31 de enero de 2004, Vol. 5, No. 1 ISSN: 1607-6079
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La argumentación es un proceso secuencial que permite inferir conclusiones a partir de ciertas premisas. Implica un movimiento comunicativo interactivo entre personas, grupo de personas e incluso entre la persona y el texto que se está generando, en especial, cuando se reconoce a la escritura como un acto textual consciente, que permite “elegir palabras con una selección reflexiva que dota a los pensamientos y a las palabras de nuevos recursos de discriminación” (Ong, 1987, p. 105). Está tradicionalmente afiliada, por una parte, a actos verbales de ataque y defensa, refutativos de un punto de vista en contra de una opinión establecida, razón que explica la posición de Lakoff y Johnson (1980) quienes identifican a la guerra como la metáfora que mejor la ilustra, debido a los términos lingüísticos usados para referir las actividades involucradas: se ganan y pierden argumentos. La persona a la cual alguien enfrenta al argumentar es un opositor, cuyas posturas se atacan o defienden. Se planean y se utilizan estrategias. Si se halla un reducto indefendible, se abandona y se toma una línea nueva de ataque. Muchas de las cosas que se hacen con palabras en una discusión se estructuran bajo el concepto de guerra. La batalla es verbal, y la estructura de la argumentación es ataque, defensa, contraataque. Se infiere, entonces, que se trata de algo cultural. Es occidental. Así lo concibieron los griegos. Pero, además, la argumentación está asociada a actos verbales epistémicos interesados en la generación y producción de ideas (conocimientos) o en el consenso.

Argumentación implica razonamiento. Aristóteles fue uno de los primeros en descubrir la existencia de una lógica argumentativa, de naturaleza inductiva en los discursos sociales, diferente a la silogística y valorada en la actualidad en función de parámetros como coherencia y adecuación. Una línea de argumentación inductiva permite inferir a partir de una evidencia particular con el fin de derivar unas conclusiones. Es lo que Aristóteles en su Retórica denominó entimema.

Por ser un componente fundamental de la interacción humana, la competencia argumentativa, -definida como la habilidad para producir argumentos por ethos, por logos y por pathos (Rodríguez Bello, 1992, 1994)-, ha sido apreciada en todas las culturas, sobre todo en Occidente, donde se considera un factor clave en el éxito político, laboral, comunitario, familiar. En el marco de los contextos académicos en los que se preserva, genera y difunde conocimiento a través de documentos escritos, la argumentación lógica es una condición intrínseca del discurso que le aporta solidez al escrito y prestigio personal al productor del texto.

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