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Hasta nuestros días, los vestigios materiales y culturales existentes en la península de Yucatán, testifican de manera contundente la florescencia de la cultura maya, la cual ha trascendido a las nuevas generaciones, por medio de la transmisión de los conocimientos y las prácticas interiorizadas por la colectividad, que han obrado como instrumento para afianzar procesos e interacciones entre los miembros de los grupos, logrando la permanencia de rituales, usos y costumbres, los cuales se desarrollan generalmente asociados al ciclo vital de los sujetos y a las actividades agrícolas, fundamentales en las relaciones de género, sobrevivencia y procesos identitarios, comunes para las mujeres y hombres peninsulares.

Gran parte del territorio del estado de Campeche, ubicado en la región maya, es habitado, actualmente por población indígena, la cual ha modificado algunos de los caracteres externos que los identifican como son el vestido, la vivienda, algunas creencias; no obstante estos cambios la esencia interna se preserva en las prácticas rituales y religiosas, cívicas, organización y sistemas de cargo que permite que por cuestiones de género, mujeres y hombres, tengan papeles diferenciados en las propias comunidades y en el exterior, pero a su vez, tengan diferente condición y posición.



 

 

 

Ser indígena, ser mujer


En México han sido un punto de discusión los conceptos que se tienen para especificar los rasgos que caracterizan a la población indígena, y lo más aceptado ha sido definir como indígenas a aquellos que descienden de poblaciones que habitaban el país antes de iniciarse la colonización y antes de que se establecieran las fronteras actuales de los Estados Unidos Mexicanos, y que cualquiera que fuera su situación jurídica, conservan sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas o parte de ellas (Embriz, et al, 2001, p. 154). Ser indígena, significa ser una persona cuyas costumbres, creencias y visión particular de la colectividad conjuntan el pasado prehispánico y el presente; su coincidencia, punto de identidad y referencia lo constituye la lengua, factor que sirve como base para cuantificar a la población indígena.

Actualmente se reconocen alrededor de 62 pueblos indígenas, los cuales se agrupan en torno a unidades territoriales delimitadas y jerarquizados conforme al orden y organización que, de manera interna, deciden y comparten sus moradores[…] para lograr objetivos comunes, entre los que destacan los de preservar y reproducir a la propia comunidad (INI, 2000). Ser indígena, se caracteriza además por las condiciones de pobreza y desigualdad en la que desarrollan sus vidas, ya que generalmente están asentados en regiones de difícil acceso. La base de su economía es la agricultura, que se realiza con prácticas tradicionales, sujetas a los temporales; practican la artesanía como una actividad emergente en el proceso de sobrevivencia.

 

En este contexto, las condiciones generales de vida de las mujeres indígenas de este país, por el hecho de ser mujeres, ser indígenas y ser pobres, las coloca en un lugar no afortunado en el acceso y participación a los recursos y al poder, señalando su condición de triple subordinación: de clase, de étnica y de género. A lo anterior se pueden sumar las diversas relaciones de desventaja que se dan entre las propias mujeres, como el parentesco y edad, o bien los papeles de hija, hermana, esposa, madre abuela, o suegra, que le toca desempeñar, según la generación.


Las mujeres indígenas comparten de manera general, con las demás mujeres, problemas relacionados con el acceso diferenciado a los servicios de salud, educación, producción, política, entre otros, los que de manera general en los últimos años han mejorado de manera sustantiva, pero el ser indígena, agudiza la dificultad para acceder a mejores servicios, son explotadas en el trabajo asalariado hasta por las mujeres mestizas y de manera cotidiana tienen que enfrentar la subordinación e invisibilidad a su aportación, a pesar de ser muchas veces mayor que la de las otras mujeres y hombres.


Recientes investigaciones (Bonfil, et al, [1999], Alberti [1997], Martínez [2000], Oliveira [2000] y García [2001] ) han dado orden a las características, oportunidades y problemas que enfrentan las mujeres indígenas y campesinas de nuestro país, coincidiendo en señalar que las mujeres indígenas, como parte de grupos étnicos particulares, comparten una concepción del mundo y de la vida que pregona la complementariedad entre hombres y mujeres; sin embargo, en la realidad otorgan una jerarquía mayor a lo masculino sobre el ámbito de acción de lo femenino, presente y reforzado en los rituales, los espacios y conductas que rigen a las mujeres .


Desentrañar lo anterior implica comprender trascendencia del género y las dimensiones que lo conforman e impactan en toda intención social o política que pretenda la transformación de las condiciones de las mujeres indígenas.

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Género: concepto e implicaciones

El término género se ha convertido en las últimas décadas en un asunto de interés tanto en el discurso, como en la conceptualización de las Ciencias Sociales y del pensamiento humano. Parte de desentrañar la diferencia existente entre el sexo y el género: el primero, queda determinado por la diferencia sexual inscrita en el cuerpo, mientras que el género, está relacionado con los significados que cada sociedad le atribuye. Esta aportación hecha por Robert Stoller (1968) es fundamental para explicar como la constitución biológico-anatómica de mujeres y hombres está presente en las desigualdades genéricas.

Britt Marie Thuren (1992) plantea que si el sexo es el aspecto natural o biológico de las diferencias entre los hombres y las mujeres, es decir, lo que es más o menos variable entre las culturas, el género es todo lo demás.

En la formación del género el aprendizaje social juega un papel determinante en estas diferencias, ya que si bien lo biológico y lo fisiológico influyen en el comportamiento de mujeres y hombres, la etiqueta o papeles que se asignan en la niñez son definitivos. La socialización de género ocurre con la interrelación de los padres y la interiorización que hacen los hijos, con el trato distintivo y las asignaciones que se dan a cada género, lo que posteriormente se transforma en el sistema de signos. El género se constituye en un eje ordenador en las diferentes relaciones que se establecen entre las mujeres y hombres en un contexto histórico social determinado (Giddens, 1992).

Conforme su connotación anatómica, hombres y mujeres construyen su identidad genérica, asumen los papeles que corresponden integrando a personalidad los rasgos de conducta, creencias, actitudes y estereotipos acorde a las respuestas sociales legitimadas por la cultura local.

 

El concepto género es un término que denomina la construcción social de las identidades diferenciadas de mujeres y hombres. Pero el género se extiende más allá de las personas para alcanzar emociones, sentimientos, actitudes, gestos, posturas y un amplio abanico de conceptos y abstracciones, sirve como un criterio que ordena las relaciones entre los actores y de ese modo, establece una estructura u organización social (Anderson,1997:17-18).

 

El género abarca, así como estudia a mujeres y hombres para comprender los mecanismos que los ubican en el lugar diferenciado, requiere dar lectura a los procesos históricos de las sociedades que desarrolladas bajo un orden patriarcal permanecen y rigen entre las relaciones de poder desigual.


Por lo anterior, urge hacer visible la importancia de la mujeres en el desarrollo de la sociedad, ya que por tradición no se le ha atribuido valor a su participación, la que siempre ha sido vista como función natural de su género, pasando desapercibidos los esfuerzos y las estrategias de sobrevivencia que desempeñan en el mantenimiento de la cultura y de los grupos domésticos, por lo que es necesario explicar, cómo cada ritual, en el caso de las mujeres mayas, reafirma estas asignaciones genéricas.


Los estudios de género son hoy en día, una herramienta teórica y metodológica, encaminada al estudio de los fenómenos sociales, así como de los orígenes, factores y concepciones que existen como mecanismos que permiten las desigualdades entre las mujeres y los hombres, que además son también una alternativa para movilizar de manera integral las estructuras que permitan su reconocimiento y transformación.

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Rituales, género y mujeres mayas


Estudiar a las mujeres indígenas sin explicar el simbolismo que representa ser maya, daría solamente una ligera aproximación a la construcción social que del género prevalece entre los grupos sociales investigados, así como su condición y posición. Con base en la propuesta de Oliveira (2000) y reestructurada por Martínez, et al (2002), se puede entender por condición la que explica lo concreto de las posibilidades y alcances en la vida de las mujeres y la posición que hace referencia al lugar que ocupan con respecto a los demás miembros de sus grupos, el análisis de su dinámica permite explicar cómo se reproducen las desventajas e inequidades que viven las mujeres.


Los significados comunes con estructuras y creencias establecidas como grupo étnico y en relación con otros grupos sociales, pueden ser observadas en las narraciones referidas a la cosmovisión y los rituales vigentes en las comunidades mayas, recreada por generaciones mediante aprendizajes, que de manera oculta, limitan espacios de acción entre mujeres y hombres, legitiman la valoración de cada miembro, ya bien en su subordinación o independencia, en lo público o en lo privado.


Según la cosmovisión del pueblo maya, rescatada en el Popol Vuh, refiere la manera como fue creado el género humano por los dioses, que determinaron la formación de nuevas gentes y de sus características. Este libro sagrado, dice “que el hombre ya situado en su propia condición según la necesidad de los dioses, éstos crean a las cuatro primeras mujeres para dar alegría al hombre y para engendrar a los hijos. Esto significa el hombre por ser un ser menguado, necesita el complemento que le dé la integridad a su existencia” Garza (1990).


De igual manera, en las esculturas de los centros arqueológicos clásicos de la cultura maya, se puede observar en la iconografía que aún se conserva, la representación de las relaciones entre los géneros, y las funciones que desempeñaban las mujeres y hombres. Por ejemplo Hunab-Tun Dios supremo, Itzmná Diosa de la medicina; Ahau kin Dios del sol, Ix- Chel Diosa de la Luna. (Mimensa, 2001).


En este sentido es relevante señalar que en las sociedades campesinas mayas se han conservado conocimientos y costumbres rituales ligados a la fertilidad de la tierra y a la naturaleza, y que están vigentes en los grupos indígenas de la región, en donde también se asignan espacios y actividades a las mujeres y hombres en cada circunstancia de sus vidas, en los que aparecen “elementos clave” que los reproducen y legitiman, que son “los invariables del ritual que perduran inmutables e insustituibles, y condicionan la reproducción del contexto semiológico sin el cual no tendría legitimidad alguna” (Marion, 1994: 23).


Uno de los rituales que aún practican y permanecen en las comunidades mayas es el hetz´mek (significa llevar a un niño a horcajadas en la cadera). Esta ceremonia referida al ciclo de vida, da paso a la iniciación del niño en sociedad, lo preparan para acompañar a los mayores en las actividades de la casa, del trabajo y en el grupo social. Conforme a la tradición, Marion (1994) y Garza(1990) señalan que las creencias y significados de este ritual se recomienda que sea realizado a los cuatro meses para los niños, asociado con la milpa que tiene cuatro esquinas y pone de manifiesto el ámbito público en el que posteriormente podrán participar los hombres.


Para las niñas se realiza el ritual a los tres meses, las mujeres son asociadas con el número tres, debido a que son tres las esquinas del hogar: el fogón, la banqueta, el metate, asociado sincréticamente a la Santa Trinidad, las Tres Cruces Milagrosas, que se convierten en herramientas asociadas al universo femenino y que limitan a su vez el espacio privado al que queda circunscrito el desempeño de las mujeres.


En las comunidades mayas de Campeche prevalece esta práctica y se toman como parte de la legitimación del deber ser de hombres y mujeres en el futuro de los miembros de la comunidad. Los niños llevan un padrino, las mujeres una madrina, ambos “compadres” asumen la responsabilidad de asegurar el desempeño de las funciones asignadas a los hombres y mujeres que apadrinan. Este ritual forma parte de la preparación de los niños y niñas para la vida social y constituye también un elemento fundamental en la socialización del género y en la división del trabajo.

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La simbología de los rituales

Los rituales, señala Millán (2004), no son solamente un modelo de representación, mas bien son universos simbólicos, se organizan para reforzar las normatividades. Las ceremonias rituales otorgan legitimidad al orden social establecido, tienen pautas bien marcadas, con su narrativa conocida por la colectividad; los rituales transcurren en un espacio-tiempo reordenado, que deja ver entre otras cosas la división social del trabajo.


En las comunidades mayas, previo a la preparación para esta ceremonia, se dispone la vivienda con los elementos que señala la tradición, los padrinos o madrinas entre rezos apropiados para la ocasión. Durante su desarrollo ponen en las manos de las niñas escobas, trapos para limpiar, algún utensilio de cocina, para que sea “trabajadora”. A los niños se les pone una coa, un machete o alguna herramienta que usará para ir al monte. Esta primera socialización del género, evidencia las normatividades explícitas e implícitas existentes en esta región, las cuales señalan tácitamente la distribución de trabajos y espacios de desempeño privado o público asignados diferencialmente a mujeres y hombres, siguen vigentes y son reforzadas con las normatividades impuestas por las distintas instituciones como la iglesia, las leyes, la escuela y el currículo oculto entre otras. En dichos rituales de paso y agrícolas, los miembros de las comunidades participan y preservan los que han acuñado como parte de su vida cotidiana.


Dado que la agricultura es la base de la alimentación y sobrevivencia del pueblo maya, persiste la costumbre de “limpiar” la milpa antes de dar inicio a la siembra y posteriormente hacer una comida para agradecer a los “señores” del monte; los rituales dedicados a la petición de lluvia, la fertilidad de la tierra, o de rogaciones y agradecimientos, son algunas de las ceremonias que forman parte de la ritualidad anual, se desarrollan en los lugares donde se siembra o sembrará la milpa, en ellas participan los hombres y niños, en la elaboración del altar, el horno para dar cocimiento del “col”(especie de atole), que es elaborado por los hombres y después los rezos, los cigarros, el trago y el “col” , se reparte a todos los invitados por el H-men (yerbatero o brujo). Las mujeres permanecen alejadas en el ritual preparando “chanchanes” (tortillas) [informa habitante de Santa Cruz (2002)].

Ritual de rogaciones y agradecimientos

en el que participan los hombres y niños


En las ceremonias cristianas y las fiestas del pueblo, se puede observar casi la misma práctica, delimitando claramente la división en cuanto a los espacios y actividades en que las mujeres y los hombres pueden participar. Las procesiones, los rezos y los gremios son encabezados por mujeres, mientras que los hombres cargan a los santos patrones o emblemas de cargo, o bien hacen otras tareas o bien solamente aprecian desde lejos su desarrollo. En las fiestas patronales, son los hombres los encargados de repartir la comida y el licor, mientras que a las mujeres se les encargada preparar la comida y hacer tortillas para todos los habitantes del poblado que participa en esta fiesta.

Las procesiones, los rezos y

los gremios son encabezados por mujeres


La celebración más importante durante el año, no sólo en la región de estudio, sino en casi toda la península de Yucatán, es la dedicada a los “Finados”, ritual que muestra la clara convivencia entre la cosmovisión indígena maya y las creencias cristianas, manifiestas en la vivienda, comida y rezos. Durante estas fiestas, un día es dedicado a los muertos “chicos”, y otro a los “grandes”, acomodando en los altares aquello que preferían comer, beber, fumar o jugar; las ánimas, conforme a sus creencias esos días “tienen permiso para visitar sus antiguas casas”. Estas festividades se llevan a cabo el último día del mes de octubre y los dos primeros días de noviembre.


Este ceremonial inicia con la siembra, porque hay que separar las semillas y frutas que se usarán para preparar los dulces y alimentos para estos días; los hombres tienen asignada esta actividad, y la confección de hornos y cocimiento de los “pibipollos”(platillo principal), mientras que las mujeres preparan la comida, los altares, los rezos y el reparto a todos los asistentes a sus domicilios.


Entre los grupos mayas la ritualidad está presente en tres esferas de acción: de iniciación o de paso asociadas a los ciclos de la vida (hetz’ mec, el arreglo matrimonial, las enfermedades y la muerte), las agrícolas referidas a la milpa, comida del monte y petición de agua (hanicol y cha’a chac) y las que contemplan la vida social y religiosa de la comunidad (gremios, fiestas del pueblo, novenarios), como encargados de establecer cargos, funciones, asignación de espacios, ligados al género de su población; que impactan en la vida concreta de mujeres y hombres creando fuertes estructuras relacionadas con las cargas de trabajo, el acceso a los recursos, los “deberes” que se convierten en la división desigual del trabajo, asignaciones, y privilegios, rasgos que son definitivos en la construcción de la condición y posición de las mujeres mayas de Campeche y en la conformación del sistema de género. Cada ritual que se preserva en las comunidades mayas de Campeche es indudablemente una lectura llena de sorpresas y profundos conocimientos, los que al analizarse desde el género, ampliarían la visión de lo que significa ser mujeres u hombres mayas.

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Conclusiones

Este trabajo representa apenas un punto de partida para estudiar a fondo la interiorización que hacen de los rituales mujeres y hombre de los grupos mayas, que actúan como un medio para reforzar los valores y creencias de la etnia, acentuar los papeles de género, la determinación de la división de espacios de acción asignado a mujeres y hombres, normatividades, división desigual del trabajo y los cargos sociales dentro de sus comunidades.


La pregunta necesaria requiere reflexionar acerca de cómo podrán transitar a un mejor estado de vida las mujeres indígenas, conscientes de que cada transformación representa un reto y plantea una serie de exigencias, de condiciones, destrezas, capacidades y cambios, en las que el género juega un papel sumamente importante. ¿Cómo mantener la esencia cultural y avanzar hacia condiciones más igualitarias que trasciendan a las nuevas generaciones?


Mejorar la condición y la posición de las mujeres indígenas es una tarea pendiente para la investigación, se antoja un reto y una oportunidad para revisar infinidad de aspectos y sus consecuencias, como son el trabajo productivo y reproductivo, el poder, la violencia, la salud, pobreza, migración, pero además plantear acciones encaminadas a lograr el desarrollo personal y colectivo de las mujeres. Pero además requiere la movilización de una serie de estructuras que permitan a las mujeres indígenas de manera real convertirse en protagonistas, para avanzar hacia el reconocimiento de su aportación como productoras y reproductoras de la sociedad y como sujetas de derecho, lo que implica acciones de justicia social que favorezcan su participación en condiciones de equidad, sin menoscabo de su condición indígena o de género.

 

Bibliografía

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Bonfil, Sánchez, Paloma; Raúl Marcó del Pont Lalli (1999). Las mujeres indígenas al final del milenio. México: Fondo de las Naciones Unidas para la Población (FNUAP). Comisión Nacional de la Mujer (CONMUJER).


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Fragmento de Entrevista Sr. Abelardo Huicab, Santa Cruz, Calkiní, Campeche(2002)

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