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c) Decidir adoptar una posición positiva:
Si falta dirección o propósito a nuestra vida, no viviremos realmente, sólo existiremos. Y así, cuando tengamos que afrontar las inevitables pérdidas de la vida, nos parecerá que nuestra existencia no es más que un sufrimiento sin sentido y no nos quedará otra cosa que el desvalimiento y la desesperación.
Debemos comprometernos con una meta en la vida que vaya más allá de la satisfacción de nuestros deseos personales mundanos, y encontrar un modo de dar algo a la vida. Entonces sabremos qué es lo más importante para nosotros. Entonces y a pesar de los placeres, los cambios, el sufrimiento o el dolor que conlleva la vida, nada nos apartará del propósito principal Las circunstancias dolorosas y el sufrimiento no nos convertirán en víctimas de la tragedia, las veremos como parte del camino de la vida, como oportunidades para la transformación y el crecimiento. Si elegimos una respuesta creativa ante cualquier situación o dificultad en que nos veamos, iremos definiendo día a día, hora a hora, el sentido de nuestra vida.
Para responder a las circunstancias en un modo que resulte transformador, necesitamos encontrar una dirección en nuestra transición, preguntándonos:
Puesto que tengo que desprenderme de todos modos, ¿qué puedo dejar ir conscientemente?, ¿Qué me gustaría crear, o en qué me gustaría convertirme?, ¿Cómo quiero que sea mi nueva existencia?
Aquella que consideramos la mejor parte de nuestro ser, es a la que tenemos que entregarnos en lo que nos quede de vida.
La finalidad de la muerte es desafiarnos a tomar una decisión, la de estar plenamente presentes en el aquí y el ahora, y empezar de ese modo la vida eterna. Por que la eternidad bien entendida no es la perpetuación del tiempo que no cesa, sino más bien la superación del tiempo por el ahora que no pasa.
El momento decisivo de la vida espiritual es aquel en el que el tiempo que se acaba se transforma en tiempo de plenitud. Este permanecerá con nosotros, tanto si la muerte es un apagarse cuando se acaba el tiempo como una explosión en la lentitud del tiempo en el ahora de la eternidad.
La verdad es que no puedo echarte de menos
porque estoy lleno de ti.
Anthony de Mello
Recuperamos nuestra estabilidad, nuestra energía y esperanza, nuestra capacidad de gozar y de tener confianza en la vida. Aceptamos, a pesar de nuestros sueños y fantasías, que los muertos no volverán a nosotros en esta vida.
Nos reintegramos, aunque con enormes dificultades, a las circunstancias de nuestra vida que ha sido alterada, modificando -con el fin de sobrevivir- nuestra conducta, nuestras expectativas y las definiciones de nosotros mismos.
George Pollock, que ha escrito abundantemente sobre el tema del duelo, lo ha definido como “una de las formas más universales de adaptación y crecimiento”. El duelo exitoso, señala, es mucha más que tratar de sacar el mejor partido posible de una situación desfavorable. El duelo, dice, puede conducir a un cambio creativo.
Al interiorizar a los muertos, haciéndolos parte de lo que sentimos, pensamos, amamos, deseamos y hacemos, podemos retenerlos o dejarlos ir…
Cuando mueren nuestros seres queridos podemos enfrentar su muerte de dos maneras: o nos inhibimos para no enfrentarla o nos quedamos “atascados” en el proceso de duelo.
Durante un duelo prolongado o crónico no pasamos más allá de la segunda fase. Nos quedamos atascados en un estado de dolor constante e intenso. Y, aferrados irremediablemente a él, a la furia, a la culpabilidad, al odio de nosotros mismos y a la depresión, incapaces de continuar una vida normal. Resulta difícil dar a alguien un itinerario del duelo; pero llegará un momento en que estaremos dispuestos a desprendernos de una relación perdida. Nuestro duelo se vuelve patológico cuando no podemos y no queremos desprendernos de él.
Así, la única oportunidad que tenemos es elegir lo que hacemos con nuestros muertos: morir cuando ellos mueren o vivir como lisiados, o forjar, a partir de los recuerdos, nuevas maneras de vida. A través del duelo sentimos ese dolor y podemos superarlo. A través del duelo dejamos que los muertos se marchen y los incorporamos a nosotros. Llegamos a aceptar los difíciles cambios que las pérdidas deben traer consigo, y es en ese momento cuando empezamos a vislumbrar el final del duelo.
Aprender la lección que la muerte de un ser querido nos plantea no es tarea sencilla, porque generalmente no estamos preparados y predispuestos para ello. De modo que debemos, muchas veces, apoyarnos en una ayuda necesaria para transitar este dolor. Una ayuda válida que se basa en no suprimir, en no adormecer, sino en hacernos despertar aunque esto implique un sufrimiento inicial mayor. No debemos buscar alivio sino la comprensión, o puesto de otro modo: sólo la comprensión nos dará verdadero alivio.
No cometan un error: éste no es un camino fácil.
Pero la dificultad no es fija e inmóvil,
La dificultad existe en una falsa creencia
que está dentro de nosotros.
Hay que cambiar esa creencia
y luego será fácil decir adiós.
El Guía, Pathwork
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