<%@LANGUAGE="JAVASCRIPT" CODEPAGE="1252"%> Descartes y Bacon: Algunos aspectos metodologicos
10 de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079
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Descartes

En el caso de Descartes, la estructura profunda de la materia, tampoco es fácilmente accesible al conocimiento. Siguiendo más la idea baconiana de forma que la aristotélica, Descartes distingue en el universo tres formas que la materia homogénea adopta (tierra, aire y fuego); pero no se trata de tres naturalezas o esencias diferentes sino de tres distintas configuraciones que resultan en los tres elementos básicos que hay en el mundo. Además los elementos cartesianos son distintos no en virtud de cualidades intrínsecas propias que les hagan ser diferentes o incluso contrarios o incompatibles pues no tienen cualidades en sí mismos que permitan establecer alguna diferencia entre ellos, sino que, en vista de que comparten la misma naturaleza material, se definen por comparación de tamaño, figura y velocidad de sus partículas componentes y, puesto que son esencialmente semejantes, el origen de su "diferencia" se debe a algo distinto a ellas, a saber las leyes del movimiento.

Gracias al movimiento que sigue ciertos patrones regulares y cuya cantidad no varía en el universo desde su creación, es posible llegar a esa relativa diferencia entre los elementos, no esencial sino estructural debida a la figura y tamaño de los corpúsculos, y de comportamiento, debida a su velocidad. Nótese de paso que las diferencias que se admiten en las partículas materiales son cuantificables, por tanto comparables y gravables.

En la descripción de los elementos se hace evidente que Descartes nos remite tanto a la configuración como al proceso latente. Así nos dice:

Concibo al primero, que podemos nombrar el elemento del fuego, como un licor, el más sutil y penetrante que haya en el mundo... me imagino que sus partes son mucho más pequeñas y se mueven mucho más rápidamente que las de cualquier otro cuerpo. O más aún, a fin de no vernos obligados a admitir algún vacío en la naturaleza no le atribuyo partes que tengan ningún tamaño ni figura determinada; pero me persuado de que el ímpetu de su movimiento es suficiente para hacer que se dividan en todas las figuras y sentidos por el encuentro con los otros cuerpos, y que sus partes cambian de figura en todo momento para acomodarse a la de los lugares a donde entran…(14)

Descartes hace explícito que su descripción no se remite a las formas tradicionales:

Y si encuentran extraño que para explicar los elementos no me valga para nada de las cualidades que llamamos calor, húmedo, frío y seco, como lo hacen los filósofos, les diré que estas cualidades me parecen tener ellas mismas necesidad de explicación; y que, si no me equivoco, no solamente estas cuatro cualidades sino también todas las otras e incluso todas las formas de los cuerpos inanimados, pueden explicarse sin que se necesite para tal efecto ninguna otra cosa en su materia que el tamaño, la figura y el acomodo de sus partes (15) .

A pesar del rechazo de Descartes a las formas tradicionales la diferencia con Bacon es que para éste los casos en estudio deben ser particulares, en tanto que la teoría cartesiana de los elementos nace de la consideración abstracta de la extensión, sus modos esenciales y sus características o propiedades intrínsecas. La teoría de los elementos se origina en un análisis teórico y funge como hipótesis. Así, las formas de los elementos -aire, tierra y fuego- ni son el resultado de la observación acumulativa, ni describen hechos empíricos filtrados por las tablas de observación. La teoría cartesiana de los elementos no se apoya directamente en ninguna clase de experimentos, surge más bien de una concepción general mecánica y cinemática y, podría entenderse, como un despliegue deductivo de esas teorías. Por otra parte, aunque la teoría de los elementos está en estrecha conexión con una teoría óptica, la cual se apoya en la observación y la experiencia y exhibe un importante aparato matemático, no hereda transitivamente esas bases porque se trata más de una analogía que de un desarrollo o aplicación de la teoría.

En síntesis, la teoría de los elementos en René Descartes se encuentra a medio camino entre las esencias aristotélicas producto de la abstracción y las formas baconianas que se instituyen como leyes particulares de fenómenos observables.

Sin embargo, Descartes se acercará mucho más a la teoría de las formas cuando proponga, como necesario para el conocimiento de la naturaleza, la observación de los efectos particulares. Esta necesidad surge de la imposibilidad de deducir todos los efectos particulares a partir de meras teorías generales. Así, la teoría de las formas adquiere singular importancia para Descartes en vista de que el poder explicativo de las teorías generales tiene su límite en la variedad y variabilidad de la naturaleza. Igual que Bacon no desea deducir los diversos efectos de reglas generales, a diferencia de él trata de buscar cuáles teorías o reglas generales pueden explicar mejor los múltiples efectos.

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