10 de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079
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En Auschwitz no había espacio alguno para la muerte...

La controversia de Arendt

Es conocida la controversia que suscitó el libro de Hannah Arendt sobre el juicio a Eichmann en Jerusalén, publicado en 1963, así como su tesis central sobre la banalidad del mal. Para Arendt: “Lo más grave en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones jurídicas y de nuestros criterios morales, esta normalidad resultaba mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas.” (Arendt, 417) Esta “normalidad” del verdugo es el blanco de las críticas de Améry y de Scholem, esta falta de empatía con los millones de muertos y de prisioneros que vivieron bajo el régimen del terror totalitario, banalizando lo no banalizable. Quizás es cierto que, como lo prueba el examen minucioso de la personalidad de Eichmann, éste podría pasar por cualquier hombre normal, pero el trabajo que desempeñó desde su escritorio impiden a cualquiera que haya pasado por la experiencia, vivirla en esos términos. No había nada de “normal” en el inframundo de los campos como tampoco lo había en el ejercicio de la tortura misma. Gershom Scholem, en una carta dirigida a Hannah Arendt después de haber leído su libro, escribe: “La lectura de tu libro me deja perplejo en relación con la tesis de la “banalidad del mal” –la cual se encuentra en la base de toda tu argumentación ... Esta nueva tesis me golpea como un slogan: no me parece ciertamente que se trate del resultado de un análisis profundo– un análisis convincente como el que has ofrecido en tu libro sobre el totalitarismo, al servicio de una tesis completamente diferente e incluso contradictoria. Entonces no parecía que hubieras descubierto que el mal es banal. De aquel “mal radical” cuya existencia has demostrado con tanta elocuencia y erudición en tu análisis precedente, no queda más que este slogan...” (Scholem en Arendt, Ebraismo, 220) Hannah Arendt responderá diciendo que en efecto ha cambiado su idea del mal radical por el de banalidad del mal ya que de lo único que se puede hablar es del bien extremo. Sólo el bien puede ser radical, insistirá Arendt. Por su parte, Améry, sin ir más a fondo interroga desde su lugar de víctima la posición de Arendt: “No existe, dirá, pues la “banalidad del mal”, y Hannah Arendt, que se refirió a ello en su libro sobre Eichmann, conocía al enemigo del hombre sólo de oídas y lo observaba sólo a través de la jaula de cristal. “ (Amery, 87.) En realidad, insiste, “Auschwitz no tenía nada que ver con el capitalismo ni con ninguna otra forma de economía, sino que era el desvarío, hecho realidad, de cerebros enfermos y de organismos con instintos perversos.” (Améry, 72).

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