10 de junio de 2004 Vol. 5, No. 5 ISSN: 1607 - 6079

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Una vida Mutilada

Como nos recuerda Enzo Traverso en su libro Cosmópolis: Figuras del exilio judeo-alemán (2004), Theodor Adorno se refería a la experiencia del exilio como “una vida mutilada” (1991). Y es que el libro de Traverso se preocupa por la experiencia de uno de los exilios más significativos, en el plano intelectual, del siglo XX. El exilio judeo-alemán, inserto en un “momento de intensidad” de la historia occidental reciente, constituye una experiencia de mutilación, de mutilación no sólo individual sino colectiva, no sólo judía y alemana sino cosmopolítica. Como lo detalla Traverso, “entre 1933 y 1938, serán más de 450 mil judíos de lengua alemana los que abandonarán la Europa Central nazificada, nueve décimos del exilio alemán en su globalidad.” (2004:8-9). 450 mil vidas mutiladas en un periodo de 5 años, vidas forzadas al exilio, y, muchas de ellas, al exterminio. Los ensayos que conforman Cosmópolis se enfocan en el estudio de las experiencias de exilio de intelectuales judeo-alemanes prominentes, cuyas aportaciones a las escenas literaria, filosófica, sociológica y política son innegables. Joseph Roth, Hannah Arendt, Theodor Adorno, Walter Benjamín,Siegfried Kracauer, son los nombres que guían esta especie de genealogía de la experiencia del exilio judeo-alemán, las figuras paradigmáticas que se volverán topoi, lugares móviles, errantes, inscripciones vivas –y no sólo los nombres grabados en el monumento funerario- que permitirán al historiador trazar el recorrido de una mutilación, sus diferentes procedencias y sus diversas herencias.

No es casual que Traverso trabaje a estos “judíos-no judíos”, exiliados de sí mismos, arrancados de todas partes, extranjeros de la judeidad pero también de la cultura hegemónica alemana. Podríamos decir, como escribiera Julia Kristeva sobre Proust, que estos intelectuales judeo-alemanes de los años 1930-1940 eligieron para ellos “una única patria: la escritura como traducción”. La escritura como traducción porque todos ellos se enfrentaron a la experiencia de la otra lengua, de ser ellos mismos otros en la otra lengua y en la propia. La traducción, como proceso abierto, destinado a la errancia infinita, a lo temporal y lo inestable, puede entenderse como una parte más de esta experiencia del exilio, experiencia de extranjería y extraterritorialidad. Quiero pensar que cuando Hannah Arendt dijo que “lo que permanece es la lengua”, también se refería a la otra lengua, aquella marcada por el matricidio, por la separación, por el forzoso exilio de la patria, de la tierra y de la sangre de la lengua natal.