Cervantes de Esquivias Miguel de Cervantes Saavedra se sabe que nació en Alcalá de Henares en el año de 1547, a mediados del siglo XVI. En lo alusivo a los antecedentes de la familia Cervantes se conoce que vivió situaciones contrastantes; en la casa de su abuelo conocido como el Magnífico Señor don Juan de Cervantes la abundancia predominaba y contrariamente las limitaciones de la casa materna eran muy evidentes. Desde pequeño conoció y vivió en diferentes lugares. Así, durante su infancia recorrió varias ciudades de España, como consecuencia de la situación económica tan difícil que tenía su familia, se veían obligados a cambiar de lugar de residencia, hecho que indudablemente marca la vida de este personaje, la cual es enriquecida con vivencias y situaciones diferentes. En su juventud se dedicó a aprender y cultivarse, tomando clases con personajes destacados y cultos en diferentes disciplinas y ciudades de España, por lo que se ocupó de recorrer lugares y por ello aprendió de los diferentes sitios que visitaba, hechos que lo hacían un observador muy suspicaz. Un dato importante de resaltar es que en el otoño de 1567, fecha que se reconoce como el inicio de la creación poética de este literato, escribió un soneto para la infanta Catalina Micaela, hija de Felipe II e Isabel de Valois, llamado “Serenísima reina en quien se halla”, el cual fue publicado con ayuda de Alfonso Getino de Guzmán. Más tarde es cuando se incorporó a los tercios españoles, se trasladó a Roma y participó en la memorable batalla de “Lepanto”, que tuvo como fecha el 7 de octubre de 1571. Se sabe que en esta batalla, Cervantes, a la edad de 24 años y encontrándose con calentura, se negó a retirarse de ella diciendo: “más quería morir peleando por Dios o por su rey”, se le encontró combatiendo en el lugar del esquife, ubicado en la popa del navío y sumamente peligroso, donde recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y un tercero en la mano izquierda, quedándole secuelas de por vida, por lo que se le llamó también: “El manco de Lepanto”. Con esa forma tan peculiar de ver la vida, Cervantes evocaría orgulloso este acontecimiento en el prólogo del Quijote de 1615.
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