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El
peligro, la amenaza, la muerte violenta
y otros acontecimientos traumáticos
han sido la característica distintiva
de la especie humana por milenios. Su presencia,
sin embargo, nunca ha sido tan evidente
como hoy en día, cuando las modalidades
de protección poco estructuradas
de la vida son compartidas por las comunidades
grandes. La respuesta psicológica
a los desastres, por lo tanto, se puede
percibir erróneamente como “excepcional”
cuando esos mecanismos no son usados dentro
de la vida diaria de muchos. Aún
así, tales procesos de la respuesta
al estrés están fuertemente
conectados en nuestros cerebros, cuerpos
y mentes (Sapolsky, Romero, y Munck 2000).
Por otra parte, su activación constante
y eficiente, durante acontecimientos extremos,
ha asegurado la supervivencia exitosa de
la especie humana.
Casi
toda comunidad pequeña en México
ha hecho frente a emergencias locales ligadas
a fenómenos metereológicos y
según la investigación reciente
estos hechos son cada vez más frecuentes.
En contraste, el énfasis en los aspectos
de la salud mental vinculados con los desastres
sigue siendo una excepción. Un desastre
mayúsculo (como el de Acapulco, octubre
de 1997) requirió la participación
del gobierno del estado, autoridades regionales
y la red nacional de emergencias. Los desastres,
especialmente éstos, reciben intensa
cobertura de los medios masivos de comunicación
que, promueven a menudo un gran número
de ofertas de ayuda con una amplia gama de
expertos en la salud mental, por lo menos
durante las etapas agudas.
La
fase de impacto del desastre
se refiere al período en que está
ocurriendo éste. La exposición
a los acontecimientos traumáticos,
por naturaleza abrumadora, es una característica
central de esta fase y los roles de la salud
mental implican a menudo el manejo de la crisis
aguda en este etapa. El ejército y
los grupos urbanos espontáneos realizaron
logros excepcionales durante: Terremoto de
1985 en la Ciudad de México y otros
desastres recientes. La fase de adaptación
a corto plazo incluye el período después
de los acontecimientos extremamente abrumadores
al desastre, las tareas del inventario de
pérdidas y el desarrollo de un plan
para lograr la recuperación. Durante
el huracán de 1997 en Acapulco esta
fase requirió de 3 a 12 meses para
terminar. Los servicios de emergencia y la
intensa actividad de los medios dentro de
este período fue determinante.
La
naturaleza de la exposición a un desastre
induce un trauma que, es un importante indicador
del riesgo agudo o crónico en las secuelas
de la salud mental en los desastres. De hecho,
la mayoría de la investigación
encuentra una clase de relación: dosis-respuesta
entre la exposición traumática
y la sintomatología subsecuente. Una
tipología inicial y útil distingue
por lo menos los cuatro elementos siguientes
de la exposición traumática
(Green, 1990):
• Amenaza para nuestra vida o a la
integridad corporal.
• Daño o lesión física
a uno mismo.
• La pérdida violenta o brusca
del cónyuge.
• El atestiguar o ser partícipe
de violencia por el cónyuge.
No
todos los elementos a la exposición
traumática son presumiblemente iguales
para producir sintomatología. Ozer
y sus colaboradores (2003) han publicado un
meta-análisis, en el que se identificaron
varios predoctores de Estrés Post-Traumático.
Algunas distinciones importantes incluyen:
La duración de la exposición,
la causa del desastre (e.g., natural vs. artificial,
accidental contra deliberado o negligente),
la proporción de la comunidad afectada,
el grado de dislocaciones geográficas
y el impacto potencial en la vida de sobrevivientes
(e.g., incapacidad permanente, pérdida
económica catastrófica, muertes
múltiples en la familia).
Aunque
los resultados de los estudios epidemiológicos
(e.g. Kessler, Sonnega, Bromet, Hughes, y
Nelson, 1995) indican que el Desorden de Estrés
Post-Traumático (DEPT) no es raro,
algunos individuos que se exponen a los acontecimientos
traumáticos no desarrollan el desorden.
La prevalencia de los DEPT en la población
en general se estiman en un 5-10% (véase:
Litz y Roemer, 1996) haciendo este desorden
relativamente común con respecto a
otras condiciones psiquiátricas. La
prevalencia se incrementa en grupos de individuos
que se han expuesto a los acontecimientos
extremadamente agotadores, tales como asalto
sexual, los desastres naturales y las acciones
criminales (e.g. Resnick, Kilpatrick, Best
y Kramer, 1992, Domínguez, et al.,
2001).
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