En apariencia don Quijote reconoce su error, ¿pero en verdad lo acepta? Las palabras del caballero son muy claras: pensó que eran satanases del infierno, cosas malas y del otro mundo, por la forma como iban vestidos y las actividades que realizaban, no declara haber visto otra cosa (a diferencia del capítulo octavo). El manchego ataca a sacerdotes, porque los demonios no rezan, y, en este episodio, siempre estuvo consciente de lo que realizaba. Como hemos visto, aparecen dos términos para referirse a esta procesión de sacerdotes: “encamisados” (en el sentido de participantes en una fiesta) y “diablos” (cosa mala y del otro mundo y satanases del infierno), las dos denominaciones revelan cuan poco respeto merecían todas esas ceremonias de culto externo, las cuales más que promover una religión donde imperara la devoción y el recogimiento, llevaban el respeto a un culto ridículo mediante el terror (como sucedía gracias a instituciones como la Santa Inquisición). Después de este ataque, el bachiller, Alonso López de Alcobendas le advierte: “Olvidábaseme de decir que advierta vuestra merced que queda descomulgado por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada, justa illud: Si quis suadente diabolo,21 etcétera (I,19).” Don
Quijote lleno de orgullo reafirma sus actos explicando que no consideró
ofender “a sacerdotes ni a cosas de la Iglesia”, sino “a
fantasmas y a vestiglos del otro mundo”. En este episodio citado
se critican las procesiones nocturnas que se realizaban durante el reinado
de Felipe II, las cuales parecían estar dedicadas, como queda dicho,
a promover el temor de los creyentes.
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