El desdoblamiento de El Quijote

 

 

No se ha insistido lo suficiente en el hecho de que Don Quijote a lo largo de la novela se va desdoblando ya no sólo porque, como al principio, actúa como Don Quijote y prefigura, por ejemplo, el mecanismo ético de un libro posterior: La imitación de Cristo de Thomas de Kempis, sino porque, efectivamente y gracias al misterioso y ahora diríamos milagroso Avellaneda, El Quijote debe enfrentarse contra su simulacro escrito, y ese enfrentamiento debe hacerse en términos literarios, críticos, y, en última instancia, alfabéticos. Aquí cabe preguntarse, desde una tensión subjetiva, ¿qué habría sucedido en el orden de la textualidad —y en consecuencia de la historia— si la novela de Avellaneda hubiese triunfado y hubiese sido literariamente más verdadera que el Quijote de Cervantes? El Quijote no sólo reescribirá el orden caballeresco y el orden pastoril, la edad de oro de los caballeros y la de los enamorados sino que además iniciará la codificación y documentación del orden vernáculo al poner sobre el platón de la novela los diversos frutos orales, las diversas prácticas discursivas y elocuentes de los que no por no saber leer y escribir, pueden dejar de ser escritos y observados a través del ojo y el filo, la letra, del “ello es” o “ello era” —que dice Juan Carlos Rodríguez— de la novela. Todo en Don Quijote —más allá del principio y del final— es camino, es viaje.

En la convivencia de esos planos oblicuos que es el traslape —concepto clave— entre escritura y oralidad, el caballero itinerante y el enamorado trovador errante van a encontrarse en el camino con otros personajes, unos viajeros y otros sedentarios. Tanto el caballero andante como el trovador errante son los protagonistas de una gesta ambigua pues en ambos casos estos hijos del alfabeto y de los libros dicen o pretenden buscar una intervención en el mundo —restablecer la justicia o buscar el amor correspondido— pero en realidad su eficacia es verbal y libresca: las batallas de Don Quijote están tanto en el campo abierto como en sus propios discursos que le sirven para irse afirmando y acercando al ideal de que es portador.

Cardenio y los otros trovadores errantes quizá no logran el objeto amoroso al que aspiran pero en todo caso alzan a la luz pública el estandarte de su queja, sus endechas dichosas son sus dichas que son, como los de Don Quijote, sus verdaderos hechos.