arroja
el censo de 1895 corroboran lo arriba expuesto pues señalan
que el 83% de la población con 12.632,427 de habitantes era
analfabeta, cinco años después, al final del siglo,
era de 77.7% de 13.607,272, analfabetismo muy alto para lograr el
progreso económico deseado.
Subir
Conclusión
¿Podemos hablar de progreso educativo en el
caso de la educación de la mujer? Si aceptamos la existencia
de las resoluciones oficiales como la obligatoriedad, el laicismo
y la gratuidad de la educación primaria elemental, para ambos
sexos, y la “intención” de uniformarla curricularmente,
no habría reserva para decir que de jure no sólo hubo
avances, sino una reforma completa del sistema educativo que permitiría
hablar de progreso. Pero de facto, al encontrar que hubo diferenciaciones
curriculares y que éstas no permitieron el cumplimiento de
los elementos principales enunciados por los ideólogos del
concepto progreso: igualdad, libertad y justicia social, no podemos
afirmar categóricamente que sí lo hubo, en todo caso
sólo podemos hablar de avances normativos, fundamentos para ‘mejorar’ la
educación de la mujer.
Al ofrecer una educación curricularmente distinta a hombres
y mujeres, ¿no se estaba marcando desde la infancia la desigualdad
y la subordinación? ¿Podemos hablar de progreso en
un país donde a la mitad de la población se les suministraba
educación a conveniencia? Además, ¿no se violaba
el principio de igualdad de derechos al marginar a ese cincuenta
por ciento de la población, de participar en la elaboración
de leyes, al excluirlas del derecho de voto, por ser mujeres? Como
decía Condorcet, para que tal exclusión no fuese un
acto tiránico, sería preciso demostrar que los derechos
naturales de las mujeres no eran absolutamente los mismos que los
de los hombres, o probar que eran incapaces de ejercerlos, quitándoles
lo que por derecho natural les correspondía: ser ciudadanas34.
Para terminar, no podemos dejar pasar las denuncias expresadas por
algunos congresistas del 89 a propósito del debate sobre la
pertinencia o no de las escuelas mixtas como las de Luis Pérez
Verdía, Francisco Gómez Flores y Celso Vicencio, al
mencionar que la ausencia de educación o la escasez de ella,
había traído como consecuencia la falta de respeto
hacia la mujer por parte de los hombres, siendo ‘víctimas
de todos los ultrajes’, tema que desafortunadamente sigue estando
presente a más de 100 años de ‘educación’ en
México35.
Pareciera ser que aún con las mejoras educativas nacionales,
la cobertura y calidad de la misma no han permitido desarrollar una
sociedad igualitaria y justa, en donde el progreso sea para todos,
sin distinción de géneros. Mientras sigamos leyendo
que, en países desarrollados y en desarrollo, encontramos
una presencia de mujeres y hombres en la educación superior
cercana a la paridad y que, sin embargo, existe una menor presencia
de las mujeres en categorías elevadas de calificación
científica y profesional, en la dirección de proyectos
científicos, centros de investigaciones y universidades, no
queda más que concluir que el paradigma educativo creado en
torno a la mujer en el siglo diecinueve sigue vigente, ya que existe
desigualdad de género en el ámbito de las ciencias
y las tecnologías, en el desarrollo científico profesional
y en el acceso a puestos de toma de decisión en este ámbito36.
Una de las violencias más severas contra las mujeres, en la
cultura patriarcal, ha sido privarlas del acceso a la educación.
Subir
Bibliografía
Aguirre, Ma. Esther, et. al. “Expresión
de lo educativo en la prensa mexicana del siglo XIX”, en Memorias
del Primer Simposio de Educación. Galván, L. E. et.
al. (coord.), México: CIESAS, 1994.
Condorcet, Jean Antoine. "Sobre el derecho de la ciudadanía
de las mujeres" en Bosquejo de un cuadro histórico
de los progresos del espíritu humano. México:
F.C.E., 1997.
Debates del Congreso Nacional de Instrucción Pública. México:
Imp. De “El Partido Liberal”, 1889.
Díaz C., J. La Instrucción Pública en México.
México: Imprenta del Gobierno en Palacio, 1875.
Escudero, J. A. “La misión de la mujer es amar”,
en El Magisterio Nacional. Tomo III, Núm. 5. Mayo
de 1905. México.
Fontaine, F. “La educación de la mujer”, en El
Eco Pedagógico. Tomo I, Núm. 1, Agosto 16 de 1893,
México.
González y Lobo, María G. Los pilares de la educación
nacional. (Tres congresos decimonónicos), México:
Universidad Pedagógica Nacional, 2006.
Kuhn, Thomas. La estructura de las revoluciones científicas.
México: F.C.E. 1995.
Loved, H. “¿Pudor o desfachatez? Los verdaderos triunfos
de la mujer”, en El Magisterio Nacional. Tomo III,
Núm. 5. Mayo de 1905, México.
Meneses, Ernesto. Tendencias educativas oficiales en México.
1821-1911. México: Porrúa, 1983.
Asociación Nacional de Médicas Mexicanas, A. C. Matilde
P. Montoya, en http://www.elkiosko.com.mx/matilde_p_montoya.htm,
[consulta: 27 de junio 2008]
Nisbet, Robert. Historia de la idea de progreso. Barcelona:
Gedisa, 1991.
Pestalozzi, Juan Enrique. Cómo Gertrudis enseña
a sus hijos. México: Porrúa, 1996.
Rébsamen, E., en México Intelectual. Tomo
XIII, Enero-Junio 1895. pp. 319-321.
Segundo Congreso Nacional de Instrucción Pública,
México: Imprenta de “El Partido Liberal”, 1891.
Torres Q., G. “Educación femenina”, en La
educación contemporánea. Tomo II, Núm.
17. Julio 1° de 1897. p. 33
Subir
D.R. © Coordinación de Publicaciones
Digitales
Dirección General de Servicios de Cómputo Académico-UNAM
Ciudad Universitaria, México D.F.
Se autoriza la reproducción total o parcial de los artículos aquí presentados,
siempre y cuando se cite la fuente completa y su dirección electrónica.