Los
sacrificios
Pero los dioses exigían más que un poco de sangre,
que es la que otorga la fecundidad, por ello existe la posibilidad
de que se agote, de ahí la constante ansiedad del hombre
para lograr dicha regeneración. Así, recurrían
a sacrificios de seres humanos provocándoles la muerte por
diversos medios. Podía ser por decapitación, en los
que la cabeza simbolizaba la mazorca de maíz, transformándose
en un fruto simbólico del sustento del hombre; este hecho
también se expresa en el Códice
Dresde, donde la cabeza del joven dios del maíz
está en el centro, sobre una gran pirámide y en medio
de una ceremonia.
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Figura
32. La decapitación fue la forma
más común de sacrificar a una víctima
durante el periodo Clásico, aunque dados los instrumentos
para cercenar la cabeza, parece que la víctima tenía
que ser degollada antes. |
A
su vez era la forma en que la sangre escaparía con gran profusión,
símbolo de la energía divina que escapa del cuerpo.
Es muy difícil que la muerte se hubiera podido causar cercenando
la cabeza, dados los instrumentos con los que contaban; primero
debió recurrirse a degollar a la víctima, para con
posterioridad separar la cabeza del cuerpo. De diversos testimonios
se infiere que la decapitación fue la forma más común
de sacrificio en el periodo Clásico del área maya.
La cabeza
también constituyó un signo de triunfo, el captor
se colgaba la cabeza de su prisionero para ostentar su victoria.
Para el periodo Posclásico la forma más común
de causar la muerte ritual era extrayendo el corazón de la
víctima; el corazón, de acuerdo con las creencias
de los mayas, era un centro donde residían las funciones
cognoscitivas, racionales, espirituales y emotivas, el centro anímico
vital y el centro primario del yo. La muerte ritual era precedida
por elaboradas danzas y enormes procesiones. Los oficiantes se ataviaban
con las insignias de los dioses, sumamente elaboradas, y se convertían
en representantes y portadores del poder sagrado, procedían
en nombre de su dios, intermediarios de los cuales se servían
las divinidades para sacrificar a los seres humanos.
Las
víctimas eran principalmente cautivos de guerra, y mientras
mayor fuera el rango del prisionero, su muerte alcanzaba mayor valor;
algunos, para el momento de su muerte, ya no eran hombres, sino
dioses con una envoltura corporal; los dioses como el cosmos tenían
que morir para renacer con nueva energía. Había otras
víctimas, aun infractores de la ley, que estaban destinadas
a alimentar a las divinidades, finalidad para la que fueron creados
los hombres y retribuir a los dioses hambrientos los favores recibidos
y calmar su enojo. Y, por último, estaban los sacrificados
que servían como compañeros de muerte, servidores
de los grandes señores a los que continuarían sirviendo
en el tránsito hacia su destino final, como los son los acompañantes
del gobernante Pacal localizado en la tumba del Templo de las Inscripciones
de Palenque.
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Figura
35. En esta escena procedente de Chichén
Itzá, Yucatán, sobre un altar de sacrificios
conformado por el cuerpo de una gran serpiente de cascabel,
colocan a la víctima sostenida por dos sacerdotes;
uno más alza su brazo con el cuchillo sacrificial para
extraerle el corazón. |
A
la víctima se le brindaban bebidas embriagantes y otras drogas
que debilitaban su voluntad, se le recostaba en el altar de sacrificios,
y sostenida de brazos y piernas por los chaacoob, ayudantes
del sacrificador, denominado nakom, le arrancaban el corazón;
luego el sacerdote principal, ah kin, lo ofrendaba al Sol
o bien lo colocaba entre dos cajetes y a veces se le quemaba.14
La
muerte ritual por flechas o saetas también tenía como
finalidad primordial la búsqueda de la fertilidad. Se ataba
a un joven a una columna de piedra en medio de la plaza y alrededor
de él bailaban guerreros; la víctima se pintaba de
azul, el color sagrado, y se adornaba con flores del árbol
balché, asociadas con la sexualidad. El sacerdote lanzaba
una primera flecha y luego los guerreros lo asaeteaban. El sacrificio
se hacía en honor del dios solar, quien enviaba sus rayos
materializados en flechas para terminar con la vida de la víctima.
Los
rituales para pedir la lluvia adecuada para las cosechas podían
consistir en arrojar a lagos y cenotes víctimas, ya sea vivas
o bien a las que previamente se les había extraído
el corazón. Los grandes depósitos acuáticos
eran una entrada al acuoso inframundo, recinto también de
múltiples deidades. El cenote sagrado de Chichén Itzá
fue testigo fiel de este ritual; se han encontrado en él
numerosos restos de infantes, víctimas predilectas de los
dioses pluviales.
Había
otro sin fin de rituales como aquellas fiestas colectivas de la
comunidad celebradas en los distintos periodos del año, relacionados
con las siembras y las cosechas, o bien rituales celebrados en las
diversas etapas de la vida de un individuo, de los gobernantes en
el momento que ascendían al poder o para consagrar una victoria,
y aquellos ritos de iniciación de los hombres religiosos,
los encargados del culto.
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