La
declaración de ignorancia
Detengámonos ahora en esta idea importante, que me gustaría llamar la declaración de ignorancia kantiana y que aparece repetidamente a lo largo de la Lógica trascendental. Se trata de las consecuencias de la revolución copernicana en metafísica para la cuestión del autoconocimiento. En la Analítica de los conceptos, Kant insiste que sólo nos conocemos a nosotros mismos tal y como aparecemos en la intuición interna y, en esa medida, a través de algo independiente de la mera espontaneidad de la apercepción. “La consciencia de sí mismo —escribe Kant en #25— está lejos de ser un conocimiento de sí mismo.” Por otra parte, en las secciones iniciales de los Paralogismos (A 341/B 399- A348/B406), que no varían en ambas ediciones de la obra, se manifiesta el propósito de denunciar el error del psicólogo racional consistente en tomar la representación “Yo pienso” —haciendo abstracción de sus contenidos— como “su único texto”, y de pretender derivar de ella, a priori, determinadas propiedades del sujeto de pensamientos. Considérense por un momento dos clases de preguntas que suelen preocupar a quienes se interrogan por el autoconocimiento: la pregunta por lo que pensamos, sentimos, percibimos, experimentamos, por nuestras características físicas y nuestras acciones; y la pregunta por el tipo de cosa que somos. La primera clase mencionada se expresa, bajo los contextos pertinentes, en interrogaciones tales como: “¿Qué pienso (o siento) sobre tal y tal?,” “¿Qué tengo en la espalda?,” “¿Qué hice ayer?”. La segunda clase puede expresarse así: “¿Qué (o quién) soy?”. Si, como se ha sugerido8, llamamos autoconocimiento particular a respuestas que se den a la primera clase de pregunta, y autoconocimiento general a las correspondientes respuestas a la segunda clase, Kant estaría en este caso proponiendo no sólo una separación radical entre ambas variantes de autoconocimiento, sino que estaría negando la posibilidad misma de autoconocimiento general. El mensaje es, siempre, que no podemos pasar impunemente del primero al segundo. En otros términos, la idea de que sólo podemos conocernos a nosotros mismos en tanto que fenómenos circunscribe el autoconocimiento a su variante particular, i.e. el conocimiento de una serie de hechos (psicológicos y no psicológicos) acerca de nosotros mismos. Pero ningún hecho, ni siquiera el hecho de que seamos conscientes de nuestros pensamientos particulares, permite concluir nada acerca de nuestra naturaleza como seres pensantes. Ilustremos esto con un ejemplo. Supongamos que un profesor toma la lista de estudiantes y pregunta a cada uno, sucesivamente, “¿Y tú qué piensas (sobre tal y tal)?”. Cada estudiante puede suponer que eventualmente le tocará responder la pregunta, de manera que puede hacérsela a sí mismo. Es posible que cada cual obtenga una respuesta inmediata (aceptable o no); también es posible que no se tenga la respuesta, o que sólo pueda obtenerse muchos años después. Pero si hay una respuesta, cada cual podrá decir, según la ocasión lo amerite, “Pienso tal y cual sobre eso”. En tales condiciones no es difícil suponer que cada cual sabe 1) cómo respondió la pregunta, i.e. lo que piensa de tal y tal; y asimismo 2) sabe que contestó la pregunta, es decir, que piensa algo sobre tal y tal. La pregunta es, ¿acaso contamos, sobre la base de 1) y 2), con conceptos que especifiquen lo que somos en tanto cosas pensantes? Supongamos ahora que varios sujetos aprecian algo que se mueve sobre la línea del horizonte. Cualquiera de ellos podría preguntar, “¿Qué es eso que se mueve allá?” Y los otros podrían contestar, “Una máquina,” “Un misil”, “Un bípedo alado”, etc, todos los cuales pueden moverse. Si ante tal pregunta dijéramos simplemente, “un móvil”, es seguro que nuestro interlocutor no se dará por satisfecho; pensará tal vez que no hemos entendido la pregunta, o que no hemos dado ninguna respuesta sustancial. La posibilidad de dar respuestas determinadas indica que contamos con conceptos que especifican la clase de cosa que algo puede ser como algo que se mueve. Esto es justamente lo que no sucede, según la declaración de ignorancia kantiana, con la pregunta acerca de la clase de cosa que es el yo que piensa. Nada podemos concluir acerca de lo que somos como cosas que piensan sobre la base de que sabemos que poseemos determinados pensamientos acerca de objetos, y aquí la única respuesta que puede darse, (ya sea empíricamente, ya sea a priori), es indeterminada e insustancial: un pensador. Mencionaré seguidamente tres notas que merecen destacarse a propósito de la declaración kantiana de ignorancia. En primer término, ésta no sugiere, ni obliga a pensar, que el yo sea una representación espúrea9. Más aún, si atendemos a las advertencias de la deducción B, el yo pienso resulta indispensable para cualquier metafísica de la experiencia humana que admita la autoconciencia empírica, —y, con ella, la posibilidad de cada cual de reportar los propios estados psicológicos. El problema, sugiere Kant, radica en la tendencia filosófica a distorsionar su significado. Nótese, en segundo lugar, que la declaración de ignorancia no niega inteligibilidad al autoconocimiento general. No se trata, por ejemplo, de adoptar la posición de que no entendemos lo que preguntamos cuando preguntamos por la naturaleza del sujeto del pensamiento. De ahí que Kant parezca ofrecer la posibilidad de pensar que el yo tiene alguna naturaleza, aunque se halle ésta más allá de las condiciones del entendimiento humano. Y, desde luego, el yo cuya naturaleza nos es desconocida es el yo numénico. Finalmente, hay que indicar que la declaración kantiana tiene un carácter tenso, si no es que francamente paradójico. Por un lado, abre la puerta a la noción anticartesiana —y grata a los paladares filosóficos contemporáneos (Strawson 1967)— de que un sujeto de pensamiento (un pensador) no es un sujeto lógico último, sino un aspecto o modo de un particular que cae bajo un concepto más fundamental, a saber, el concepto de persona10. En otros términos, la teoría kantiana es compatible con la hipótesis monista de que es uno y el mismo particular —esto es, una persona o un hombre (ein Mensch)— el que, por ejemplo, piensa y corre, el que cree o no cree y es delgado u obeso, y el que puede describirse con cualquiera de las notas que normalmente usamos para caracterizar a lo que llamamos personas. (ver supra,,, A 359 B 415). No sé qué tanto haya que lamentar el hecho de que Kant no desarrollara o argumentara mayormente esta hipótesis. Con ello, la puerta abierta ahora parece cerrarse. En efecto, Kant parece afirmar que si bien no podemos saber si un sujeto de pensamiento es una persona, tal bien podría ser el caso del yo numénico ( Sellars 1970). |