10 de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079
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En Auschwitz no había espacio alguno para la muerte...

La vida en el campo

En su descripción de la vida en el campo, Améry descarta cualquier gesto de amistad o de solidaridad. Ya Primo Levi escribía avergonzado de su comportamiento “egoísta” en el campo, donde se trataba, no de lastimar al otro necesariamente, pero sí de ganarle terreno a toda costa, de sobrevivir por encima del otro, no compartiendo o robando, por ejemplo, un pedazo de pan. Améry va más allá de Levi. Para él no hay cabida para la solidaridad no sólo porque se lucha por sobrevivir sin importar lo que sucede a los demás sino que por principio: “no quedaba nada sino la solidaridad del sufrimiento, una solidaridad incapaz de amor y de amistad hacia el otro así como era incapaz de traducirse en una resistencia activa, una solidaridad que en el lenguaje cotidiano se puede reducir a la fórmula: “¡Eres un pobre diablo como yo!” (Améry, Nell’Anticamera della morte). Sin embargo, “este pobre diablo” no puede ni debe aceptar la tortura como tal, su condición de infelicidad y de rabia lo conduce a estar en desacuerdo con la visión de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal. No hay banalidad posible, insiste Améry, ni en la tortura, ni en el sufrimiento de los hombres en los campos. El mal infligido no tiene nada de banal; por el contrario, debería hablarse, siempre con Améry pero también de acuerdo con Gershom Scholem, de mal radical, tal y como lo formuló Arendt en su libro sobre el totalitarismo.

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