La religiosidad en el Quijote

¿Quién es satanás en el Quijote? Para responder debemos echar un vistazo a toda la tinta que ha corrido con el fin de disertar sobre la religiosidad del famoso caballero de La Mancha y, por ende, la de su autor. Iniciemos con la pregunta ¿Qué tipo de religiosidad manifiesta el protagonista de la novela que nos ocupa? Los críticos que responderían, en líneas generales, pueden agruparse según dos posturas, la primera de las cuales nos presenta un don Quijote anticlerical o apartado de la religiosidad imperante, tal como sostienen, con diversos matices (y tan solo por ejemplificar con unos cuantos nombres) Américo Castro, Vicente Gaos, Helmut Hatzfeld, Lúdovik Osterc, entre otros muchos.

Algunos de estos autores ven la práctica religiosa del caballero como un ejemplo de la libertad frente a la intolerancia postridentina; en cambio otros juzgan perverso a don Quijote, tal como parecería sostener Hatzfeld, quien en el artículo “¿Don Quijote asceta?”, con explicaciones muy cuestionables, expone que, si bien la descripción física del caballero nos llevaría a confundirlo con un verdadero asceta, el hidalgo no lo es, ya que “no hace nada para reprimir sus más peligrosas inclinaciones, su irascibilidad, su orgullo, su disgusto de las mortificaciones, abstinencias y sufrimientos, su concupiscencia siempre al acecho, su curiosidad egocéntrica por el mundo y su gran temor de perder la vida”.3 Este crítico analiza al personaje cervantino para demostrar que comete uno a uno los siete pecados capitales; en síntesis, poco le falta para identificar en el manchego al mismísimo Satanás.

Sin concordar con este autor juzgamos interesantes sus citas del texto cervantino, pues rescatan todos los aspectos humanos del caballero; de tal modo que podríamos señalar dos aciertos de Hatzfeld; el primero radica en considerar que “en teoría don Quijote procura, con recetas propias, sobrepujar el ascetismo religioso que, para cualquier español del siglo de oro, representa el más alto nivel de moralidad sobre bases espirituales”4. El segundo aspecto que merecería rescatarse parcialmente radica en considerar al protagonista como: “un paradigma de humanistas y alumbrados, los cuales coinciden en un punto en sus tendencias, por lo demás muy dispares: en que tratan de cambiar el ideal cristiano teocéntrico por un conocimiento o emoción antropocéntricos.”5