El
ritual
Los rituales se celebraban en espacios sagrados como templos,
pirámides, patios, plazas y juegos de pelota que las más
de las veces simbolizaban un microcosmos. En estos lugares el
sacerdote adivino llamado chilam determinaba a través
del cálculo de los ciclos temporales11
y del movimientos de los astros, el espacio y el momento en que
se celebrará la ceremonia que constituía una irrupción
en el tiempo sagrado, en el de los orígenes.
El
contacto con lo sagrado implicaba peligro, de ahí la necesidad
de asumir medidas protectoras, que se centraban en la purificación
de todo aquello que fuera a estar en contacto con el ritual. En
Yucatán, por ejemplo, en tiempos cercanos a la conquista,
primero se delimitaba el espacio a consagrar por medio de un cordel
que sostenían cuatro sacerdotes sentados en cada una de las
esquinas, buscando recrear un microcosmos.
En
el centro se colocaba un brasero ardiendo al que cada participante
arrojaba incienso y el alimento sagrado, maíz molido; luego
un hombre tomaba el cordel, el brasero con los restos quemados y
un recipiente con una bebida embriagante llamada balché,
y llevaba estos objetos fuera del pueblo «... avisándole
no bebiese ni mirase (hacia) atrás a la vuelta, y con esto
decían que, el demonio quedaba echado».12
De
acuerdo con algunas imágenes plasmadas en vasijas del periodo
Clásico se sabe que recurrían a vómitos y aún
a enemas. Y en caso de que se tratara de un sacrificio humano, también
había que preparar a la víctima para el papel al que
estaba destinada. Dada la peligrosidad de lo sagrado, creían
que en caso de infringir alguna de estas reglas serían castigados
por sus deidades con la muerte, idea que coincide con el concepto
universal del peligro que entraña lo sagrado.
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Figura
29. Esta imagen procede del disco "H"
chapado en oro que fue extraído del Cenote de los
Sacrificios en Chichén Itzá. El dibujo muestra
un sacrificio de corazón. |
Los
dioses mesoamericanos, como ya señalé, no eran omnipotentes,
necesitaban de la ofrenda de los humanos para subsistir, y esa fue
la razón primordial de la creación. Los mayas extraían
su sangre de diferentes partes del cuerpo: de la lengua, los molledos
de los brazos, o bien del miembro viril, que era la que contenía
mayor energía fertilizante; luego se ungía a la imagen
del dios o bien se derramaba en papeles que se quemaban, para que
el humo pudiera llegar a los seres incorpóreos.
Las
divinidades también realizaban la misma acción en
el Códice Madrid: en la
página 19 de este códice se ve a varios
dioses alrededor de un templo, algunos de la vida y otros de la
muerte, que se unen a través de una cuerda que pasan por
el pene, vinculando, a través de su sangre, las energías
cósmicas opuestas para causar la vida en el cosmos. Y en
las fuentes escritas sobre Yucatán se alude al mismo rito.
Con profundo fervor, varios jóvenes ensartaban un mismo hilo
pasando la mayor cantidad que podrían por el pene, uniendo
su energía viril para ofrendarla a los dioses. El ritual
comunitario establecía una alianza entre el mundo sagrado
y el profano.
Los
campesinos también creían fertilizar sus cosechas
si derramaban sangre sobre la tierra, emulando lo que los dioses
hicieron como se muestra en el Códice
Madrid 95a. O bien en la Verapaz, cuando una pareja
tenía problemas para procrear se sometían a punciones
de sangre, confesaban sus faltas y se abstenían de algunos
alimentos. Luego el marido dormía sobre la tierra para recibir
su poder regenerador.13
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