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En
el conjunto del estado, los años noventa anuncian el agotamiento
del modelo de desarrollo fincado en el sector primario, las actividades
agropecuarias cada vez absorben menos fuerza de trabajo y disminuyen
su participación en el Producto Interno Bruto: de ser hegemónicas
con más de un tercio del total en 1970, pasaron a estabilizarse,
juntocon el comercio, en una contribución cercana al 15 por
ciento en la última década y, congruente con ello,
el aumento de la migración del campo a la ciudad es un fenómeno
sostenido que refleja la imposibilidad del sector rural para absorber
la mano de obra, misma que va a engrosar las filas de los ocupados
en el comercio y las actividades informales (Montoya 2002:62-64).
Respecto
al control de los puestos públicos, los historiadores están
de acuerdo en que el gobierno federal ha centralizado cada vez más
la acción gubernamental a partir de 1892, cuando fue trasladada
la capital del estado de San Cristóbal a Tuxtla (De Vos 1994,
Benjamin 1995, García 1985). Ejemplo de ello fue la creciente
ingerencia del gobierno federal en nuevas áreas de acción
y el aumento de sus empleados, respecto a los trabajadores de los
municipios y el estado.
Muestra de tal dependencia en la última década del
siglo es el envío desde la ciudad de México de un
gobernador interino ante la crisis militar de 1994 por el surgimiento
del Ejército Zapatista de Liberación Nacional; luego
el envío de un gobernador sustituto ante la crisis poselectoral
de 1995; y uno más en 1997, ante la crisis política
generada por la masacre de Acteal. Ejemplo del mismo fenómeno
centralista resulta también el nombramiento de un encargado
especial para coordinar los proyectos federales y negociar con las
fuerzas sociales protagonistas fundamentales en la crisis postelectoral
de 1995, organizadas al calor de la insurrección zapatista.
Incluso los conflictos dirimidos en el ámbito estrictamente
local sin más alcance político aparente, responden
a las tendencias nacionales dominantes. La correlación de
fuerzas local surge en función de lo nacional y quienes deciden
lo hacen de acuerdo con esos parámetros (Escalante 1995:31).
En cuanto a la mano de obra, la lucha por su control se volvió
innecesaria. La escasez de tierra y la explosión demográfica
obligan a la población a buscar empleo, ahora sin la necesidad
de los mecanismos compulsivos antes utilizados. Además, el
trabajo en los cultivos de caña, café y plátano
que consumen la mayor masa de mano de obra ha sido acaparado por
los guatemaltecos, indígenas dispuestos a laborar, cuando
se les requiere, por un salario aún menor que el aceptado
por los mexicanos (Viqueira 1995:224-225).
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