El problema

Desde la Antigüedad y hasta 1609, las observaciones astronómicas fueron realizadas a simple vista, usando en ocasiones instrumentos auxiliares como las esferas armilares, cuadrantes, círculos murales, astrolabios, ballestillas, etcétera, pero a partir de aquella fecha ocurrió un profundo cambio en la metodología seguida por los astrónomos, ya que Galileo Galilei introdujo el uso del telescopio para observar los cuerpos celestes, lo que permitió establecer la existencia de fenómenos y objetos no conocidos hasta entonces, propiciando cambios fundamentales en la astronomía, que a su vez contribuyeron de manera importante a la Revolución Científica, gracias a la cual surgió la ciencia como la conocemos.

Entre los descubrimientos importantes que Galileo dio a conocer en 1610 en su Sidereus Nuncius5 ,se hallaba lo que observó sobre la estructura y composición de la Vía Láctea, esa región del cielo con aspecto lechoso que los habitantes del hemisferio norte vemos sobre todo en el Verano. Respecto de ella aquel científico escribió:

... he observado, la esencia o materia de la Vía Láctea, la cual -mediante el anteojo- se puede contemplar tan nítidamente que todas las discusiones, martirio de los filósofos durante tantos siglos, se disipan mediante la comprobación ocular, al mismo tiempo que nos vemos librados de inútiles disputas. En efecto, la Galaxia no es sino un cúmulo de innumerables estrellas diseminadas en agrupamientos; y cualquiera que sea la región de ella a la que dirijamos el anteojo, inmediatamente se ofrece a la vista una cantidad inmensa de estrellas, muchas de las cuales se muestran bastante grandes y resultan muy visibles; aunque la multitud de las pequeñas es absolutamente inexplorable.

Y puesto que no solo en la Galaxia se advierte ese resplandor lácteo, como de nube blanquecina, sino que muchas otras pequeñas zonas de similar color brillan aquí y allá en el espacio, dirigimos el anteojo hacia alguna de ellas, dando siempre con un agrupamiento de estrellas. Además (hecho más admirable aún), las estrellas hasta hoy llamadas por los astrónomos nebulosas, no son sino cúmulos de pequeñas estrellas diseminadas en número admirable....

 

Luego de los trabajos pioneros de Galileo, otros observadores comenzaron a descubrir en rápida sucesión más de aquellas nebulosas, lo que llevó a los astrónomos a formar catálogos donde reportaban su posición en la bóveda celeste y en muchos casos su morfología aparente. En 1614 Simon Maurius publicó en Nuremberg el libro Mundus Jovialis, donde además de consignar sus observaciones de Júpiter y cuatro de sus satélites, informó que había observado un objeto estelar de forma singular, diferente a cualquier otro que hubiera visto en la esfera celeste, “pues brilla con pálida luz blanquecina que es más intensa en el centro donde se torna azulosa. Su diámetro es considerable pues ocupa alrededor de un cuarto de grado”6 . Esta es la primera descripción moderna de lo que hoy sabemos es la Galaxia de Andrómeda. La existencia de este objeto cósmico fue confirmada años después cuando Ismael Boulliau lo reportó en 1664.

Personajes como John Flamsteed, Edmond Halley, John Bevis, Jean-Jacques Dortous de Mairan, William Derham, Pierre Louis Moreau de Maupertius, Jacques Cassini y Jean-Dominique Maraldi se ocuparan del problema de las nebulosas durante la primera parte del siglo XVIII, ampliando el número de esos objetos cósmicos. Todos ellos publicaron sus investigaciones, buscando aportar ideas que ayudaran a entender la naturaleza de tan singulares estructuras cósmicas, no faltando quien lo hiciera incluso desde el terreno teológico, aunque también debe mencionarse que hubo intentos como el de Maupertius quien en su Discours sur les differents Figures des Astres publicado en 1732, formuló una explicación matemática sobre la variabilidad de algunas de aquellas nebulosas, asumiendo que estaban formadas por elipsoides de diferentes grados de excentricidad y con ejes de rotación de orientación diversa. En 1755, el mismo año de la publicación del Allgemeine de Kant, Nicolás Louis de La Caille publicó el primer catálogo extenso de nebulosas, donde hizo intentos de clasificarlas, presentando tres tipos. A pesar de todos los esfuerzos realizados en aquel periodo, tanto teóricos como en el terreno de la observación, prácticamente ninguno trató sobre el origen y los procesos de formación aquellos objetos cósmicos, siendo éste el estado que tan interesante problema astronómico guardaba al mediar el siglo XVIII. Sin embargo, los elementos teóricos necesarios para intentar encontrar respuestas a este problema estaban dados, gracias a trabajos como los que desarrolló Newton en torno al papel que juega en la gravitación en la naturaleza. Ello habría de ser aprovechado por pensadores como Kant, que fue el primero que intentó explicar el origen de esas nebulosas e incluso el del Universo.