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Para muchas personas, hoy en día, la Ciencia Ficción constituye un conglomerado de películas cinematográficas sobre seres extraterrestres con la consabida interacción del hombre con los extraños, diabólicos y horrorosas criaturas que en ellas abundan. Significa, además, viajar al espacio, proyectarse al futuro y ver elementos de la vida cotidiana que el ser humano no concibe en la actualidad. Es sentarse a ver War of the Worlds, Star Trek o Starship Troopers. Sin embargo, la Ciencia Ficción no es eso. Si bien algunos han querido argumentar que es más antigua que las historias de Jules Verne y las novelas del espacio de Herbert George Wells, lo cierto es que en el siglo XIX, ante el empuje de los nuevos descubrimientos, se experimenta el crecimiento de lo que es hoy este género literario.

 

Aunque el nombre del género se originó en 1929, existe un conjunto de narraciones anteriores que pueden ser consideradas como iniciadoras de la temática. A esto se le suele denominar protociencia ficción. Ya en el siglo XVII habían comenzado a escribirse las primeras historias, aunque en un año tan lejano como 175 aparece la parodia de las

falsas narraciones de viajes que hace Luciano de Samosata en Una historia verdadera, donde aparecen viajeros que son tragados por una ballena, visitan la Luna y participan en la primera batalla espacial en nuestro satélite, después de encontrarse con un gran número de fantásticas criaturas.

 

Pero, ¿qué es la Ciencia Ficción? Aún no se ha llegado a un consenso acerca de su definición y muchos han tratado de hacerlo. Especular con amenidad sobre la Ciencia y las posibilidades que nos presenta es una de sus principales funciones y mayores atractivos. Isaac Assimov, conocido divulgador científico y prolífico autor del género, la definió, hace ya décadas, como “la rama de la Literatura que trata de la respuesta humana a los cambios en el nivel de la Ciencia y de la tecnología”, mientras que David Pringle la trata de visualizar como: “…una forma de narrativa fantástica que explota las perspectivas imaginativas de la Ciencia moderna“.

Viajes Extraordinarios

 

Fue precisamente el explotar su imaginación, y lo que de ella se derivó, lo que llevó al escritor francés Jules Verne (1828-1905) a escribir más de sesenta novelas que forman parte de una colección que pasó a la historia con el nombre de “Viajes Extraordinarios”. El conjunto de textos que componen la serie ha sido dividido frecuentemente para su estudio en dos grandes etapas: una primera que va desde su primer libro publicado, Cinco semanas en globo, hasta la salida de Los quinientos millones de la Begún y una segunda que transcurre a partir de ahí y hasta la última de sus novelas, La asombrosa aventura de la misión Barsac, modificada ampliamente por su hijo Michel y que fue publicada póstumamente en formato de libro en 1919 (fue serializada cinco años antes en Le Matin), estando basada en un borrador y una historia planeada por su padre.

 

En la inmensa mayoría de las ocasiones que se cita a Jules Verne sólo se hace para recordar las fabulosas máquinas o invenciones que más tarde se acabarían convirtiendo en realidad. Cito aquí el submarino, el helicóptero, el teléfono, el fonógrafo y tantos más. Pero, en realidad, al escribir sus historias, sus propósitos distaban mucho de hacer puras novelas de anticipación. Muchos de sus “inventos” ya estaban prefigurados en narraciones de otros escritores o, incluso, eran ideas que flotaban en el ambiente científico de la época. Sí es importante decir que su verdadero proyecto de novelar la ciencia resultó ser algo verdaderamente renovador, superando así, las obras anteriores a Verne que tenían profundos cortes satíricos, filosóficos y utópicos pero nunca pretendiendo hacer literatura a partir de la ciencia.

 

Los Viajes Extraordinarios resultan ser, en su esencia, novelas científicas y su editor lo define muy bien en la publicación de Viajes y aventuras del capitán Hatteras, cuarta entrega de la serie que devela, por primera vez, ante el gran público las intenciones reales de la colección que pretende “resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos amasados por la ciencia moderna, y rehacer, bajo la forma atrayente y pintoresca que le es propia, la historia del Universo“.

 

El hilo principal de cada uno de los relatos gira sobre el ciclo: hipótesis inicial —medios y hechos para demostrarla— demostración de la hipótesis. En general, las dificultades con la que tropiezan los personajes tendrán una solución científica, por lo general feliz. Por otra parte, casi todas las novelas que integran la colección se desarrollan, más o menos, en un período similar al que se escribe. Sólo París en el siglo XX —publicada en la capital francesa en 1994 y que se desarrolla cien años después de haber sido escrita— y los cuentos En el siglo XXIX: la jornada de un periodista americano en el 2889 y El eterno Adán (donde vuelve a entrar en escena la figura de Michel que reescribe el cuento original titulado Edom) se salen de esa constante.

 

La escritura de la novela publicada hace unos diez años levantó nuevas polémicas en los círculos vernianos, sobre todo por el hecho de haber sido la segunda escrita por el autor y estar lista para ser publicada en 1863. Luego del éxito de Cinco semanas en globo, Hetzel, el editor de Verne, la rechaza y se mantiene entonces en una caja fuerte durante más de ciento treinta años.

 

El análisis de las tendencias emergentes y de lo que hubiera sido la obra de Verne de no haber sido por la negativa de publicación de su editor es un tema muy extenso y pudiera ser parte de un estudio más certero y especializado. En cuanto al cuento cuya historia se sitúa en el siglo XXIX aún se debate sobre la posibilidad de que haya sido su hijo Michel el que escribió el cuento originalmente en un periódico norteamericano y en este caso la proyección se hace un siglo después. Para el caso de la última se trata de una historia “rara”, que también se desarrolla en el futuro y que se sale de los temas vernianos comunes, centrándose en temas más filosóficos tales como: el reciclamiento de la vida y el eterno recomenzar de las cosas.

 

En línea general, las novelas de Verne están cargadas de un gran carácter pedagógico y su misión principal es la de formar el espíritu científico tanto en el lector, como en el protagonista juvenil de la época. En este sentido, muchas de las novelas que forman la colección entran dentro de la categoría de novelas iniciáticas. En ellas un determinado personaje, o personajes, incluido el propio lector, se inicia en los secretos, se desliza en la aventura que el saber autoriza, y si penetra en el espacio preparado por el cálculo, es como una especie de juego, para ver. Es la ignorancia misma que guiada por un iniciador -el científico o maestro de ceremonias- atraviesa una serie de pruebas (el abismo, la sed, la pérdida...) de las cuales saldrá victorioso y, desde luego, "convertido".

La ciencia en sus novelas

La ciencia puesta al servicio de la ficción. Este es el componente predominante en gran parte de sus novelas y son los Nemo, Phileas Fogg, Hatteras, Paganel, Barbicane, entre otros quienes van a la cabeza de sus aparatos poniéndolos en función del quehacer humano, para su beneficio o perjuicio. Notables ejemplos del uso de la ciencia en la obra verniana lo constituye el Nautilus de Veinte mil leguas de viaje submarino, donde la electricidad no sólo le proporciona iluminación al submarino, sino que además es utilizada como fuerza motriz del aparato. Los náufragos de La isla misteriosa, por ejemplo, no hubieran podido sobrevivir sin la ayuda de los casi enciclopédicos conocimientos de ciencia (sobre todo de Química) y el gran sentido práctico de Cyrus Smith, el ingeniero que, en razón de su saber técnico y científico, se convierte en el indiscutido líder de la aventura.

 

En De la Tierra a la Luna se presenta un trío de hombres que ponen en práctica lo conocido en la época y experimentan el lanzamiento de un “cohete” a la Luna que resulta ser un enorme proyectil propulsado hacia el territorio espacial usando el Columbiad, un gigantesco cañón instalado en las proximidades de la base espacial norteamericana conocida en nuestros días como Cabo Cañaveral. En el libro se hacen todos los cálculos matemáticos necesarios para definir las velocidades necesarias con las que se debe impulsar al artefacto para que salga fuera de la órbita terrestre, que casi coincide, por cierto, con la velocidad inicial que se necesita en la actualidad para que un cohete pueda atravesar la atmósfera terrestre.

 

Las descripciones en muchos de sus relatos parecen lidiar más bien con las aplicaciones tecnológicas de la ciencia en la vida humana. Verne, por naturaleza, un escritor dotado de habilidades para escribir historias, y de forma más notable en sus primeros años de producción, no tenía las intenciones de elevar lo que escribía a verdadera Ciencia Ficción. El contraste con Wells es notable. El concepto, por ejemplo, de cuarta dimensión, tomó forma matemática alrededor de la década del cuarenta del siglo XIX. Wells tomó esta idea y su poder imaginativo le sirvió para escribir, en 1895, una de las más grandes historias de ciencia ficción de todas las épocas, La máquina del tiempo. Verne no usó esta información y probablemente haya encontrado absurda la noción de una cuarta dimensión.

Verne vs Wells

En una entrevista a Verne, al ser cuestionado sobre la relación entre sus escritos y los de Wells, el francés señala: “Algunos de mis amigos me han dicho que su trabajo se parece mucho al mío, pero creo que se equivocan. Lo considero un escritor puramente imaginativo, digno de los más grandes elogios, pero nuestros métodos son completamente diferentes. En mis novelas siempre he tratado de apoyar mis pretendidas invenciones sobre una base de hechos reales y utilizar, para su puesta en escena, métodos y materiales que no sobrepasen los límites del saber hacer y de los conocimientos técnicos contemporáneos. Por otra parte, las creaciones del señor Wells, pertenecen a una edad y grado de conocimiento científico bastante lejano del presente, para no decir que completamente más allá de los límites de lo posible. No solo elabora sus sistemas a partir del reino de lo imaginario, sino también los elementos que le sirven para construirlos. Por ejemplo, en su novela: Los primeros hombres en la Luna se recordará que introduce una sustancia antigravitatoria completamente nueva, de la que no conocemos ni la pista más ligera acerca de su modo de preparación o su composición química real. Tampoco hace referencia al conocimiento científico actual que nos permita, por un instante, imaginar un método por el que se pudiera lograr semejante resultado. En La guerra de los mundos, una obra por la que siento gran admiración, nuevamente nos deja completamente a oscuras en lo que respecta a la naturaleza real de los marcianos, o la forma en que fabrican el maravilloso rayo térmico con el que provocan gran estrago entre sus atacantes. Que se tenga en cuenta que al decir esto no estoy cuestionando en modo alguno los métodos del señor Wells; al contrario, siento un gran respeto por su genio imaginativo. Solo estoy exponiendo los contrastes que existen entre nuestros dos estilos y estoy señalando las diferencias fundamentales que existen entre ellos y deseo que se entienda claramente que no expreso ninguna opinión sobre la superioridad de uno sobre el otro.”

 

Es cierto que la parte científica juega un papel fundamental y principal en sus novelas. Hasta sus más puras novelas de aventuras, léase Michel Strogoff y La vuelta al mundo en ochenta días, tienen enigmas científicos. En el caso de la primera, las lágrimas en los ojos del protagonista principal que lo salvan de la ceguera. En el segundo de los casos, el adelanto de una hora al viajar hacia el este provocado por el cambio de meridiano.

 

Verne no era científico, pero sí estaba muy bien informado de las novedades científicas y tecnológicas de su tiempo. Era un asiduo visitante de diversas bibliotecas especializadas y tomaba abundantes notas en pequeñas fichas personales que le sirvieron para ser casi un experto en los temas que luego utilizó en sus novelas. Es posible que esto le haya hecho acreedor del erróneo papel de “inventor” de algunos artefactos que aparecen en sus novelas que, simplemente, son elaboración y reflejo literario de algo ya existente en su época y que Verne conocía por su trabajo en bibliotecas y por los contactos con sus amigos científicos o viajeros exploradores.

 

Novelar la Ciencia fue la máxima de Verne cuando escribió sus historias y la divulgación de los conocimientos científicos de la época aplicados a proyecciones futuras su medio de comunicación. Pero, a estas alturas, cabe preguntarse, ¿es Jules Verne el padre de la ciencia ficción? Muchos creen que sí y el galo ha trascendido hasta las generaciones modernas con ese manido título. Sin embargo, es contrastante encasillar a este escritor en un género que solo está presente en una parte de su obra, que tenía por objetivo describir el mundo a través de la propia naturaleza humana. A juicio de este redactor, no hay motivo para que se le presente al mundo y a nuestros futuros descendientes con el emblema de padre de un género que no tuvo, al parecer, intenciones de cultivar. En todo caso bien pudiera llamársele “padre de la ficción tecnológica”

Conclusiones

Con sus novelas de anticipación científica, consulta obligada de cualquier autor de Ciencia Ficción, el francés Jules Verne pudiera bien ser considerado el iniciador cronológico del género, pero es muy atinado fundamentar que es Herbert George Wells quien determinará más decididamente el futuro del género a través de una mayor riqueza de temas. Los dos escritores estaban impregnados por el pensamiento científico de la época, eran novelistas y supieron obtener un difícil equilibrio entre la ilusión fabuladora y la verosimilitud científica. Ambos escribieron relatos de aventuras “extraordinarias” donde intentan que sus lectores se interroguen sobre las aportaciones y las futuras conquistas de la Ciencia y la tecnología. Quizá la diferencia más importante sea que las especulaciones de Verne tienen una vertiente esencialmente científico-tecnológica, mientras que las de Wells incorporan también elementos de las Ciencias Sociales y de la Filosofía. Si bien Verne es un precursor, Wells es el verdadero fundador y padre del género.

Bibliografía

Pringle, David (1990). ”¿Qué es la Ciencia Ficción?”. En: Ciencia Ficción. Las 100 mejores novelas. Ediciones Minotauro, Barcelona, pp. 11-21

Barceló, Miquel (1990). “La evolución histórica de la Ciencia Ficción“. En: Ciencia Ficción. Guía de lectura. Ediciones B, S. A., Barcelona, pp. 63-97

Derbyshire, John (2006) “Jules Verne, father of Science Fiction?” [en línea]. The new Atlantis. http://www.thenewatlantis.com/ [Consulta: 10 de junio de 2007].


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