31 de enero de 2004, Vol. 5, No. 1 ISSN: 1607-6079
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  Gabriel Ascencio Franco gafranco@servidor.unam.mx
 
 

En el conjunto del estado, los años noventa anuncian el agotamiento del modelo de desarrollo fincado en el sector primario, las actividades agropecuarias cada vez absorben menos fuerza de trabajo y disminuyen su participación en el Producto Interno Bruto: de ser hegemónicas con más de un tercio del total en 1970, pasaron a estabilizarse, juntocon el comercio, en una contribución cercana al 15 por ciento en la última década y, congruente con ello, el aumento de la migración del campo a la ciudad es un fenómeno sostenido que refleja la imposibilidad del sector rural para absorber la mano de obra, misma que va a engrosar las filas de los ocupados en el comercio y las actividades informales (Montoya 2002:62-64).

Respecto al control de los puestos públicos, los historiadores están de acuerdo en que el gobierno federal ha centralizado cada vez más la acción gubernamental a partir de 1892, cuando fue trasladada la capital del estado de San Cristóbal a Tuxtla (De Vos 1994, Benjamin 1995, García 1985). Ejemplo de ello fue la creciente ingerencia del gobierno federal en nuevas áreas de acción y el aumento de sus empleados, respecto a los trabajadores de los municipios y el estado.

Muestra de tal dependencia en la última década del siglo es el envío desde la ciudad de México de un gobernador interino ante la crisis militar de 1994 por el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional; luego el envío de un gobernador sustituto ante la crisis poselectoral de 1995; y uno más en 1997, ante la crisis política generada por la masacre de Acteal. Ejemplo del mismo fenómeno centralista resulta también el nombramiento de un encargado especial para coordinar los proyectos federales y negociar con las fuerzas sociales protagonistas fundamentales en la crisis postelectoral de 1995, organizadas al calor de la insurrección zapatista. Incluso los conflictos dirimidos en el ámbito estrictamente local sin más alcance político aparente, responden a las tendencias nacionales dominantes. La correlación de fuerzas local surge en función de lo nacional y quienes deciden lo hacen de acuerdo con esos parámetros (Escalante 1995:31).

En cuanto a la mano de obra, la lucha por su control se volvió innecesaria. La escasez de tierra y la explosión demográfica obligan a la población a buscar empleo, ahora sin la necesidad de los mecanismos compulsivos antes utilizados. Además, el trabajo en los cultivos de caña, café y plátano que consumen la mayor masa de mano de obra ha sido acaparado por los guatemaltecos, indígenas dispuestos a laborar, cuando se les requiere, por un salario aún menor que el aceptado por los mexicanos (Viqueira 1995:224-225).