Los tiempos de Sancho Panza


A esa orden caballeresca y heroica se opone la humilde, la vulgar, la certera orden de Sancho Panza, príncipe del realismo práctico y señor gobernador de los refranes y de las voces populares. El mundo y el tiempo de Sancho no son lineales: el realismo a ultranza de Panza no le alcanza a Sancho para dejar de soñar en ser gobernador ni para escapar de los revolcones y palizas que el genio de Cervantes —Nabokov hubiese dicho: el genio sádico de Cervantes— va sembrando por la novela. Sancho es la sombra de Don Quijote pero la sombra de Sancho es su esposa Teresa, y la de ambos, su hija quienes, pese a su realismo están dispuestas siempre, como Don Quijote mismo, a construir y levantar “Castillos en España”; como dice la voz francesa para calificar a los ingenuos idealistas.

En la ingenuidad y vulgaridad clarividentes de Sancho Panza están fundidas como en una amalgama diversos tiempos: desde luego, el tiempo picaresco de un Lazarillo de Tormes o de Guzmán de Alfarache, el sentido común de un mundo rural tradicional en mestizaje con una decadencia medieval y una naciente economía mercantil moderna.

Además de esta veta cínica, el aliento de Sancho en diálogo con Don Quijote puede estar cruzado por vetas y refranes que remiten al discurso sobre la “Edad de Oro” que Don Quijote pronuncia ante los cabreros. De hecho, el tiempo de que la novela surge, brota de ese coloquio cuyos polos se mueven por el puente colgante que se tiende entre la “edad de oro” mítica y lo que podríamos llamar la edad de hierro dorado que les toca vivir a Cervantes y a sus personajes.

La edad de hierro dorado es una edad de oro y plata superficiales, pues los metales provenientes de la conquista de las Indias americanas recién descubiertas empiezan a circular por Europa y por el Imperio, por la puerta principal de los reinos de España, Flandes y Alemania. La edad de oro mítica queda contrapuesta —y si se quiere: burlada— por la edad del oro y de la plata americanos (edad de hierro dorado y plateado) que llegan a Europa justo a tiempo para alimentar el desenfrenado tren de vida de la Corte y salvar de la bancarrota por unas cuantas generaciones, a la Corona de los Austrias. El derroche del oro y la plata indianos llega a ser algo natural y necesario en la España (y en general en la Europa) de aquella época —como recuerda en España bajo los Austrias el historiador John Linch.