Todas las nuevas puestas en escena de los entremeses muestran virtualidades teatrales de los textos cervantinos, así lo apreciaron: Federico García Lorca, que en su representación jugó con las dos vertientes: la de la tradición y la de la ruptura, proponiendo a La barraca una estilizada representación inspirada en la imaginería y juguetes populares, que contrastó en su momento con las versiones de visión costumbrista, tanto de El retablo de las maravillas, La guarda cuidadosa o La Cueva de Salamanca. Todavía existen crónicas del entusiasmo que despertaron estas representaciones y que luego determinaron a Manuel de Falla a hacer una ópera sobre “El Retablo de maese Pedro”, como lo vimos páginas atrás. Jean-Louis Barrault, a partir de una adaptación libre de El retablo, encuentra un sentido subversivo políticamente, de modo tal que, aunque situado en una España de fantasía, el hilo conductor de la puesta en escena transforma el espacio español en un espacio francés en donde las figuras de autoridad son representadas con todo su potencial autoritario y de engañifa; a su vez el pueblo es capaz de descubrir la superchería y romper con los falsos valores de la sociedad autoritaria. Por último, Bertold Brecht en sus Einakter, juega una suerte de combinatoria con los entremeses, para extraer de ellos una serie de comportamientos arquetípicos, dándoles dentro de su propio universo dramatúrgico una nueva funcionalidad.
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