31 de marzo del 2003 Vol.4 No.1

La Construcción de una Nueva Nación sobre una Estructura Nacional Perimida

Angel Rodríguez Kauth

Palabras Clave: nación, nacionalismo, humillación, educación.

Resumen

El caso de un país instalado en un territorio, pero que ha perdido el sentido de Nación. A partir de esta premisa, fundada en los múltiples agravios y humillaciones que ha venido sufriendo en los últimos años desde el exterior, se presentan propuestas para rescatar el sentido de "lo nacional" en la población, desde la elaboración de una propuesta educativa crítica que instale un "proyecto nacional" La metodología empleada recoge extensiones del lenguaje de modelado unificado (UML), orientadas a aplicaciones hipermediales que no son abordadas por las metodologías convencionales asociadas al ciclo de vida .

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Artículo

Es muy probable que la mayoría de los científicos sociales nunca hayan tenido la posibilidad de observar -"en vivo y en directo", como gustan decir los animadores de la televisión- la manera como en el mundo occidental se produce la construcción de una Nación sobre la base de un Estado destruido o,1 en el peor de los casos, el proceso de destrucción de un Estado, sin reconstrucción alguna, sólo su desmembramiento liso y llano.

En los inicios del tercer milenio tal oportunidad se presenta de manera inmejorable, en lo que fue -desde 1810 hasta finales del Siglo XX- la Nación Argentina, aquella misma que -cuando se la busca- está perdida en los fondos de los planisferios.La oportunidad que se ofrece para la ampliación del conocimiento, resulta originalmente histórica, ya que según las ciencias sociales en su conjunto,2 este fenómeno solamente se había dado en las sociedades -o culturas- orientales durante el transcurso del Siglo XX, ya sea con la aparición de nuevas naciones, como producto de las guerras independentistas contra los poderes coloniales en Africa y Asia, o bien, para los finales vigesimonónicos, con la destrucción del Imperio Soviético y el resurgir de las antiguas nacionalidades que, por fuerza de la ocupación militar y política, giraban alrededor de aquél, bajo la forma de satélites políticos y económicos en el orden internacional.

En el caso argentino la situación es completamente diferente -y atractiva para el conocimiento, aunque no sea del agradado de sus habitantes que la padecen- por dos razones que se conjugan y no son contradictorias entre sí:1. La destrucción de la vieja Argentina no se produce por fuerzas endógenas o exógenas exclusivamente, sino que se trata de una combinación de fuerzas políticas y económicas que se cruzan entre factores endógenos, que se hicieron cómplices de actores externos interesados en que tal hecho se produjese para provocar la situación, y 32.

Por los fundamentos sobre los que se han constituido -de diferentes modos- las llamadas sociedades "occidentales, democráticas y cristianas", que han estado sostenidas y apoyadas sobre la sustentación de leyendas casi mitológicas que hablaban -entre otras- de un hipotético "estado de naturaleza" , de un "pacto o contrato social" , de una "horda primitiva" o, más recientemente, de una "posición original", teñida de un "velo de la ignorancia" . (Hobbes, 1651) (Rousseau, 1762) (Freud, 1913) (Rawls, 1971)Todo esto es de alguna manera coincidente con las fantasías elaboradas por el contractualismo clásico. Son las teorías que facilitan la comprensión de la constitución de la sociedad -entre ellas el utilitarismo-, al proponer principios que justifican la creación de instituciones y prácticas sociales, que desde una organización normativa tienden a mantener la cohesión del colectivo social, aunque esto no sea óbice para la instalación recurrente de conflictos sociales de muy distintos órdenes, que permiten la coherencia o la compatibilidad con las teorías del conflicto social (Cosser, 1958) (Cosser, 1967), entre las cuales la más original fue la elaborada desde el pensamiento de Marx y Engels -y continuadores- en diferentes obras.Divergencias en Torno al Concepto de NaciónEn la Academia de la Lengua Española existe una definición tautológica de nación, ya que se la define, entre otras cosas, como un país y, al definir éste concepto lo remite al de nación. Aunque no por culpa de los miembros de la Academia, sin embargo, el concepto de nación es uno de los que se trabajan en las ciencias sociales y posee un mayor nivel de ambigüedad y "multivocidad". A la vez es posible afirmar que es un vocablo que resume un concepto político fundamental para los politólogos en los últimos tiempos.Suelen tenerse en cuenta, para la definición de nación, diversos criterios como el lingüístico, racial, religioso -el componente cultural- y los referidos a territorios y políticas gubernamentales.4

Ninguno de ellos es válido en sí mismo para la constitución de una nación, por las siguientes razones:

1. Ni la comunidad lingüística de los habitantes de un territorio sirve para definir al concepto y, si se mantuviera tal criterio, vale interrogarse qué ocurriría con la infinidad de naciones que utilizan el español, el inglés, el francés, etcétera, en su habla, tanto coloquial como oficial;5

2. Que el criterio de la etnicidad -o de la raza común- no sólo es ideológicamente peligroso para determinar la existencia de una nación, sino que es científicamente erróneo, como se ha demostrado con pocas pruebas suficientes desde antaño. No obstante, en la actualidad se ve favorecida tal afirmación con el desentrañamiento del mapa del genoma humano. Asimismo, aún quienes deseen usarlo, chocan con algo incontrastable: existen naciones con múltiples grupos étnicos que las conforman, como es el caso de los países del Magreb y la misma Europa, ya sea oriental u occidental;

3. El uso del criterio de diferencias religiosas tampoco es distintivo, ya que a poco que se lo transite se observará la multiplicidad de naciones que profesan diferentes religiones, aún cuando en algunas de ellas haya solamente una que es reconocida como oficial;

4. Uno de los componentes que más ha sido considerado para la determinación de la nación es el de la territorialidad, el que aparentemente aparece como el menos confuso y difuso. Sin embargo, tanto los pueblos nómadas como el de los judíos -con más de cinco mil años de historia deambulando por el mundo-, y el de los gitanos, muestran que existen naciones sin territorio y con geografía física propia, con lo cual tal criterio no puede ser sostenido ni fáctica ni empíricamente;6

5. En cuanto a la utilización del criterio de la gobernabilidad política, éste corre el peligro de confundir el concepto de la Nación con el del Estado. Se lo emplea teniendo en cuenta que unas mismas instituciones estatales de gobierno político sirven para unificar criterios. También la historia demuestra el equívoco de tal postura con el caso del Imperio austro-húngaro, que se conformó por dos naciones regidas por un mismo eje político gubernamental. Otro tanto sucede con los Estados que -sobre todo en tiempos de guerra y bajo ocupación extranjera- se ven desmembrados y configuran gobiernos "en el destierro", como ocurriera durante la Segunda Guerra Mundial con Francia y Polonia, que instalaron sus gobiernos en Londres.

En la actualidad -y sin necesidad de estar bajo condiciones bélicas- el proceso de globalización económica y política ha creado la ficción de la existencia de Estados autónomos que fijan la legalidad en sus gobernantes, aunque en la realidad abundan ejemplos de que las decisiones se toman más allá de la voluntad de los gobiernos, que pueden ser considerados títeres de un Nuevo Imperio, el que eufemísticamente ha dado en llamarse a sí mismo Nuevo Orden Internacional. Así, las exigencias de los gobiernos centrales, como de las agencias de créditos transnacionales -como puede ser el Fondo Monetario Internacional-, condicionan la vigencia de la legislación de los Estados que se consideran por Derecho soberanos, aunque de hecho no lo sean. Para ejemplo, baste lo ocurrido desde inicios del año 2002 en Argentina, cuyos gobernantes han sido "obligados" a modificar leyes de la Nación -como la de subversión económica y la de quiebra empresarial-, dejando a un lado los intereses que llevaron a dictarlas, para ser remplazadas por los intereses espurios de quienes consideran que les son inconvenientes para sus negocios.

Vale decir que este criterio no sólo no cuenta con un aval histórico, sino que en la contemporaneidad ha sido arrasado por las originales y perversas construcciones de lo que, desde los centros metropolitanos internacionales, ha dado en conocerse como "la globalización" , y7(Rodríguez Kauth, 2000)6. Desde una lectura histórica, el vocablo nación cobró cuerpo político y jurídico con el advenimiento de los tratadistas radicales del iluminismo francés, cuando lograron que la Revolución de 1789 se convocara en Asamblea Nacional. Era el término predilecto de los constitucionalistas, que trajeron consigo las ideas de igualdad, libertad, fraternidad, secularización y centralización de la administración, en una sociedad que debía racionalizarse en su gobierno.El tratadista argentino en Derecho Constitucional -y militante en el Partido Socialista-, Carlos Sánchez Viamonte (1944), adoptó una posición que se aleja de los criterios sociológicos y políticos tradicionales enunciados. Recurrió a una consideración de orden psicosocial cuando señaló que los grupos sociales que se hallan unidos por un pasado común, solidarizados en el presente y con una proyección de futuro en la acción que los une, son los que pueden ser considerados naciones en plenitud. Es decir, se abandonan parcialmente los criterios pretendidamente objetivos y se marcha hacia la consideración de variables subjetivas para una construcción más amplia y "abarcativa" del "multívoco" concepto de Nación, que a decir de uno de los precursores del nacionalsocialismo alemán (Rodríguez Kauth, 2001), en este caso J. Fichte (1808), "una Nación no puede prescindir de la arrogancia".

Asimismo, desde una posición ideológica ubicada en las antípodas de aquella, en la de J. Stuart Mill (1861) se sostuvo algo semejante al expresar: "Puede decirse que una parte de la humanidad constituye una nacionalidad si sus miembros están unidos entre sí por simpatías comunes, que no existen entre ellos y los demás, lo que los lleva a cooperar entre sí de mejor gana que con otro pueblo, a desear estar bajo el mismo gobierno y a desear que haya un gobierno integrado exclusivamente por ellos o una parte de ellos".El Sentido de la Nacionalidad y los Peligros Latentes de los Nacionalismos para la Paz. De tal modo se arriba a la necesidad de utilizar conceptos de tipo psicológico, psicosociales o psicopolíticos, como es el de nacionalidad, que, de manera rápida, como resultado del estudio de hechos históricos, lleva al controvertido tema de los nacionalismos, que tanto ha contribuido a los procesos de descolonización, como a las mayores aventuras bélicas de los últimos dos siglos.

La nacionalidad debe ser diferenciada del patriotismo, aunque ambos se caractericen por la presencia de componentes afectivos, de corte emocional, que priman sobre los cognitivos o intelectuales. Mientras la primera lleva al amor por el terruño en que se ha nacido, o en el cual se vive y se comparten afectos, el segundo conduce al sacrificio de quien siente tal estado de ánimo, por aquello tan diluido que se ha dado en llamar patria.De tal suerte, no es el afecto por la nacionalidad lo que lleva hacia la condición de los nacionalismos chauvinistas, que tan enorme daño han causado a la humanidad en su nombre, sino que es el que mejor representa el sentimiento de patria, al que, no en vano, se lo suele acusar de patrioterismo, característica propia de los nacionalismos ultramontanos. De tal modo, el patrioterismo confunde a la patria con la "razón de Estado". Pudiendo afirmar sin titubeos que "con razón o sin ella, la patria, al igual que la madre, siempre debe ser defendida", lo cual sirve de botón de muestra de la carga emocional que cubre de irracionalidad a tales consignas, las que reflejan una tipología de pensamiento que bien puede ser considerada de naturaleza "primitiva".

Los conceptos de nacionalismo y patriotismo han de ser analizados con cuidado, ya que si bien es cierto que su utilización ha conducido a grandes hecatombes bélicas,8 también los mismos han servido como motor impulsor de los procesos de liberación e independencia, de aquellos pueblos que pretendieron ser libres del yugo foráneo que conquistó sus territorios -y sus culturas-, regando de sangre nativa las tierras de sus legítimos dueños. De tal suerte, no son comparables el nazismo alemán de la primera gran postguerra del siglo XX, con los nacionalismos independentistas que recorrieron América Latina en el siglo XIX,9 y Africa y Asia en la segunda mitad del XX. De tal suerte, el siglo decimonónico fue considerado el de los nacionalismos europeos, que crearon las naciones que hoy se asientan en aquel espacio, en tanto que el vigesimonónico se considera como el de los nacionalismos de las colonias. Hay que anotar que a la par de estos fenómenos, recientemente en Europa trasciende la idea de Nación, hacia una base global de "pan-nacionalidades", de donde surgió la Unión Europea.Aquí hay que marcar una diferencia sustancial -política e ideológica- entre las expresiones de los nacionalismos de derecha y de izquierda.10

Mientras que los primeros, en aras de sus convicciones -que están alejadas de la ética de la responsabilidad (Weber, 1929)- se comportan como expansionistas, ignorando los sentimientos nacionales de los pueblos que avasallan y esclavizan, los segundos luchan por la independencia nacional y social de sus pueblos. De los primeros queda el recuerdo imborrable del nazismo y el fascismo, en tanto que de los segundos bastante se ha escrito al respecto, sobre todo desde el ámbito de sus nacientes países.

Baste recordar las palabras de Lenin antes de la Revolución de Octubre, arengando al pueblo de este modo: "¿Nos es ajeno a nosotros, proletarios conscientes rusos, el sentimiento de orgullo nacional? ¡Pues claro que no! Amamos nuestra lengua y nuestra patria, ponemos nuestro empeño en que sus masas trabajadoras se eleven a una vida consciente de demócratas y socialistas. Nada nos duele tanto como ver las violencias, la opresión y el escarnio a que los verdugos zaristas, los aristócratas someten a nuestra hermosa patria (...) Nos invade el sentimiento de orgullo nacional porque la nación rusa ha creado también una clase revolucionaria...".

Luego de esta transcripción del dirigente de la Revolución Soviética, nadie en su sano juicio podría acusar a Lenin de traidor a Rusia, cuando en la Primera Guerra Mundial proponía -desde barricadas y periódicos- a los soldados y trabajadores que sus lealtades no debían ser depositadas en favor de la aristocracia zarista, sino en la defensa de un proceso revolucionario que lograra concretar un concepto de patria y de nación diferente al existente, es decir, en un ámbito de libertad y democracia.Semejante a los dichos de Lenin se lee la poesía del español Miguel Hernández, cuando elabora su propuesta de himno para la Segunda República Española y, de una manera más simple se encuentra en la consigna -aún vigente a más de 40 años- de la Revolución Cubana, cuando se dice: ¡Patria o muerte!, para ratificar su convicción responsable de mantener en pie una lucha desigual contra el "imperiocapitalismo" yanqui (Rodríguez Kauth, 1994), o la olvidada consigna de José de San Martín: "Cuando la Patria está en peligro, todo está permitido, excepto, no defenderla".

El nacionalismo, como sentimiento, encuentra su testimonio en diversas ideologías: el fascismo, la democracia, el comunismo "real", 11 o bien, más recientemente, en "la unidad árabe", que recoge, a partir de una convicción religiosa, la mancomunión del sentido nacional. Este último fenómeno es un elemento más que lleva a tirar por la borda los elementos de territorialidad, tenidos en cuenta cuando se quiere describir a la nación en esos términos. En este caso lo que une a los pueblos es lo religioso, más que la pertenencia territorial, la cual ha provocado más de una vez guerras intestinas entre árabes musulmanes por cuestiones de metros más o metros menos de desérticas arenas, a la par que dio lugar al "fundamentalismo musulmán", en el que se mezclan las cuestiones religiosas con las de reivindicación territorial (Mansilla, 2000).

El Siglo XX fue -en la interpretación del nacionalismo- una suerte de mosaicos de diferentes colores asentados sobre un mismo piso: la Tierra. En ellos se mezclaban los sanguinarios mosaicos del nazismo y su expansionismo territorial y político, con la paradoja de que su más enconado rival -el comunismo- ofrecía una alternativa semejante. Al mismo tiempo aparecieron los colores de las revoluciones sociales en las colonias, que precisaban la independencia para alcanzar los ideales de libertad, justicia e igualdad. En contraposición a los otros, se presentaban como internacionalistas. Vale decir que estos movimientos nacionalistas jóvenes surgieron en las colonias, dependientes en lo militar de la ocupación de las metrópolis, o en los lugares donde imperaban las formas postcoloniales de dominación, bajo la estrategia del sometimiento y el vasallaje económico de los pueblos (Rodríguez Kauth, 1994).

Todos ellos se cubrían de un manto político, que puede ser descrito de manera común y amplia como el del "socialismo".Esta expresión política abarcaba un amplio espectro: desde el clásico socialismo al estilo soviético, por el que se luchaba en aras de una sociedad igualitaria y sin clases sociales, hasta una definición como la de "socialismo nacional", en que se le adjudicaba un fuerte papel a la burguesía, como promotora del desarrollo para el bienestar económico popular. Aunque cabe anotar que aquella expresión no tenía parentesco con el tristemente célebre nazismo, que había cubierto de sangre y cadáveres, pocos años antes, grandes extensiones de Europa.

Esto no fue óbice para que los testimonios nacionalsocialistas sobrevivientes -con especial énfasis en América Latina-, encontraran adeptos en medio de un río revuelto.Tal definición de nacionalismo se daba de "patadas" con la que tuviera vigencia un siglo antes, en la que se diferenciaba claramente el nacionalismo del socialismo. El primero representaba a los sectores más tradicionales y conservadores de las sociedades. El enfrentamiento entre ambos bandos llegó al punto, por ejemplo, que durante el auge del imperio alemán (1878-1890), cuando el nacionalismo era la tónica relevante impuesta por Bismarck, los socialistas eran considerados como los enemigos mortales de la nación alemana, por la cual luchó tanto Fichte (op. cit.).

La razón de esta situación -que no era excluyente de Alemania- es que el socialismo se definía como internacionalista. Lo que identificaba a sus miembros no eran símbolos patrios, sino una misma identidad de clase, dada por la condición laboral. Para ejemplificar esto, nada mejor que recordar la consigna ya mencionada, que convocaba al proletariado internacional (Marx y Engels, 1848).La unión de nacionalismo y socialismo bajo un mismo manto, se produjo durante el siglo XX,12 ya que para lograr las conquistas sociales propuestas por el socialismo, era preciso que simultáneamente se alcanzara la liberación del yugo de los colonizadores. Así, el nacionalismo pasó de ser un movimiento sentido por la burguesía y la aristocracia vernácula, a convertirse en un movimiento popular masivo, que exigía una mayor participación en la vida política y una mejor distribución de las riquezas que eran monopolizadas en pocas manos terratenientes.

Lo que mantuvo constante el nacionalismo, pese a las vicisitudes señaladas, fue el principio de la autodeterminación de los pueblos, el cual consagró más tarde la Organización de las Naciones Unidas en su Declaración sobre los Derechos Humanos. Por el mismo principio se entiende que los pueblos no pueden ser objeto de las necesidades y los caprichos de quienes los sojuzgan, sino que deben crear su propia legislación, que beneficie a sus miembros sin la injerencia de otros países.En definitiva, luego de esta exposición, a modo de síntesis, puede afirmarse que tanto el socialismo (Rodríguez Kauth, 2000b) como el nacionalismo, no son más que el testimonio de un sentimiento afectivo que ha necesitado rodearse de contribuciones intelectuales, para configurar aquello que E. Galeano definiera -con acierto y en diversos escritos- como sentipensamientos, lo cual es, precisamente, lo que facilita el estudio de los mismos -para el caso que interesa en este escrito, el del nacionalismo-, como parte integrante de la Nación, desde una perspectiva psicosocial y psicopolítica.Antecedentes de la Desintegración de la Nación Argentina.

Es posible poner seriamente en duda -y con pocos peligros de equívoco, aunque con muchas probabilidades de desatar las iras de los patrioteros de palabra fácil, pero que llevan sus dineros a resguardar en los paraísos fiscales- que Argentina haya sido alguna vez Nación, pese a que en el Preámbulo de su Constitución se define como tal. Es decir, ya sea tomando como parámetros los que definen a la nación étnica como a la política, la Argentina no es una Nación. Debido a que el término referido a lo étnico desagrada sobremanera, a consecuencia de remembranzas y asociaciones con el racismo y sus implicancias (Rodríguez Kauth, 2001c), prefiero tratarlo con un sinónimo eufemístico que permite saltar dicha barrera de incomprensión entre los seres humanos.

Entonces la enfocaré desde el punto de vista de los grupos culturales que la han constituido y construido en el tiempo.Realmente, en su historia, Argentina -al igual en algo que Estados Unidos- se encargó de diezmar a los grupos culturales asentados en su territorio en épocas precolombinas, lo que puede considerarse como un genocidio étnico. Esto sucedió tanto en la época colonial como en la independentista, especialmente durante las campañas militares contra "el indio", que fueron encabezadas por Julio A. Roca,13 quien llegó a ser presidente en el siglo XIX. Vale decir que han supervivido más que unos pocos recuerdos autóctonos -útiles para el negocio del folklore que se vende a los nostálgicos vernáculos, como a los turistas foráneos-, de lo que fueron los orígenes culturales nativos de quienes habitamos el territorio actualmente.

La inmigración que pobló estas tierras fue de diversa raigambre cultural, la mayoría española e italiana, aunque no dejaron de tener lugar otras culturas europeas -tanto occidentales, como orientales- y del Cercano Oriente. Cabe añadir que, más recientemente, hicieron su arribo los venidos del Lejano Oriente: vietnamitas, chinos, coreanos, etcétera.

En esto también nos parecemos en algo a nuestros admirados y siempre envidiados amos del Norte, aunque ellos han sido capaces de amalgamar a grupos culturales dispersos que llegaron a sus costas y les dieron un sentido de Nación, lo cual se ha hecho presente en episodios traumáticos como -por ejemplo- la Segunda Guerra Mundial, la de Vietnam y los recientes sucesos terroristas del 11 de septiembre de 2001.Argentina fue incapaz de construir un sentido de nacionalidad en sus habitantes, desde los prohombres de Mayo hasta la actualidad -salvo la Generación del 80, con el proyecto educativo de Sarmiento a la cabeza, que fuera duramente cuestionado por las generaciones posteriores. Nunca se pensó en amalgamar, alrededor del sentido de Nación, el sentimiento de nacionalidad.

Durante la presidencia de Perón se tuvo tal intención, pero la misma se ensució y bastardeó con objetivos y consignas políticas bajo un objetivo partidario, lo que en lugar de alcanzar el propósito de unir, terminó por separar a los ciudadanos y habitantes del país.14Al leer la historia desde un parámetro político, se advierte que desde 1810 el país vivió en la anarquía, bajo la división "partidocrática", que llevó a gobernantes y dirigentes políticos a confundir al Gobierno con el Estado y al Partido con la Nación. Ya se tratase de federales vs. unitarios, conservadores vs. radicales, radicales vs. peronistas, militares vs. civiles, y las combinaciones surgidas de estas facciones, lo cierto es que los que representaban a cada una de ellas -salvo honrosas excepciones, cuyos nombres no recuerdo, posiblemente porque de tan excepcionales nunca tuvieron participación destacada en el quehacer público-, no tuvieron proyecto de Nación compartido con sus adversarios ocasionales, a los que, más que adversarios, los consideraban sus enemigos irreconciliables.

Esto se observa en el decurso de nuestra historia, a través de consignas explícitas, como la que utilizaron los federales: "Viva la Santa Federación, mueran los salvajes unitarios", u otra que, una centuria más tarde, utilizó el peronismo, la que decía: "Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista". Si se hurga con un poco de criterio, se podrán encontrar, implícitamente, testimonios en aquellos que hicieron gala de "democráticos" a ultranza, aunque en los hechos no dejaron de mostrar su odio visceral hacia el "enemigo" interno, como cuando los radicales -incluso socialistas- no dudaron en participar del gobierno de la Revolución Libertadora.(15)

Antes del peronismo se dieron expresiones nacionalistas incipientes en sectores "ilustrados", aunque las mismas no dejaron de ser "patrioteras" y no auténticos testimonios nacionalistas. Quizás, quienes más han colaborado en tal "patriada", fueron los revisionistas históricos que desde la década de los veinte pusieron sobre el tapete la antinomia entre federales y unitarios. Para ello "revisaron" la historia argentina y rescataron los valores federales en defensa de la soberanía nacional, como ocurrió en la Batalla de la Vuelta de Obligado, en la que tropas nacionales derrotaron un bloqueo anglo-francés en 1845.Esos testimonios nacionalistas estuvieron asociados a un fuerte contenido católico, tal como ocurrió en los episodios de la Semana Trágica de 1919. Al respecto, por ese entonces, José Ingenieros se expresó con respecto a la persecución de judíos en Buenos Aires, con motivo de aquel episodio que dio lugar a la caza de rusos. (16), Como con eufemismo fue llamado por el periodismo local asociado -consciente o inconscientemente- como el imaginario perseguidor y persecutorio instalado por la Liga Patriótica Argentina (Ingenieros, 1919). El pensador argentino "... pone su dedo acusador sobre los auténticos victimarios del hecho, es decir, los jóvenes cajetillas porteños que fueron seducidos ideológicamente en colegios jesuíticos y que responden a la política clerical y conservadora del Régimen" (Rodríguez Kauth, 2001d). Dicha organización, en su estructura militar "tuvo corta vida y escasa actividad" (Caterina, 1995).Lo relatado por Ingenieros fue una constante posterior del nacionalismo, es decir, la asociación de xenofobia, conservadurismo y clericalismo católico, para lo cual no se perdió ocasión de hallar "chivos expiatorios" que encontrasen a un enemigo -extraño a tales características-, cuando había que culpar a alguien por los males que nos ocurrían, aunque los sectores asociados cuidaron a la oligarquía de denunciar el Pacto Roca-Runciman,(17) por el cual de hecho el país se incorporaba a la hegemonía del Imperio Británico.Una década después, el carácter del nacionalismo cambió una de sus variables: el conservadurismo, remplazado por el aura populista con la que se rodeó Perón para llegar a la Presidencia.

Este proceso, entre otras cosas, vino de la mano de sus simpatías con el nazismo, que, al ser derrotado en 1945, llevó a Argentina al aislamiento internacional impuesto por los vencedores. Y como la profecía que se cumple a sí misma, las grandes potencias económicas -ahora encabezadas por los Estados Unidos- se convirtieron en el centro del ataque nacionalista que, sin quererlo, se asociaba a los grupos de la izquierda nativa -fundamentalmente inspirados en la Unión Soviética-, que tenían al imperialismo yanqui como enemigo insoslayable. De aquí en adelante, nuestra historia vio cómo se destruyó el sentimiento nacional -ya larvado- a pasos agigantados en menos de medio siglo. Así se sucedieron una serie de gobiernos militares,(18) que remplazaban a su voluntad y capricho a los elegidos por la voluntad popular.Durante aquellas genocidas dictaduras se inició notablemente la entrega de la riqueza nacional a capitales foráneos. Curiosamente, en una dictadura nazifascista, como la del General Videla -y Cía.-, entre 1976 y 1983, se contrajo hasta entonces la mayor deuda externa registrada en nuestra historia. Esto se explica por la presencia, en el gobierno, de un personaje de lo más ortodoxo en economía liberal: José Martínez de Hoz.

Desde entonces el nacionalismo vernáculo adoptó una nueva cara: la del antiliberalismo, con lo cual cayó en la confusión que la Iglesia católica ha sostenido, es decir, poner en un mismo saco de perversiones y maldades al liberalismo económico y al liberalismo político (Rodríguez Molas, 1999) (Rodríguez Kauth, 2001f), para que el segundo tenga el mismo desprestigio que el primero. Esto es una desviación de los principios liberales, que han sido el fundamento de toda actividad anticolonialista y en pro de aquellas consignas que tuvo la Revolución Francesa, aunque de hecho más tarde ella misma las traicionara. Ante la desnacionalización económica, incrementada durante la década menemista (1989-1999),(19) gracias a la privatización de empresas públicas de patrimonio nacional -lo cual se hizo en un proceso de alta corrupción que la facilitaba- tampoco hubo un resurgir de los sentimientos nacionales que se opusiera de manera notable y activa a tal proceder.

La mayoría del pueblo vivía "la fiesta menemista", por la cual afluían "capitales golondrinos" del exterior para hacer negocios que en sus países de origen resultaban impensables (Rodríguez Kauth, 1998). Con esto la burguesía nacional se sentía partícipe -de manera vicaria- de la supuesta inclusión del país en el apetecido y envidiado Primer Mundo -de la farándula y del "déme dos"-, en tanto el proletariado sufría las consecuencias de la desocupación por el cierre de puestos de trabajo y sobrevivía a la "fiesta" gracias a las dádivas de la perversa práctica del clientelismo político. Con ellas se mantenía bajo la forma de un electorado cautivo.Sin embargo, la economía nacional -y también la doméstica- entró en un proceso recesivo cada vez más profundo. Entonces la "gente"(20) comenzó a repudiar lo que estaba ocurriendo, terminando con el menemismo en las elecciones de 1999.

Así, llegó al gobierno una Alianza híbrida, que era lo mismo que se pretendía desterrar, aunque agravado, porque los capitales golondrinos empezaron a huir del país, ante la pasividad de un gobierno que era incapaz de tener una reacción política que defendiese los intereses del pueblo y la nación. Es de hacer notar que en la fuga de capitales -se estima que superó los 16 mil millones de dólares entre marzo y noviembre de 2001-, no sólo fueron capitales extranjeros, sino que buena proporción de los mismos era de argentinos, inclusive funcionarios gubernamentales y financieros, quienes en más de una oportunidad salieron a la palestra del discurso, expresando que había que defender los sacrosantos intereses de la Patria... siempre y cuando no se afectaran los de ellos.Hasta que -haciendo una reseña histórica- llegó diciembre de 2001.

El país estaba por quedarse sin reservas monetarias y el Gobierno puso en marcha el ya famoso "corralito", que no fue más que la confiscación de los depósitos de ahorristas, industriales y comerciantes nativos, quienes confiaron en el sistema financiero, aunque la mayor parte tenía su dinero en la banca extranjera con filiales locales, porque se percibían como más confiables que los nacionales. Tal medida -a contrapelo de lo que afirman ligeramente algunos analistas políticos y económicos- afectó por igual a la pequeña burguesía y al proletariado, que depende laboralmente de aquella, y condujo a una violenta reacción popular que dio por terminados los días de gobierno del "autista" Presidente De la Rúa.

Toda una serie de desaciertos económicos y financieros, desde la dictadura militar, hicieron que se contrajera una enorme deuda pública -con la banca exterior y la nacional-, para la que no se tienen activos suficientes que puedan saldarla. Desde la dictadura militar los partidarios de la izquierda coincidieron con los de la derecha "nacionalista" -no la del liberalismo económico- en algo: que la deuda, además de ser inmoral,(21) es impagable.

Es preciso declarar la cesación de pagos externos y atender inmediatamente la deuda social con el pueblo, más allá de los intereses de otros acreedores.Vale decir, hasta finalizar el 2001, que es como si los argentinos no hubiéramos tenido el sentimiento de nacionalidad, salvo a través de pequeñas expresiones políticas citadas. Esto no quita que cuando jugaba el seleccionado nacional de fútbol, entonces "todos nos poníamos la camiseta Argentina"; es decir, que la defensa de la nacionalidad pasaba por los pies de algunos futbolistas, pero no por la mente y el corazón de gobernantes y el pueblo, unidos en la búsqueda de una salida al drama de la pobreza, la desocupación, las enfermedades crónicas y endémicas, la falta de escolarización, la escasez de viviendas dignas, etcétera, todo a consecuencia de que no existía un proyecto de país -en líneas generales-, que fuese compartido por los miembros de una comunidad que era tal sólo nominalmente, ya que cada uno pensaba y actuaba en función de su propios proyectos.Súbita Aparición del Sentimiento NacionalA partir de la "volteada" del gobierno -19 de diciembre de 2001- súbitamente surgió entre las cenizas el sentimiento común de que los argentinos debíamos hacer algo para salir de la humillación en que, ante nuestros ojos, habíamos caído, que no era otra cosa que el reflejo de los ojos de los otros.A partir de su discurso con que asumió la Presidencia, en reemplazo de De la Rúa -designado por la Asamblea Legislativa-, Adolfo Rodríguez Saá anunció con énfasis que el país no pagaría la deuda pública externa, porque no estaba en condiciones de hacerlo sobre más sacrificio del pueblo. Un cerrado aplauso y vítores se dejaron escuchar en el recinto.

En su propuesta podíamos salir de la situación umbría con austeridad republicana y un plan de gobierno que atendiese las necesidades de los más desprotegidos, a partir de la creación de fuentes de trabajo que operasen como poleas de transmisión para la recuperación económica del país en el mercado interno, a la vez que se recuperaría la dignidad perdida por más del 30% de la población que -entonces- vivía en la pobreza y la indigencia.Sus dichos hicieron -por un momento- que los argentinos sintiéramos que "podíamos vivir con lo nuestro" (Ferrer, 1989) y sin "ayudas externas", aunque lo único que se ha hecho durante este último cuarto de siglo es profundizar más y más nuestra dependencia económica y política, a la vez que con "recetas" de ajustes sobre los ajustes -que siempre recaían y recaen sobre los más necesitados de una tabla de salvación para sobrevivir- se nos enterraba a diario en la pobreza extrema. Sin embargo, los legisladores que lo aplaudieron a rabiar, no trepidaron en obligarlo a renunciar una semana más tarde, al recibir órdenes partidarias -originadas en exigencias externas que veían la propuesta como nefasta a sus intereses-, para colocar a un Presidente "títere" que cumpliría las demandas de los acreedores externos, lo que podía lograrse solamente renunciando al pago de la deuda social que se mantiene con el pueblo.Volvamos en el tiempo. Desde hacía unos años, los argentinos éramos agraviados por los personajes de las finanzas y las economías transnacionales, como lo hicieron en su momento las palabras del Secretario del Tesoro de la administración Bush (h), cuando expresó que sus contribuyentes "plomeros y carpinteros" no aceptaban que sus impuestos fuesen a un país poco confiable como la Argentina, añadiendo que "los argentinos no tienen industria de exportación que valga la pena mencionar, y, además, les gusta ser como son".Asimismo, fuimos arrastrados a la humillación internacional con la calificación de tener el "riesgo país" a niveles siderales, que superaban cualquier récord mundial, superior al de Nigeria.(22) Más tarde, ya en la Presidencia Interina de Duhalde, quien perdió tal cargo ante De la Rúa en 1999, debimos someternos como vasallos a dos situaciones:
1. El lamentable viaje mendicante del Presidente por Europa, de donde fue sacado poco menos que con cajas destempladas, y 2. Las imposiciones de reformas legislativas -que son de orden interno- que reclamara el FMI para iniciar un diálogo sobre préstamos, que nuestro gobierno ansía obtener para salir del fondo de un pozo en que nos hundieron otros gobiernos -cómplices del actual-, que no harán más que profundizar la dependencia, la falta de crecimiento económico y, sobre todo, la ya inexistente justicia social entre los habitantes del territorio.

A las exigencias del FMI, vale acotar que su vicepresidente -A. Kruger- señala permanentemente que los argentinos debemos pagar nuestra irresponsabilidad ante los organismos transnacionales con pena y dolor, como una forma de expiar nuestras culpas por habernos portado mal frente a nuestros patronos. Todo esto fue aceptado acríticamente por la población, sin generar reacciones públicas de repudio, salvo los grupúsculos de izquierda y derecha.A esas humillaciones se sumaron en mayo de 2002 las declaraciones del Presidente de la República Oriental del Uruguay -la que con la ironía característica de la prosa punzante de Borges, fuera definida como "una Provincia Argentina en territorio brasilero"-, en las que acusaba a los argentinos de ser "una manga de ladrones, desde el primero hasta el último". Tales dichos fueron aceptados sumisamente por aquellos quienes fueron acusados de ladrones, sin fundamento alguno, ya que el Presidente Oriental no se refería a la "clase política" argentina, sino que sus palabras no dejaron duda de que nos acusaba a todos, en un juicio de generalización que -por definición- en cuestión penal es erróneo. Según encuestas aplicadas por distintos analistas, para la mayoría de la población lo que el uruguayo había señalado era verdad, ya que entendían que estaba dirigido solamente a los políticos, sin advertir que implicaba a cada uno de los habitantes. Vale decir que la autoevaluación de los argentinos había caído en el punto más bajo que pueda imaginarse.

En definitiva, luego del episodio Adolfo Rodríguez Saá, se produjo un renacer del sentimiento nacional, con el fin de reivindicar la soberanía al tomar decisiones más. Rápidamente se cayó -bajo la conducción de un gobierno claudicante- en la trampa de aceptar que como nación no tenemos aquello que defina el sentir nacional. Aun a sabiendas de que un arreglo con el FMI no nos sacará de la grave situación social, económica y política que atravesamos, los argentinos retornamos a las antiguas prácticas -perversas por egoístas- del "sálvese quien pueda". Continúan los "cacerolazos" y las manifestaciones callejeras de repudio al gobierno, pero las realizan los afectados por alguna de las múltiples medidas impopulares.

Se ha perdido la protesta por la reivindicación de la soberanía nacional, que tuviera solamente un par de meses de auge.Debe acotarse que ha surgido una forma tenue de solidaridad social, que se expresa en acciones individuales o de pequeños colectivos, aunque no aparece un proyecto de país soberano y autónomo que se disponga a cortar con la perversa globalización que imponen los poderosos, y que además esté conforme con realizar sacrificios internos, ya que solamente podríamos comerciar con los países que atraviesan situaciones semejantes a las nuestras.

Conclusiones

De lo expuesto hasta aquí, así como de los últimos datos oficiales acerca del astronómico aumento de la pobreza y la desocupación que azuelan al país,(23) se desprende que existe una sola conclusión: si no se toman rápidamente medidas políticas efectivas para reparar la preocupante situación de nuestros habitantes y recuperar su dignidad, la Argentina marchará hacia la desintegración social, política y territorial. En ningún lado está escrito que un país deba existir hasta el fin del planeta. Argentina se encuentra en vías de ser uno de los primeros -actualmente- en desaparecer.

Entre tanto, el mundo mira atónito lo que ocurre por estas tierras, mientras los grandes poderes económicos internacionales y transnacionales elevan al cielo palabras de buena crianza, deseándonos la mejor de las suertes en el viaje hacia la nada.

La reconstrucción de Alemania y Japón, al término de la Segunda Guerra, se hizo sobre la base de la intervención militar y el aporte de grandes sumas de dinero de los vencedores para construir zonas de defensa estratégica ante el avance del poderío soviético. Sociología, antropología, psicología, derecho, lingüística, etcétera. Con lo cual puede tener algún parecido con lo sucedido en la ex Unión Soviética a principios de los noventa, con un misil del Pentágono introducido en el Kremlin, llamado Gorbachov.

Es posible observar como históricamente del componente cultural preexistente se puede hacer el pasaje al político gubernamental: fue el caso de la península Itálica, que hasta el proceso conocido como "Resurgimiento" -en la segunda mitad del Siglo XIX- era una nación cultural, pero merced a dicho evento político y militar, apoyado por la cultura -el nombre del músico G. Verdi no puede ser desconocido en este proceso-, logró unificar a aquella nación cultural en una nación política bajo el gobierno del Rey Víctor Manuel. España, Bélgica, Suiza, China y Gran Bretaña, por ejemplo, donde se hablan diversos idiomas y nadie les niega su carácter de nación. Etimológicamente el vocablo nación procede del latín "nacer" y estaba referido a un grupo poblacional nacido en un mismo lugar. Y de tantos otros imperios anteriores, del cual está plagada la historia, si sólo se la lee desde el Antiguo Imperio Romano. Cuando vienen asociados a discursos religiosos -que normalmente esconden intereses económicos- resultan peores en sus resultados.

El primer país latinoamericano en sublevarse a los colonizadores -en este caso francés- fue Haití, en 1804. Sin olvidar para ello los corrimientos y las relatividades existentes entre tales conceptualizaciones políticas (Bobbio, 1979; Dubbiel, 1994; del Río, 1999 y Rodríguez Kauth, 2001b. Pese a la permanente prédica de los fundadores del marxismo, por romper con los límites geográficos de las naciones y unificar a los hombres en un internacionalismo en que solamente la condición laboral los uniese: "¡Proletarios del mundo, uníos!". La primera experiencia fue la Revolución Mexicana de 1910-1917. A la que se conoció como la Campaña del Desierto. Recuérdese como paradigmática a la consigna "la patria peronista", vigente durante el primer gobierno de Perón. También llamada "Fusiladora", que derrocó a Perón en 1955. Comúnmente se llamaba rusos a los emigrantes judíos. La confusión -quizás- se origine en que los primeros inmigrantes rusos eran judíos.

La expresión tenía un sentido de desprecio. Firmado por el entonces Vicepresidente del gobierno títere del Gral. Agustín P. Justo con el Ministro de Comercio inglés. Siempre apoyados por grupos cívicos que con afán oportunista hacían suyas las pretendidas consignas nacionalistas de los militares, las cuales no eran más que eso: meras consignas, ya que en los hechos se convirtieron en los guardias pretorianos de los intereses imperialistas en el país (Rodríguez Kauth, 2001e).

Paradójicamente, un gobierno que llegó con las consignas del peronismo, se encargó de tirar por la borda las nacionalizaciones realizadas durante los dos primeros periodos de Perón. Eufemismo que se utiliza para referirse a los "otros", nunca en primera persona (Magallanes, 1993). Elemento en el que coincidieron Fidel Castro y el Papa Paulo VI. A la cual vapuleamos ganándole un partido de fútbol en el Mundial de Japón, lo que hinchó de orgullo a más de un argentino que vio así vengadas las humillaciones a que se somete cotidianamente. Que trepó al 24% de desocupación de la población económicamente activa -a lo que se suma otro tanto de subocupados- en las cifras publicadas en julio; la pobreza -los que ganan menos de un dólar diario (BM, 2000)- que supera el 50%; el reconocimiento oficial de que la desnutrición afecta al 25% de los niños; los índices de delincuencia (Tortosa, 1994) que nunca se conocen de manera acabada por la presencia de la "cifra negra" ante la falta de denuncia de episodios delictivos por temor a la propia policía o a que se sabe que no podrá actuar ante la ola permanente de delitos -robos, secuestros con rescates de sólo cien dólares, etcétera; el recrudecimiento de enfermedades creídas superadas y que son fruto de la pobreza: tuberculosis, sífilis, sarna, etcétera.

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