10 de agosto de 2004 Vol. 5, No. 7 ISSN: 1607 - 6079
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El ritual

Los rituales se celebraban en espacios sagrados como templos, pirámides, patios, plazas y juegos de pelota que las más de las veces simbolizaban un microcosmos. En estos lugares el sacerdote adivino llamado chilam determinaba a través del cálculo de los ciclos temporales11 y del movimientos de los astros, el espacio y el momento en que se celebrará la ceremonia que constituía una irrupción en el tiempo sagrado, en el de los orígenes.

El contacto con lo sagrado implicaba peligro, de ahí la necesidad de asumir medidas protectoras, que se centraban en la purificación de todo aquello que fuera a estar en contacto con el ritual. En Yucatán, por ejemplo, en tiempos cercanos a la conquista, primero se delimitaba el espacio a consagrar por medio de un cordel que sostenían cuatro sacerdotes sentados en cada una de las esquinas, buscando recrear un microcosmos.

En el centro se colocaba un brasero ardiendo al que cada participante arrojaba incienso y el alimento sagrado, maíz molido; luego un hombre tomaba el cordel, el brasero con los restos quemados y un recipiente con una bebida embriagante llamada balché, y llevaba estos objetos fuera del pueblo «... avisándole no bebiese ni mirase (hacia) atrás a la vuelta, y con esto decían que, el demonio quedaba echado».12

De acuerdo con algunas imágenes plasmadas en vasijas del periodo Clásico se sabe que recurrían a vómitos y aún a enemas. Y en caso de que se tratara de un sacrificio humano, también había que preparar a la víctima para el papel al que estaba destinada. Dada la peligrosidad de lo sagrado, creían que en caso de infringir alguna de estas reglas serían castigados por sus deidades con la muerte, idea que coincide con el concepto universal del peligro que entraña lo sagrado.

Figura 29. Esta imagen procede del disco "H" chapado en oro que fue extraído del Cenote de los Sacrificios en Chichén Itzá. El dibujo muestra un sacrificio de corazón.

Los dioses mesoamericanos, como ya señalé, no eran omnipotentes, necesitaban de la ofrenda de los humanos para subsistir, y esa fue la razón primordial de la creación. Los mayas extraían su sangre de diferentes partes del cuerpo: de la lengua, los molledos de los brazos, o bien del miembro viril, que era la que contenía mayor energía fertilizante; luego se ungía a la imagen del dios o bien se derramaba en papeles que se quemaban, para que el humo pudiera llegar a los seres incorpóreos.

Las divinidades también realizaban la misma acción en el Códice Madrid: en la página 19 de este códice se ve a varios dioses alrededor de un templo, algunos de la vida y otros de la muerte, que se unen a través de una cuerda que pasan por el pene, vinculando, a través de su sangre, las energías cósmicas opuestas para causar la vida en el cosmos. Y en las fuentes escritas sobre Yucatán se alude al mismo rito. Con profundo fervor, varios jóvenes ensartaban un mismo hilo pasando la mayor cantidad que podrían por el pene, uniendo su energía viril para ofrendarla a los dioses. El ritual comunitario establecía una alianza entre el mundo sagrado y el profano.

Los campesinos también creían fertilizar sus cosechas si derramaban sangre sobre la tierra, emulando lo que los dioses hicieron como se muestra en el Códice Madrid 95a. O bien en la Verapaz, cuando una pareja tenía problemas para procrear se sometían a punciones de sangre, confesaban sus faltas y se abstenían de algunos alimentos. Luego el marido dormía sobre la tierra para recibir su poder regenerador.13

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