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Julio Cortázar desde el fuego central

Julio Ortega
 
 

Laboratorio de novela

El 7 de noviembre de 1958, Julio Cortázar soñó que se encontraba en la casa de su infancia en Buenos Aires pero que esa casa estaba en una calle de París. Bajo el título de “Mandala”, hizo un gráfico del sueño en su cuaderno de notas. Más adelante, tituló “Cap.l. Novela. La araña” a una nota basada en ese sueño; y ya fuera del cuaderno escribió un posible relato erótico, que llamó La araña. El sueño de una casa graficado como dos espacios que se suman, y el fragmento y el relato consiguientes, son el origen de Rayuela. Ninguno de estos tres pre-textos está en la novela pero, en cambio, el capítulo 123 los elabora como una génesis del relato. En ese capítulo, Horacio Oliveira despierta y recuerda el sueño; pero mientras lo reconstruye sabe que lo está perdiendo. En esa escena original de la escritura, los espacios sumados, inexorablemente, se restan objeto tras objeto. La suma de lo narrado y la resta de lo discontinuo serán decisivas al comienzo y al final de la composición de la novela.

Publicado en 1983 por Ana María Barrenechea con el título de Cuaderno de bitácora de "Rayuela," el cuaderno de notas, que Cortázar llamó su "log-book" de la novela, consigna además de “Mandala” otros dos títulos posibles: “Los juegos” y “Almanaque”. Este es un cuaderno de trabajo donde el autor anotó los orígenes posibles de su novela, algunos fragmentos sueltos, y, sobre todo, el drama textual de su organización. Al final, después de rechazar la noción armónica de la figura de un mandala, se le impone el título de “Rayuela”, que subraya la fragmentación pero también la articulación y el juego.

Interesantemente, el título se le aparece cuando comenta lo que será la última parte de la novela, en la que Horacio Oliveira se balancea en la ventana de un manicomio, tentado por el suicidio, como si tuviese que saltar a su próxima casilla de la rayuela. El cuaderno consigna también los varios intentos de ordenar el material disperso, que incluirá, como sabemos, la parte de Buenos Aires, la de París, y la de los fragmentos y notas atribuibles a Oliveira. Al final, Cortázar encuentra la idea de la “remisión” y trabaja sobre las dificultades y posibilidades de intercalar los capítulos como saltos de una rayuela. Vuelve, entonces, a la primera página del cuaderno, y anota:

RAYUELA

El libro se podrá leer:

l) siguiendo el orden de las remisiones

2) como cualquier libro Tenerlo presente al hacer el Shuffling.

Sin embargo, todavía le faltaba encontrar la solución decisiva: la remisión no sería una suma de capítulos sino una resta. Esa solución, que le permitió enseguida reordenar los capítulos en las tres partes (en una suma de restas), la encontraría no en el log-book sino en el manuscrito mismo. Nos detendremos ahora en este verdadero laboratorio de la novela.

Lo primero es que el manuscrito de Austin no corresponde a la novela publicada. Incluye la mayor parte de los capítulos, revela el proceso laborioso de la escritura, e ilustra todos los dilemas de reordenamiento que el autor ensaya, intenta y descarta, pero no es el manuscrito final.

El manuscrito consigna el proceso de escritura de la novela a través de sus varias revisiones de lenguaje, personajes, ambientes, tiempos, hablantes; como también el proceso de edición interna, de cortes y recortes, citas y referencias, ya que el autor iba barajando fragmentos e incluyendo citas de revistas y periódicos. Son numerosas citas, que construyen una suerte de diario de reapropiaciones felices e inclusivas. Más importante es el hecho de que el manuscrito consigna las seis alternativas que Julio Cortázar ensayó antes de descubrir la simultaneidad de la lectura de una novela intervenida.

En primer lugar, desde un comienzo Cortázar entendió la naturaleza fragmentaria y discontinua de su proyecto narrativo. La cronología de la escritura está todavía por establecerse, y el log-book no siempre es claro acerca de qué se escribió primero; es verosímil que Cortázar empezara con la parte de Buenos Aires, volviera a París y, por necesidad del relato, concluyera con Buenos Aires. Hay que recordar que el presente de la escritura es un ligero pasado evocativo (“¿Encontraría a la Maga?... Pero ahora ella no estaba”), que registra una temporalidad sumaria y decisoria. La historia más que una cronología es una heterotopía, un agregado de lugares disímiles. Esta historia se inscribe como discontinuidad (restada) en el discurso y como fábula (sumada) de una biografía del nuevo arte en la novela. No es casual que el único gesto cronológico de la historia en el manuscrito (“En esos días del cuarenta y dos”) sea revisado (“del cincuenta y pico”), y termine siendo en la novela “del cincuenta y tantos”.

Pero, en seguida, ese proyecto requiere su propia secuencia, y el autor se propone titular cada capítulo con el nombre de un personaje. Pronto, el método se demuestra insuficiente, y junto a la numeración aritmética aparece otra, en números romanos, lo que será decisivo cuando separe los fragmentos de la progresión de las páginas. Pero en el manuscrito de Austin se revelan todavía otros intentos previos: un orden por letras mayúsculas (que parece un agrupamiento temático algo desesperado), y un orden probablemente serial, por colores. Predominan los capítulos de amarillo, anaranjado, verde y rosado; en cambio son menos los rojos y negros. Pero también hay morados, celestes, azules y marrones (se trata de una breve raya vertical en la parte superior izquierda de la página). Son más numerosos, en cambio, los que no llevan color alguno. Evidentemente, los colores sugieren núcleos temáticos para un ordenamiento secuencial. Otras marcas señalan el principio dominante de la remisión: (Viene de...) y ( Pasa a...), que tal vez sugiere un gesto folletinesco; en el log-book, divertido por su propio juego, Cortázar imagina que el último capítulo (que no será el último) debería terminar con la remisión: “Pasa a Ud.”. Ya sabemos que la novela pasa a sí misma, que el último capítulo, 131, remite al 58, que remite al 131... Pero será, precisamente, el descubrimiento de la perspectiva del lector lo que rehace la novela con el principio del juego.

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