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Armonía del cosmos. Ciencia y literatura en la Nueva España

La concepción astronómica reflejada en el imaginario poético

Jorge Rodrigo Limón Bonilla
  • Uno
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Introducción

Para nosotros, lectores del siglo XXI, la diferencia entre las cosas y conceptos del mundo es tan marcada como necesaria. Tenemos un horror al vacío categorial. Lo que está bien delimitado anda con libertad; lo que no tiene un espacio fijo es hostigado hasta que llena las características que creemos lo representan mejor, amén de recortarlo con tal de que encaje. Así, pues, hoy día nadie podría confundir ciencia con literatura. Ambas tienen sus finalidades y sus metas operativas bien definidas. No obstante, esta diferencia no ha sido tan obvia ni tan necesaria en otras épocas.

Andreas Cellarius' illustration of the Copernican system, from the Harmonia Macrocosmica (1708). Fuente: Wikimedia Commons. Hubo, por ejemplo, en algún momento entre los descubrimientos de América y la Revolución Industrial, un sistema de concepción cosmogónica que compartía terreno con la ciencia y la literatura. Ninguno de estos discursos quedaba supeditado al otro, antes bebían y producían de la misma fuente de conocimiento: el mundo mitológico grecorromano, la Biblia y una punzante scientia nuova. Así pues, al Nuevo Mundo, de dominio mayormente hispánico, llegó una idea del universo un tanto añeja para su época. Añeja si se considera que la gran revolución astronómica (el paso de la concepción geocéntrica o ptolemaica, en la que la Tierra era el centro del universo, a la concepción heliocéntrica, cuyo centro era el sol), que tendría su auge con la triada Copérnico-Kepler-Galileo y que cambiaría de manera casi inmediata la forma de ver el mundo y, más importante aún, la manera de formular y concebir el universo, quedó en la puerta del imperio español. Y es que mientras gastaba todas sus energías espirituales en ser la campeona del catolicismo y sus fuerzas económicas en sostener el intrincado sistema de virreinatos, dejó de lado los avances científicos y vio con malos ojos todo aquel postulado que atentara contra la dogmática cristiana. Quizá uno de los descubrimientos que marcó más profundamente al ser humano, de menos occidental, que fue el desplazamiento de creerse centro del universo a saberse un habitante de un planeta que constantemente va a la deriva en el espacio, se volvió una verdad científica mucho tiempo después de haber sido formulada.

Los primeros tiempos en Nueva España

No sabemos con precisión a qué velocidad llegó a España o a la Nueva España el nuevo orden planteado por Copérnico en De revolutionibus. En la península "la primera mención" de 1546, "no es de un español, sino de un portugués, Pedro Nunes, ilustre hombre de ciencia, que escribió sobre geometría y sobre navegación" (ALATORRE, 2011). Y desde luego únicamente como mención, jamás como modelo representativo real. Por otro lado, en Nueva España, el primer texto que delata cierta afinidad con el heliocentrismo es el Discurso etheorológico del nuevo cometa visto en aqueste hemisferio mexicano; y generalmente en todo el mundo, este año de 1562. Descifrando a la inmaculada concepción de María Santísima, Madre y Señora Nuestra, del padre Diego Rodríguez. En este opúsculo, hablando del sitio por donde volaban los cometas, señala que "Saturno, Júpiter, Marte, Venus y Mercurio (como afirman Tychon y otros muchos) [...] se mueven alrededor del Sol concéntricamente con sus movimientos medios" (TRABULSE, 2003). Ahora bien, sabemos por varias señas que estas nuevas ideas ya vivían en el imaginario hispano aunque no representaran una realidad práctica (algo similar a lo que ocurre con nuestro tiempo y su imaginario acerca de la existencia de vida fuera del planeta, aún no demostrado). Uno de estos imaginarios es la poesía, en este caso, la novohispana. Echaremos un vistazo a las transformaciones y adaptaciones que sufrió el imaginario astronómico en el proceder poético.

En la primera mitad del siglo XVI encontramos, en una conocida epístola de Eugenio de Salazar a Fernando de Herrera en la que elogia y equipara la Nueva España con la Metrópoli, lo siguiente –tocante a los ingenios de América–:

Ya mide y proporciona Geometría,
y descripción universal nos muestra
la varia y general Cosmografía.
También la Astrología da la muestra
de fijeza y error en las estrellas
con las Astronomía, que el juicio adiestra.
(TENORIO, 2010)


Desde los inicios de la Colonia estuvo presente el estudio de los cielos. Los fines eran muy variados. Iban desde lo más práctico, como calcular posiciones en el transporte o una fecha determinada, hasta la adivinación del futuro, asunto muy penado por la Inquisición. De cualquier modo, se puede pensar que los cielos con sus planetas desempeñaban un papel en cada aspecto de la vida, y por ende, todos conocían algo del tema.

La primera etapa de la Nueva España, poéticamente hablando, deja ver tan sólo alguno que otro rasgo de la división y repartición del universo. Por ejemplo, Pedro de Trejo, en unas Chanzonetas para la celebración del Nacimiento del año de 1567, dice:

Los cielos, los elementos,
lo imposible y lo posible,
de ver su Dios invisible
visible, están ya contentos.
(Ibidem)


Lo que podría llamar la atención es la palabra "cielos", en plural. Y es que habitualmente se olvida que en la geografía celestial de la época, desde Ptolomeo por lo menos, existía la firme creencia de que lo que circundaba a la Tierra, punto central del universo, eran unas esferas que contenían cada uno de los planetas de lo que hoy denominamos Sistema Solar. El orden entonces de las esferas era, después de la Tierra: la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno, las estrellas fijas y la esfera del Zodiaco. Después de éstos se encontraba lo absoluto, el habitáculo de Dios: el Empíreo. Un buen ejemplo de la exaltación de esta zona, no desde el enfoque físico o teológico, sino desde el metafórico, lo encontramos en una composición esdrújula anónima que funge como elogio a algún otro poeta:

tu imagen levantada sobre pórfiros
de aquella cima al escondido cóncavo;
de allí se ha subido al último cielo,
y así como éste es más que esotros máximo,
y al sol más que las estrellas [es más] lúcido
(Ibidem)


Es importante notar el ensalzamiento que se hace del poeta y de su imagen representada en los cielos. Al estar en el último de éstos, y al ser el mayor y mejor de todos, es tan brillante como el Sol, estrella máxima; así, entre los poetas, es único.

El siglo barroco

Según pasa el tiempo, tanto los modelos antiguos, pitagóricos-ptolemaicos, como los modernos, copernicanos-keplerianos, ganan soltura en el ámbito literario poético. Hay que entender esta soltura de dos maneras: la primera, por el mismo uso y asentamiento de las disputas científicas en torno a los problemas teologales que implicaba tal o cual sistema; la segunda, que el terreno poético siempre ha tomando de donde más le place, y justo por ser mera figuración no tiene que decir al pie de la letra lo que dicen las Sagradas Escrituras o las leyes de las ciencias, sino que puede aludir y transformar la idea original según su conveniencia. Esta fusión entre el imaginario científico-astrológico y el decir poético es muy notoria ya en el siglo XVII. Caso que no podía faltar en estos terrenos, era el de sor Juana Inés de la Cruz. En la Loa quinta a los años del rey, de 1684, hace hablar al Sol, quien dice:
Retrato de Sor Juana Inés de la Cruz, de Miguel Cabrera. Fuente: Wikimedia Commons.

Pues si a milagro ha de formarse sólo,
yo soy el claro, refulgente Apolo,
que coronado rey del orïente,
soy de las luces la perenne fuente,
y como tal, soy rey de los planetas
que por lucientes metas
giran los orbes siete cristalinos,
y en tronos diamantinos
tienen asiento; y quiero convocarlos,
para la formación del alto Carlos,
y así llamarlos quiero.
¡Ah, del orbe primero
que se cuenta después del firmamento
(CRUZ, 2001)


En la imaginación de sor Juana, el Sol, organizando un consejo con los demás planetas, pide ayuda para formar a Carlos II en el felicísimo día en que fue concebido. No deja de sorprender la importancia, aunque sea metafórica, que los planetas y sus influjos tienen sobre la vida humana. Por un lado vemos que el Sol, aun sin ser el centro físico del universo, es centro de la vida, es el que da luz y guía a los demás planetas, incluida la Tierra. Por otro vemos que dentro del artificio poético, el Sol rinde pleitesía y decoro al monarca y al sistema geocéntrico. Continúa éste, ahora hablando a todos (el público, los planetas y Carlos II):

Y pues sois centro, de donde
las líneas se van tirando
hacia la circunferencia del universal teatro,
yo, que entre vosotros soy
centro, pues ocupo el cuarto
orbe, y el cuarto lugar
entre vosotros […]
os he convocado a todos
a todos he llamado,
para que todos sepáis
que, en el orbe por quien paso
sella y estampa fogosas
las huellas de mis caballos,
desde que aquel felice día
que el monarca Sol hispano
nació a aumentarme las luces
y a mejorarme los rayos,
cinco no cabales lustros,
veintitrés cabales años
cumple de su edad dichosa.
(Ibidem)


La alusión mitológica, mezclada con la realidad cosmogónica, juega un papel muy importante en el encomio al rey, pues aun cuando el carro de Febo Apolo, tirado por caballos de fuego, es la cosa más luminosa en el firmamento, ganó brillo con el nacimiento del monarca.

Carlos de Sigüenza y Góngora, cosmógrafo real, también tuvo que hacer científicas alabanzas. El presente Romance de 1677 es buen ejemplo de ello:

Monarca ardiente del día
que en cristalinas esferas
si mares de luces corres
selvas de turquí navegas.
Tú que del líquido espacio
a quien voluble entregas
mariposa inquieta giras
la eclíptica que bojeas.
Heroico centro de luces
aunque en la azul transparencia
topacio rubio te finjas
o terso rubí te mientas.
(TORRES, 2012)


Es aparentemente engañosa la posición que ocupa el monarca con respecto a su figura poética, el Sol. Se mezcla la idea de éste como astro móvil con la noción de astro fijo, es decir, con la noción moderna de Sol como centro de todo. De cualquier modo, la oscilación poético-literaria amplifica la indecisión con respecto a la toma de postura de uno u otro modelo astronómico.

Todo este catálogo celestial se prestaba muy bien para representar o rehacer poéticamente cualquier episodio de los Evangelios. Por ejemplo, mediante los villancicos no sólo se daban a conocer los dogmas cardinales de la fe, sino que se desplegaba ante los oyentes lo que se conocía del universo. Así, Antonio Delgado y Buenrostro, en un juego de villancicos a la Asunción, de 1689, canta:

¡Ah de los siete planetas!
¡Ah de los mayores astros!,
decid si por ventura
habita vuestra esfera
una que este mundo se ha ausentado,
dejándoles su sombra toda en prendas
de que en su desamparo es su amparo.
(TENORIO, 2010)


Todos buscan con desesperación a María, pues también es necesaria su presencia en la Tierra y no únicamente en el Cielo.

La Luna dice que no
sabe de este asombro raro;
mas de que a sus pies sirvió
de escalón para sus pasos.
Mercurio, adelante, clama
que pasó, dejando el rastro
sólo de que es ya ella
su adelantamiento atraso.
Venus dónde está no alcanza,
porque pasó de tan largo
por su esfera, que de intacta,
la llegó a dejar en blanco.
El Sol las señas que da,
entre confusiones, claro
es, que al pasar por su cielo
de luces le bordó el manto.
Marte, envainando su estoque,
asegura que a sus rayos
no su campo de batalla,
sino el de paz hizo campo.
Júpiter, aunque entre todos
obtiene el cetro y el mando,
a su dominio, su solio,
dice, se le fue por alto.
Saturno, afligido y triste,
pensativo y cabizbajo,
dice entre dientes que no
paró la risa en el llanto.
(Ibidem)


La relación forma-contenido no podría ser más acertada, pues según avanza el poema, va transcurriendo el ascenso hacia los diferentes cielos que circundan la Tierra. Cada estrofa contiene en sí un planeta, su alegorización y sus cualidades principales, que resaltan con el fugitivo paso de María.

A la entrada del siglo de las luces

Para el siglo XVIII el panorama del imaginario astronómico en la poesía no es muy diferente, sigue de algún modo bien instaurado el sistema ptolemaico. El léxico que se usaba en tiempo de Copérnico es el mismo usado por la poesía dieciochesca, las figuras, las mismas. Parece por momentos que el brillo y nitidez que alcanzó el cosmos en el XVII ha caído ahora en pura repetición retórica. En unos Certámenes a la canonización de san Juan de la Cruz, en 1729, el Doctor Ildefonso de Rojas enaltece la figura del santo:

A escalar las esferas,
de la tierra los senos, impaciente,
rompe en lenguas parleras
el fuego que, su seno incontinente,
aspira siempre en globos su desvelo
a hacer su esfera propia el mismo cielo.
Así, ¡oh Juan!, abrasado
del extático siempre amor divino,
en la tierra coartado,
quieres ya del empíreo ser vecino,
cuando, al hablar de Dios, globo te subes,
a no haber otro cielo, hasta las nubes.
León velas, fuego aspiras,
a los mismos ardores que resuellas,
porque de León, Venus y Virgo en las estrellas,
porque de fuego y león te han coronado
pureza, amor de Dios, celo y cuidado.
(Ibidem)


El remate de la lira es, aun con el sobrepujamiento tópico, de magnífica manufactura. Quedan unidos en uno solo el juego de palabras, la imagen de las constelaciones, los tributos de las mismas en modo pagano y la correlación que tienen con san Juan en el modo cristiano: la Virgen, la pureza; Venus, el amor de Dios; el León, el celo y el cuidado.

Se ha planteado que el triunfo del sistema heliocéntrico se dio en Nueva España a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, época en la que hay una "renovación de la ciencia astronómica", así como una "introducción, aceptación y puesta en práctica de los paradigmas copernicano y newtoniano" (MORENO, 1986). Desde luego, el que en la poesía se sugiera esta aceptación no es prueba contundente; empero, se percibe otro rumbo en la dirección que han de seguir los tópicos literarios muy afianzados a las tradiciones científicas. En la Amorosa contienda de Francia, Italia y España de 1761 hay, en especial, dos composiciones que delatan cierta liviandad con respecto a qué orden tiene el cosmos. La primera de ellas, es un romance escrito por Joaquín del Pino, quien se pregunta:

L'astrónomu, de Johannes Vermeer. Fuente: Wikimedia Commons.

¿Cómo benigno se advierte
astro soberano augusto
nuestro sol Carlos, si lleva
en retrógrado su curso?
¿Cómo en la esfera de Europa
se ve felice el influjo,
si en constelación nos dicen
los planetas infortunios?
¿Pues cómo variar pudiera
este inevitable atributo
de acarrear felicidades
quien en su nombre lo tuvo?
No puede ser; y por tanto
en nada yerro si juzgo
que, retrógrado o directo,
nos ha de llenar de gustos.
¡Oh quiera el cielo así sea,
gloriándonos todos juntos
de que cabe en nuestros pechos
lo que no cabe en el mundo.
(Ibidem)


Cabe señalar que en 1761 "Carlos III de España firmó el llamado 'Tercer pacto de familia' con Francia. España entró en la última fase de la Guerra de los Siete Años, contra Inglaterra, para recuperar Gibraltar y Menorca. Felipe I de Parma, dado su parentesco con las dos casas reales firmantes, quedó incluido en el pacto. Ésta es la alianza que celebra el certamen" (Ibidem). De esta manera, la asociación que Joaquín del Pino hace del rey con el astro, significa que toda transformación del monarca, en este caso Carlos III con su adhesión al ya mencionado pacto, podría traer rumbos inciertos; pero si es Carlos el centro por naturaleza, algo parecido al Sol, todo lo circundante tendrá beneficios a costa del centro sin importar las decisiones que tome. Más interesante aún, es otro romance del mismo certamen; curiosamente, la única noticia que se tiene de su autor es que era una mujer:

¿Qué es esto, Urania? ¿Nuevo astro
y de mayor magnitud mayor
a formarnos nuevo día
aparece y brilla hoy?
¿Una Diana, o una Venus,
un Mercurio, un Marte, o
un Júpiter que a Saturno
acusa la dilación?
Pero no, de este senario
no es planeta alguno, no,
que no entra en los errantes
quien nunca padeció error.
Engáñase el astrolabio,
porque si bien se observó
no es planeta de los seis;
y si es alguno, es el sol.
Aquel padre de las dichas,
cuyo influjo superior
siempre corre al beneficio
y nunca recalcitró.
(Ibidem)


La intuición poética, sumada a que la noticia de nuevos horizontes podía ser una realidad, nos convida a pensar en un despertar ante un nuevo astro, que no es ninguno de los seis o siete planetas antiguamente conocido, sino el Sol como centro del Sistema Solar. Desde luego, como puede ser arriesgado asegurar que es un poema heliocentrista, optamos por la lectura literal, donde el nuevo astro, núcleo de la sociedad en curso, es Carlos III, y cuya reafirmación como epicentro del orden coincide, fortuitamente, con el modelo heliocéntrico.

Conclusiones

Hablar en tan breve espacio de algo que es tan grande como el universo, tan largo como su historia o tan abundante como la producción literaria en torno a él sólo permite tomar unos cuantos ejemplos a la carrera. No obstante, queda claro que en la Nueva España, mientras se resolvía el conflicto entre ciencia y fe, o mejor dicho, la instauración de un orden nuevo sobre lo ya muy andado, la producción poética se vio permeada por el imaginario científico, dando como resultado obras poéticas que correspondían –y recreaban– cabalmente con los temas grecorromanos, con las palabras sagradas y poetizaban con mucha dignidad algo que hoy día parece muy difícil de lograr: la explicación racional del mundo. fin



Bibliografía

ALATORRE, Antonio, El heliocentrismo en el mundo del habla española, México: FCE, 2011.

CRUZ, sor Juana Inés de la, Obras completas, III (Autos y loas), edición, prólogo y notas de Alfonso Méndez Plancarte, México: FCE, 2001.

MORENO, Roberto, Ensayos de historia de la ciencia y la tecnología en México, México: UNAM, 1986.

TENORIO, Martha Lilia, Poesía novohispana. Antología, México: COLMEX/FLM, 2010.

TORRES, Daniel, "Dulce canoro cisne mexicano": la poesía completa de Carlos de Sigüenza y Góngora, Barcelona: Paso de Barca, 2012.

TRABULSE, Elías, Historia de la ciencia en México, siglo XVII, México: FCE, 2003.



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2015 Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
Jorge Rodrigo Limón Bonilla
Profesor adjunto de literatura mexicana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Jorge Rodrigo Limón Bonilla Es estudiante de letras hispánicas. Ha participado en coloquios de literatura de los Siglos de oro. Es, también, profesor adjunto de literatura mexicana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Actualizado hasta diciembre, 2015.


LIMÓN BONILLA, Jorge Rodrigo, "La concepción astronómica reflejada en el imaginario poético", Revista Digital Universitaria, 1 de diciembre de 2015, Vol. 16, Núm. 12. Disponible en Internet: <http://www.revista.unam.mx/vol.16/num12/art94/index.html> ISSN: 1607-6079.

La concepción astronómica reflejada en el imaginario poético

Jorge Rodrigo Limón Bonilla

La poesía renacentista y barroca constituye una parte esencial en la historia de la literatura hispánica debido a su fuerza de abstracción y de concepción del mundo. Su extensión temática abarcaba casi todos los temas competentes a la vida del ser humano, uno de ellos, poco analizado, es el orden del universo. En el presente texto se da seguimiento, en unos cuantos ejemplos, al nacimiento, evolución e instauración de los diferentes modelos astronómicos que imperaron en aquel entonces en la Nueva España. El seguimiento que se hace de los astros en la poesía tiene especial relación con la vida cortesana que, junto con los dogmas de fe, se tenía en la Hispanoamérica preilustrada.

Palabras clave: Ptolomeo, Copérnico, Sor Juana, Sigüenza.