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10
de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079 |
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La teoría de Las pasiones Descartes desarrolla en su última obra, Las pasiones del alma, una teoría original acerca de las pasiones, sin limitarse a las investigaciones anteriores ni a las convicciones difundidas en su época, pues considera que:
A partir de su propia experiencia, decide realizar el análisis de las diferentes pasiones del alma. Un aspecto importante que podemos destacar aquí es la identificación que hace de su propia experiencia con la naturaleza del hombre. Las pasiones del alma es una obra dividida en tres partes: en la primera, Descartes trata de delimitar lo que son las pasiones, así como también cuáles son sus causas y su origen. En la segunda parte se propone delimitar cuántas y cuáles son las pasiones. Distingue como pasiones primarias la admiración, amor, odio, deseo, alegría y tristeza; y considera que todas las demás pasiones son compuestas de estas seis. En la tercera parte, se refiere a las características de las pasiones particulares. De su análisis, Descartes desprende que el conocimiento de las pasiones es benéfico para el hombre, pues conocer cuáles son sus efectos, o los límites en que pueden ser buenas las pasiones, o cómo pueden combinarse para producir el bien, puede conducirnos, por un lado, a no temerlas, y por otro, a evitar su mal uso. En contra de la tradición, Descartes sostiene que las pasiones no son malas por naturaleza y tienen la función natural de incitar al alma a consentir y contribuir a las acciones que sirven para conservar el cuerpo y hacerlo más perfecto; así, por ejemplo, por la tristeza el alma se da cuenta de las cosas que dañan al cuerpo, por eso siente odio hacia lo que le causa tristeza y el deseo de liberarse de ello. La alegría advierte al alma las cosas que son útiles al cuerpo, y por esto siente amor por ellas y el deseo de conservarlas. Las pasiones nos inclinan hacia lo que es favorable al cuerpo, pero también son buenas para el alma, porque ayudan al conocimiento favoreciendo la retención de los pensamientos que los acompañan, y porque la alegría y el amor que los bienes del cuerpo excitan en el alma son para ella, independientemente de los bienes del cuerpo, un bien propio. Para Descartes, uno de los aspectos más importantes en el control de nuestras pasiones es la regulación de nuestros deseos, y considera que "en esto consiste la principal utilidad de la moral". (7) Con la finalidad de poner de manifiesto cómo podemos regular el deseo, nos aconseja no desear las cosas buenas que no dependen de nosotros, en primer lugar porque si no las logramos nos afligimos, y en segundo lugar porque al ocupar nuestro pensamiento en estos deseos nos apartamos de desear otras cosas que sí dependen de nosotros:
Para Descartes el deseo es bueno si deriva de un conocimiento verdadero, malo si se funda en un error. Y el error que generalmente se comete -dice- es no distinguir las cosas que dependen de nuestro libre albedrío. Afirma que una vez que hemos eliminado el deseo de las cosas que no dependen de nosotros, o que lo hemos limitado únicamente a las cosas que sí dependen de nosotros, sólo queda entonces seguir la virtud: "porque realizar las cosas buenas que de nosotros dependen es realizar la virtud". También afirma que "todo aquello cuya realización depende únicamente de nosotros, puede proporcionarnos siempre una satisfacción completa". (9) En la tercera parte de su obra, al hacer el análisis de las pasiones particulares, Descartes considera a la irresolución como un exceso que surge cuando el entendimiento no posee nociones claras y distintas, y manifiesta que el remedio contra la irresolución "consiste en acostumbrarse a formar juicios ciertos y determinados sobre todas las cosas que se presenten". (10) Expresa en esta obra que la irresolución constituye uno de los más grandes males. Para Descartes los hombres irresolutos son los que se dejan guiar por sus pasiones, es decir, los que no se guían por sus "propias armas". Introduce un criterio importante para guiar las acciones del hombre, que llama "propias armas". Con este nombre designa a los “juicios sólidos y precisos acerca del bien y del mal, con arreglo a los cuales resuelve el alma dirigir las acciones de su vida”. (11) |