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Cervantes sin duda fue atento lector de Lope de Rueda. En el prólogo de las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, dice de él que es: “varón insigne en la representación y el entendimiento”, para más tarde señalar “la excelencia y propiedad” de Rueda como autor de entremeses. Que Cervantes gustaba de este género considerado menor es evidente, y también que tuvo escasa fortuna como dramaturgo, fuera de comedias o de entremeses; pero esta situación –que en su momento le hizo declarar, desengañado, en la adjunta del Viaje del Parnaso, sus sinsabores con empresarios y comediantes, indicando de pasada que había escrito seis comedias inéditas con sus seis entremeses “nunca representados”– se ha revertido, y actualmente se ha revalorado al Cervantes dramaturgo, fundamentalmente al creador de unos entremeses que muestran en forma evidente la capacidad de este autor para crear universos teatrales con una abrumadora fuerza de comunicación, como lo muestran la persistencia y entusiasmo con la que jóvenes o viejos, letrados o iletrados, actores profesionales o aficionados, participan entusiastamente año con año –y a lo largo de treinta– en la representación de los Entremeses cervantinos en la ciudad de Guanajuato.

Todas las nuevas puestas en escena de los entremeses muestran virtualidades teatrales de los textos cervantinos, así lo apreciaron: Federico García Lorca, que en su representación jugó con las dos vertientes: la de la tradición y la de la ruptura, proponiendo a La barraca una estilizada representación inspirada en la imaginería y juguetes populares, que contrastó en su momento con las versiones de visión costumbrista, tanto de El retablo de las maravillas, La guarda cuidadosa o La Cueva de Salamanca.

Todavía existen crónicas del entusiasmo que despertaron estas representaciones y que luego determinaron a Manuel de Falla a hacer una ópera sobre “El Retablo de maese Pedro”, como lo vimos páginas atrás. Jean-Louis Barrault, a partir de una adaptación libre de El retablo, encuentra un sentido subversivo políticamente, de modo tal que, aunque situado en una España de fantasía, el hilo conductor de la puesta en escena transforma el espacio español en un espacio francés en donde las figuras de autoridad son representadas con todo su potencial autoritario y de engañifa; a su vez el pueblo es capaz de descubrir la superchería y romper con los falsos valores de la sociedad autoritaria. Por último, Bertold Brecht en sus Einakter, juega una suerte de combinatoria con los entremeses, para extraer de ellos una serie de comportamientos arquetípicos, dándoles dentro de su propio universo dramatúrgico una nueva funcionalidad.

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