“El infierno son los otros”, dijo Sartre, que nunca estuvo concentrado en un equipo ni tuvo hijos ni asistió a una junta de condóminos. ¿Qué hubiera pensado de los esforzados varones que pasan más noches con su compañero de cuarto que con su esposa? La convivencia obligatoria y los entrenamientos sin otra recompensa, que el dolor, ponen a prueba la fibra de los héroes. Los nervios son la última reserva de la integridad futbolística. En un ambiente donde todo está en venta y un presunto fanático del Barcelona como Luis Figo acepta ser fichado por el archirrival Real Madrid, de poco sirve indagar las emociones de los mercenarios. Los gladiadores de la hierba alquilan sus pies para patear balones al mayoreo o para anunciar talcos contra los hongos. La principal estadística de un jugador es el dinero que costó ficharlo. Y de poco sirve luchar contra este mercadeo, pues se trata de un delirio compartido. El traspaso de Zidane se amortiza de inmediato con la venta de cereales que contienen una réplica en plástico del futbolista. Lo único que hace inestable este absurdo emporio del consumo son los nervios de los protagonistas. No hay manera de tasarlos. La melancolía y las neurosis de área chica son tan difíciles de prever como la bendita inspiración. A diferencia del básquetbol, el fútbol americano o la natación, el fútbol no depende de habilidades corporales específicas. Se puede ser espigado (Guardiola) o barrigón (Maradona), tener aspecto de gitano (Futre) o de capitán de submarino (Effenberg), calibrar disparos con los dos pies (Platini) o no hacer otra cosa que usar la frente (Bierhoff). Lo decisivo, en todo caso, consiste en disponer de cierta picardía, en inventar lo improbable y dominar la angustia para meter un penalty en el minuto 90. La magia del fútbol depende del sistema nervioso, ese misterio que no puede ser cuantificado. De pronto, el ganador del Balón de Oro se deja afectar por un temor o una superstición y su remate acaba en la fila 17; segundos después, un novato sin nombre ni sueldo fijo le pierde el respeto a la leyenda y anota uno de esos goles que hacen creer que la gloria se improvisa. La guerra de nervios no está bajo contrato. Es la parte gratuita del fútbol, lo único en que los titanes del pasto se parecen a nosotros, que sólo jugamos con la mente. |