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10
de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079 |
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Los sentidos y el conocimiento de las cosas El punto de partida son los sentidos. Por una acción, un movimiento local, se aplican los sentidos externos a los objetos. El objeto modifica, impacta y configura al cuerpo sensible. La sensación se realiza de la misma forma en que el sello configura o modela la cera. Y aquí, Descartes nos presenta una analogía. Insiste en que esa es la forma exacta en que sucede. Además, esto es extensivo a cualquier sentido: vista, olfato, tacto, oído y gusto. El sentido externo es movido por el objeto y la figura recibida (idea) se transporta hacia el sentido común. Según Brunschwig hacer depositario al sentido común de las sensaciones responde a la necesidad de dar cuenta de la unidad del objeto frente a la diversidad de los órganos sensoriales y de la informaciones recibidas.** El sentido común opera como un sello que imprime esas figuras o ideas en la fantasía o imaginación. La fantasía se asienta en el cerebro y mueve los nervios. El mecanismo hasta aquí descrito da cuenta de una serie de movimientos que se presentan en los animales, son una fantasía corporal. Son operaciones que se cumplen sin control de la razón y por ello no pueden considerarse aún como conocimiento. Para el conocimiento de las cosas es necesaria la presencia de una fuerza puramente espiritual "no menos distinta del cuerpo tomado en su conjunto, que la sangre del hueso o la mano del ojo" (AT, X, 415). Se caracteriza por ser única. Recibe simultáneamente con la fantasía las figuras que provienen del sentido común. Se dedica a las que se conservan en la memoria. Forma nuevas ideas que llenan la imaginación. Es a veces pasiva como la cera y a veces activa como el sello. En realidad, no hay nada en los objetos corporales que se le parezca. Al espíritu se le suele nombrar de acuerdo a las diversas funciones que intervienen en el conocimiento: entendimiento puro, imaginación, memoria, sentidos. Pero no debe confundirse al espíritu con esas operaciones, aunque estas son recursos humanos para compensar los defectos del propio espíritu. El movimiento entre el entendimiento y la imaginación, así como entre la imaginación y los sentidos es recíproco. Para el conocimiento de objetos corporales el entendimiento precisa vincularse con el mundo a través de los sentidos externos, siguiendo el mecanismo que se ha descrito. Por supuesto que cuando el entendimiento trata con cuestiones que no es corporal, no puede recibir ayuda de esas facultades. Por el contrario, debe desechar los sentidos y despojarse de la imaginación. La segunda parte de la Regla XII está dedicada a la distinción de las nociones de las cosas simples de aquellas que son compuestas, con el objeto de ubicar y alertarnos contra el error. Las cosas simples son aquellas cuyo conocimiento es tan claro y distinto que el espíritu no las puede dividir para conocerlas con mayor claridad, v. gr. la figura, la extensión, el movimiento. Las cosas compuestas lo son a partir de las primeras. En la realidad, las naturalezas simples se encuentran unidas en los objetos. Debe enfatizarse que su separación se debe a un movimiento de abstracción del entendimiento, a través del cual se descomponen hasta su última expresión. Las cosas simples son puramente intelectuales, puramente materiales o mixtas. Las primeras se conocen a través de una luz natural y sin ayuda de imágenes corporales. Tal es el caso del conocimiento, la duda, la ignorancia, la volición. Las cosas puramente materiales son aquellas que se conocen en los cuerpos, como la figura, la extensión y el movimiento. Finalmente, las cosas mixtas se atribuyen a las dos anteriores y como ejemplo menciona Descartes la existencia, la duración y la unidad (cf. AT, X, 419). Una característica fundamental de las cosas simples es que son conocidas por ellas mismas y no contienen nada falso. Las cosas compuestas se conocen a través de la experiencia o por ser compuestas por nosotros. La experiencia puede ser externa o interna. Proviene, en el primer caso, de lo que llega al entendimiento por medio de los sentidos y de lo que recibimos de los demás. En el segundo caso, es el producto de la contemplación reflexiva del propio entendimiento. En la Regla II, Descartes considera de forma general que la experiencia es a menudo engañosa. Sin embargo, aquí va a precisar que, si se limita a la intuición precisa del objeto presente, ya sea en sí mismo o en su forma imaginativa, el entendimiento no puede engañarse con ninguna experiencia (AT, X, 423). Los sentidos son la primera facultad que examina en la Regla XII y los considera como una facultad que apoya y auxilia al espíritu para el conocimiento. Debe enfatizarse que Descartes se refiere, en la Regla II, a la experiencia en un sentido amplio, podríamos decir a la experiencia cotidiana. Sin embargo, ahora, se expresa de la experiencia en un sentido estricto, como el ejercicio de un entendimiento atento y sabio, capaz de juzgar y reconocer el error.*** En realidad, podría decirse que la experiencia no es engañosa en si misma. Resulta engañosa cuando se admiten experiencias mal comprendidas (cf. AT, X, 365 y 423). Sobre la composición de las cosas Descartes menciona tres formas de hacerla: por impulsión (con diferentes grados de error, pero fuera de la jurisdicción del método); por conjetura y por deducción (cierta, aunque cabe el error). |